Por Antonio Mesa Jarén, Pbro
DON MANUEL JIMÉNEZ SUTIL —don Manuel el cura— a los pocos meses de haber cantado misa. Su figura irradia dulzura, bondad y sencillez, virtudes que lo caracterizaron toda su vida. (Foto cedida por Aurelio Mozo.)
Así, a secas, sin más añadidura, sin más explicación, sin
necesidad de indagar, de hacer pesquisas o averiguaciones: basta citar este
nombre para que todos sepamos de quién se trata, a quién nos referimos.
Efectivamente, en Villamartín, mencionar a «Don Manuel», es
hacer presente en la memoria de todos, la figura de aquel sacerdote de mediana
estatura, delgado, frente despejada, cabello negro cortado al cepillo, ojos
pequeños cubiertos por gafas redondas, un cigarro permanente en los labios,
pasos cortos, pronto a sonreír, cuando no a desatarse en sonoras y ruidosas
carcajadas.
En nuestros oídos resuenan aún aquellos recitativos
cantados en una tesitura altísima, con voz atenorada, amplia y vibrante, que se
esparcía por toda la iglesia.
Era D. Manuel la imagen de un hombre que encerraba un alma
noble, sencilla, franca, sincera y llana. A veces ingenuo, un tanto infantil,
casi pueril en muchas cosas, que acentuaban aún más su humanidad y su grandeza.
Nuca lo vimos airado o enfadado. Cuando alguna
circunstancia lo contrariaba, su rostro era el de esos ángeles compungidos que
adornan el retablo de un crucificado. Jamás salió de sus labios un reproche,
una recriminación: tal era su humildad, virtud resplandeciente y evidente en
él, a la que habría que añadir su incapacidad de enfrentamiento por más
desprecios o desaires que recibiera, que también los recibió.
Él hablaba sólo para reír a carcajadas limpias, para dar
buenos consejos, y para dar a todos una palabra de aliento y esperanza, porque
era el camino de poder encontrarnos un día «allá en las mansiones de la gloria»,
frase con la que finalizaban todos sus sermones. (Los que se encontraban oyendo
misa, al escuchar esta expresión, se ponían de pie, porque sabían que el sermón
había terminado. No atinaba a decir más. Pero, ¿acaso hacía falta?).
Ahora comprenderá el lector y los que no le conocieron, que
pronunciar en Villamartín el nombre de «Don Manuel», es identificarlo con don
Manuel Jiménez Sutil, cura párroco e hijo adoptivo de Villamartín por
espacio de más de veinticinco años.
D. Manuel llegó a Villamartín como coadjutor de la Parroquia, que era regida entonces por D. Eduardo Espinosa, en unos momentos muy difíciles, tristes y complicados: febrero de 1941. Años calamitosos, luctuosos, aciagos y funestos. Las consecuencias de la desastrosa y cruel guerra civil eran sufridas desesperadamente en las carnes de centenares de familias. Los gritos de dolor y hambre se escuchaban por doquier: mujeres enlutadas que habían enviudado a los treinta años, sin más hogar que un chozo; niños famélicos, esqueléticos, desnudos, con claros síntomas de desnutrición, prontos a contraer toda clase de enfermedades; la tuberculosis, carcomiendo la poca vida aún existente en muchas criaturas; sin pan; sin luz en los arrabales; sin una peseta en los bolsillos; sin más ropa ni calzado que unos pantalones con mil remiendos, un blusón hecho girones y unas alpargatas de esparto... ¡Horrible!
Ese fue el Villamartín —como todos los pueblos de España—
que D. Manuel se encontró.
Don Manuel rodeado de conocidos personajes del Villamartín que regentó como párroco: Nicolás Sánchez, Diego Montesinos, José Hidalgo, don Martín el notario, Manuel Quijano, Juan Moreno, Ramón Morales, Santos, Aurelio Mozo…
Por otra parte, la Iglesia —patrimonio de la clase poderosa
donde el pobre no encontraba lugar, más aún, la consideraba culpable de todas
sus desgracias por las razones históricas de todos conocidas—, había sufrido,
más o menos justificadamente, toda clase de ataques y agresiones. Y en estos
momentos se hallaba en una encrucijada: algunos sacerdotes habían apostado a
las claras por la derecha más reaccionaria; otros, manifestaban posiciones y
posturas ambiguas. D. Eduardo Espinosa, párroco de Villamartín desde 1926 a
1941, lejos de simpatizar con las ideas y posturas de los movimientos de la
izquierda, tampoco fue proclive ni muy entusiasta de cierta ideologías
derechistas ni amigo de quienes las representaban y las encarnaban en
Villamartín. En los primeros años de la represión —1936/37— se había enfrentado
con ciertas personas al negarse a confesar a quienes iban a ser fusilados,
alegando que sólo lo haría con quienes murieran por voluntad de Dios. Además,
la represión había afectado a su círculo de amistades, como fueron los casos de
Antonio Pino Morales, un hombre de Iglesia; de Salvador Franco Morales; de
Francisco Varo Romero o de José Ramos Contreras, que militaron antes de la II República
en el Sindicato Católico de Obreros, cuyo consiliario había sido D. Eduardo,
que siguió manteniendo con todos ellos durante la República lazos de amistad
(1). Por otra parte, su manifiesta oposición a los falangistas fue evidente.
Cuando algunos de ellos, con camisas azules o sin ellas, comenzaron a
frecuentar la iglesia, asistiendo a la misa de diez —la misa mayor—, D.
Eduardo, un domingo, al terminar la celebración, se volvió hacia los asistentes
y dijo textualmente: «¿Habéis visto cuántos beatos nuevos tenemos?». Pero el
mayor enfrentamiento lo tuvo cuando intentaron colocar debajo del balcón, junto
a la torre, una lápida con los nombres de aquellos que había muerto en la contienda
civil —en el frente—. D. Eduardo, con el
carácter enérgico que tenía, se opuso radicalmente y tuvieron que desistir,
dándose el caso insólito —único que sepamos, a excepción del ocurrido en
Sevilla cuando el cardenal Segura adoptó una actitud similar— de no tener otra
opción que situar la cruz de los caídos en La Alameda, lugar bien lejos de la parroquia
y en el extremo opuesto a ella.
Y no digamos de los incidentes ocurridos con motivo de un
funeral que el Ayuntamiento encargó por José Antonio y los «caídos»: D. Eduardo
había colocado previamente sobre un macetero el acetre de plata relleno de
estopa, al que minutos antes de la misa el sacristán —Salita— prendió fuego.
Nadie acertaba a saber el significado de aquellas llamas. Pero D. Eduardo lo
desveló cuando, al final del funeral, quiso dar a entender que aquel extraño y
estrafalario signo no era otra cosa que un símbolo del infierno, donde se
encontraban «algunos». El Ayuntamiento, presidido por el alcalde, que vestía
uniforme azul, comprendió que aludía a «sus caídos». Inmediatamente, todos
abandonaron la iglesia. Creo que fue el detonante que exasperó la paciencia de
los ultras y de «otros» que, entre bastidores, movían muchos hilos y entresijos
de la política anterior y posterior a la guerra.
Ante un escándalo de tamaña magnitud en aquellos momentos
de represión y caza de brujas, anduvieron todos los pasos precisos para remover
a D. Eduardo. Por una parte, no era difícil conseguirlo, dadas las
circunstancias políticas del país. Mas por otra, resultaba un tanto complicado,
toda vez que D. Eduardo era cura propio y, sólo por causas gravísimas y con la
aprobación de la Santa Sede, se podía remover canónicamente a quien, en
propiedad, regía una pieza eclesiástica. Además, el cardenal Segura no era
simpatizante de los falangistas. No sabemos cómo ni de qué manera, lo cierto es
que por los pasillos del palacio arzobispal de Sevilla desfilaron ciertas
personas con mensajes muy concretos hasta lograr conseguir lo que se pretendía.
Para no alarmar ni dar a entender que se complacía a los «agraviados»,
se le asignó a D. Eduardo un coadjutor en la persona de D. Manuel, que ejerció
tal cargo desde febrero de 1941 hasta el 31 de diciembre del mismo año, que
pasó a ser cura regente. Don Eduardo marchó a Utrera, su tierra natal, aunque
conservando la propiedad de la Parroquia de Villamartín hasta su fallecimiento,
acaecido en Utrera en los primeros años de la década de los cincuenta.
Don Manuel se halló con un hermoso y catedralicio templo
que, por suerte, no había sido destruido. (Se comentó que D. Eduardo mantuvo
una cierta amistad, tal vez un tanto oportunista, con un dirigente
anarcosindicalista, que fue quien disuadió a los que se encontraban un día en
el atrio de la iglesia dispuestos a prenderle fuego. Yo oí decir que este
señalado dirigente de la clase obrera, al llegar al atrio, se dirigió a sus
compañeros en estos términos: «Los santos de la Iglesia son de palo y no dan
de comer. Vayamos a las casas de D. Francisco Romero y de D. Vicente Ríos, que
hay jamones». Efectivamente, ambas viviendas fueron desvalijadas e
incendiadas. Es una versión que me confirmó un destacado militante de
izquierda, ya fallecido).
Sin embargo, la situación de la vida parroquial, como
consecuencia de años aciagos y nefastos, en nada se asemejaba al
resplandeciente y exuberante templo: éste se había salvado, conservando su
riqueza y grandiosidad; el pueblo era una ruina, un desastre y una desolación.
Don Manuel en el patio de la casa rectoral acompañado de su madre, la célebre doña Pepa. (Foto cedida por Aurelio Mozo.)
Y en esos precisos momentos, como llovido del cielo, llega
a Villamartín don Manuel. Era el cura de almas que se necesitaba en semejante
coyuntura porque, aunque no solucionaría los problemas derivados de las
circunstancias políticas, ni de la ruina económica, ni de lo que ya era
irremediable, sin embargo, inyectó en el corazón de todos unas enormes dosis de
esperanza, un amor inmenso y entrañable que, con su sonrisa, curó llagas y
heridas, y amortiguó los llantos, las penas y los sufrimientos de unos y otros.
Fue un ángel que Dios envió para que con su sola presencia la luz disipara
muchas tinieblas y todos encontraran en él lo que no era posible hallar en
ninguna otra persona ni institución. Él cubrió esa necesidad que sienten los
pueblos en situaciones difíciles de agarrarse a alguien que al menos lo mire,
lo escuche, le sonría, lo salude, lo quiera.
Cualquier lugar o motivo era bueno para reclamar la asistencia de don Manuel; lo mismo participaba en una zopa en el campo con las familias más influyentes que con los más humildes.
En D. Manuel encontró Villamartín el padre, el amigo, el
hermano y el párroco que renovaría por completo la Iglesia, imprimiéndole una
nueva savia y una vida apostólica cual nunca poseyó. Por ella habían pasado
sacerdotes celosos, listos y ejemplares, pero sin llegar a la talla humana y
rica de D. Manuel, que supo hacerse chiquillo cuando jugaba con los críos al
balón, o corría con ellos para ver quien alcanzaba antes la meta, o se le
ocurría llevarlos al río entreteniéndose en rociarlos con agua mientras él
soltaba aquellas carcajadas estrepitosas que lo caracterizaban; que supo
hacerse joven reclutando aquella multitud de mozalbetes con los que llevó a
cabo una admirable acción pastoral mediante los círculos de estudios que se
llevaban a cabo en la sacristía del convento de las monjas; allí adquirieron
sólida formación una pléyade de jóvenes que más tarde han constituido la
militancia cristiana y comprometida de Villamartín en todos los campos y
facetas de la vida.
Que también supo estar con los mayores, valiéndose de ellos
para establecer la Adoración Nocturna, reorganizar la Hermandad Sacramental,
imprimir vitalidad a la vida religiosa, estimular a las Conferencias de San
Vicente de Paúl, etc. Y supo ser anciano y enfermo visitando a todos los que
sufrían y agonizaban, que esperaban de él un consuelo y una esperanza.
Era el cura y el hombre que necesitaba Villamartín: los
niños, los mayores y los ancianos; el rico y el pobre; el justo y el pecador;
el creyente y el agnóstico. Todos lo buscaban porque todos lo querían.
Todos los que le conocimos lo recordamos con su puro en la boca y su manteo ondeando al viento, rodeado de una chiquillería que gozosa besaba su mano.
Abrió las puertas del hermoso templo a todo el pueblo,
invitándole a entrar y salir por él como si de su propia casa se tratara. Y,
efectivamente, la iglesia se llenó hasta los bordes como jamás se había
conocido; y los sacramentos se frecuentaron en número incalculable, acercándose
a ellos personas que jamás habían pisado la iglesia. Con su virtud, humildad y
ejemplo, que impresionó a ciertos agnósticos, consiguió la conversión de
algunos que cambiaron sus vidas, llamando la atención del pueblo con la
consiguiente extrañeza y admiración de todos. Los había visitado en distintas
ocasiones y aquellos contactos produjeron sus frutos. Cuando se percataron de
que sus vidas tocaban fin, no dudaron en llamar a D. Manuel, solicitándole
confesión y recibir los últimos sacramentos.
Un hombre de Dios, enviado por Dios para llevar a los
hombres a Dios.
Recordando algunas de sus más destacadas actividades, cito
éstas por orden de importancia, mencionando sus respectivos componentes que
darán fe de la veracidad de esta biografía:
1) La misa mayor de los domingos y festivos, el coro parroquial
y otros cultos. Incrementar el culto, estimular la recepción
de los sacramentos y solemnizar las misas dominicales y festivas fue el primer
objetivo que se trazó don Manuel tan pronto se hizo cargo de la Parroquia.
Todos recordamos aquellas misas cantadas que el gran músico Antonio Fuentes
acompañaba magistralmente al órgano: eran auténticas delicias musicales que
realzaban el culto, cuyos frutos no se dejaron esperar: multitudinaria
asistencia, colas en el confesonario, filas interminables para acercarse a
recibir la Sagrada Comunión, presencia masiva de juventud, etc.
El coro, compuesto por hombres y mujeres: Pepe Garrido,
Julio Romero, Felipe Jaime, Manolo Carretero, Rosa Gómez, María Teresa Holgado
Moreno, Luisa y Angelina Borrego Ramos, María Teresa Troya, Elisa Gómez y
algunas más, entonaba hermosas composiciones de Eslava, de Merchant, de García
Torres y de otros que habían caído en olvido. Más tarde, doña Belén Bohórquez
organizaría otro coro de mayores proporciones y altura, llegando a interpretar misas
de Perosi y composiciones de envergadura.
El altar lo revistió don Manuel con monaguillos y jóvenes
que daban vistosidad y un empaque de gran solemnidad. Y los innumerables
triduos, septenarios y novenas llegaron a celebrarse con aparatosidad
catedralicia. A ello contribuyó especialmente la presencia de predicadores de «campanilla»:
el redentorista P. Carrillo de Albornoz, el jesuita P. Martínez Ruiz, el
salesiano P. Campoy, etc. que lograron llenar con sus prédicas las naves de la
iglesia.
Acto de despedida de la peregrina Virgen de Fátima. Don Manuel disfrutaba solemnizando los actos religiosos. Por esta razón le vemos con roquete, capa pluvial y bonete. En la foto aparecen: Luis Moreno, don Donato Cago, Vicente Jarava, don Juan Casilla —capitán de la Guardia Civil—, don Manuel, Pepe Borrego, don Manuel Bocanegra, María Victoria Troya y don Adolfo —el alcalde—. (Foto cedida por Aurelio Mozo.)
2) La catequesis. Una actividad que, debido a
los años aciagos de la República, estuvo muy descuidada. Con la llegada de don
Manuel el panorama cambió por completo: creó un grupo de catequistas —las
Carrillo, las Troya y otras— que dedicaban un día a la semana a impartir
catequesis a todos los niños de las escuelas que, formando un corro en cada
altar de la parroquia, recibían la debida instrucción religiosa. Al final de
curso bahía reparto de premios según asistencia y aprovechamiento.
Academia las Montañas. En la década de 1940 don Manuel Gestoso crea este colegio para que los jóvenes de Villamartín pudieran acceder a estudios superiores; pronto se incorpora al grupo de docentes don Manuel para impartir latín, francés, griego y religión.
3) La Adoración Nocturna. Existía la Hermandad
Sacramental, pero de escasa actividad. Para impulsar la devoción al Santísimo, don
Manuel organizó la Adoración Nocturna, siendo inaugurada el 25-26 de julio de
1942. Fue su presidente D. Luis Mozo, y entre sus primeros miembros podemos recordar
a Juan Troya Romero, Gabriel Jarava Troncoso, Vicente Jarava García, Manolo Íñigo,
Francisco Romero Morales, Juan Troya Carredano, Miguel Peña Troya, Francisco
Troya Sánchez, Pepe Borrego, Juan López Holgado, Julio Romero, Diego Holgado
Caro, Diego Pino Perea, Juan Sánchez, José Joaquín Riquelme, Curro Torres-Lineros,
Pepe Troya, Francisco Vázquez Mendoza, Diego Holgado Manzano, Curro Calles,
Rafael Troya, Paulino y Ángel Quintana, Manuel Quintanilla, Rodrigo Sepúlveda,
Donato Gago Curieses, Manuel Tinajero, Pepe Garrido, Manolo Romero Martel, Justo
López, Juan Regordán, Pedro Jarava, Diego Vázquez y muchos otros que se fueron
agregando con el tiempo.
4) Acción Católica. No se conocía en
Villamartín, es más, no se tenía noticia de su existencia y, menos aún, de su
finalidad. Don Manuel la organizó en los primeros años de su llegada como medio
apostólico y de formación. Un día a la semana solía reunirse con las distintas
ramas de dicha Acción Católica en la sacristía de la iglesia de las Monjas:
eran los célebres círculos de estudio donde después de rezar, se comentaban los
Santos Evangelios, se obtenían conclusiones, cada uno formulaba un compromiso
y, finalmente, se proyectaban algunas actividades, terminando con el himno que
todos cantaban con mayor o menor afinación. La reunión de mayores la formaban
Pepe Garrido —el presidente—, Juan López Holgado, Diego Holgado Manzano, Pepe y
Antonio Pino, Fernando Estrada Jiménez, Julio Romero, Curro Troya, Ángel
Quintana, José María Martel, Curro González, etc.
5) Aspirantes de Acción Católica.
Nicolás Sánchez Regordán —presidente—, quien escribe este libro —secretario—,
Paco Vidal, José Cruz Lara, Rafael Camacho, Juan Luis Garrido Holgado, Aurelio
Mozo Durán, Aurelio Mozo Gil, Manolo Estrada, Juan Luis Pavón, Joaquín Holgado,
José Antonio Ríos, Campanario, Juan Conde, Modesto Moreno, Augusto el del Carabinero,
etc.
6) Acción Católica, rama femenina.
Entre las mayores se encontraban las Carrillo y las Troya, y entre las más
jóvenes podemos recordar a Rosa Jarava Peña, Carmelita Jarava Ruiz, Mari Carmen
Gago, Mari Carmen Riquelme, Aurora Valencia, Mercedes Chacón y un sinfín de
jóvenes.
Uno de los principales objetivos de don Manuel fue la organización de la Acción Católica. Este grupo de la juventud masculina data de 1948. En la foto, hecha en el patio del convento de las Monjas, donde se celebraban los círculos de estudios, aparecen de izquierda a derecha, y de arriba abajo: 1ª fila: Pepe Tinoco, Pepe Camacho, Manolo Holgado, Diego Vicedo, Carlos Troya Romero, Luis Troya, Paco Holgado y Pepe Cigales; 2ª fila: Jesús Delgado, Paco Cigales, Carlos Romero, Basilio López, Julio Romero, don Manuel, Pepe Garrido —presidente— , Diego Holgado, Curro Calle y Curro Troya: 3ª fila: Pepe Pino, Ángel Quintana, José María Martel y Curro González. (Foto cedida por Pepe Pino.)
Un grupo de Acción Católica en la carretera de la Fábrica esperando la llegada de la Virgen de Fátima. De izquierda a derecha: Juan Luis Garrido, Encarnita la Practicanta, Juan Vidal portando un banderín, María Luisa Vázquez Martel, Nicolás Sánchez con la bandera de Acción Católica y Teresa Jarava. (Foto cedida por Diego Holgado.)
7) Las Conferencias de San Vicente de Paúl. Era
una organización de abolengo en Villamartín. Su existencia data de muchos años
anteriores a la llegada de don Manuel, pero fue éste quien les dio nuevo
impulso y vitalidad con aquellas visitas domiciliarias que solía hacer a pobres
y enfermos. Un gesto de entrañable caridad era aquel almuerzo que el Jueves Santo
solía organizar y al que asistían pobres de solemnidad. La comida la preparaban
en «El Taller» y la mesa la presidía don Manuel. A continuación, se celebraba
en el altar mayor de la parroquia el rito del lavatorio.
8) Las Conferencias Cuaresmales y las Misiones Populares. A
partir de 1942, cuando don Manuel no llevaba todavía un año al frente de la
Parroquia, comenzó a organizar las conferencias durante el tiempo de cuaresma
que darían abundantísimo fruto. Para las primeras trajo a tres PP. Paúles: el
P. Pedro, el P. Fernando y el P. Daniel. La mañana estaba dedicada a los niños,
la tarde a señoras y jóvenes y la noche a hombres, ocupando para ello la parroquia
y San Francisco. Como los años han pasado, puedo referir dos casos de auténtica
conversión: uno fue la devolución de una considerable cantidad de dinero a quien
le había sido sustraída, y otro, la entrega de cien mil pesetas (¡año 1942!) a
un obrero a quien el dueño de la empresa creía haber perjudicado con los bajos
salarios que estaba dándole. No suelen ser casos muy usuales.
Aquellas conferencias desembocarían en la multitudinaria
misión que se organizó el año 1965, impartida por los PP. Misioneros
Diocesanos, y en cuyo acto final llegaron a comulgar alrededor de cinco mil
personas. La imagen de la Virgen de las Montañas estuvo presente en todos los
centros, siendo despedida con una manifestación de impresionante fervor cual
nunca se había conocido.
Tanda de ejercicios espirituales organizada en la iglesia de San Francisco. Don Manuel solía invitar algunos años a un sacerdote o religioso para que los dirigiera. En esta ocasión los impartió él. De izquierda a derecha: Manuel de Francisco, Carmen Ramírez, Manolo Tinajero, Fernando Holgado, Andrés Tinajero, P. Gutiérrez, Isabel Bernal, Miguel Gutiérrez, José A. Quintanilla, Paco Mozo, Pepi Tinoco, María Luisa Quintanilla, Juan Moreno, A. Campanario, Antonio Alpresa, don Manuel —el cura—, Diego Montesino, Mari Carmen Mozo, Pepe Hidalgo, Antonio Sánchez, Isabel Gómez, Rosario Holgado, Aurelio Mozo, Atanasia García, Pepe Cigales, Marina Garrido, Momi Jarava, Nicolás Sánchez...
9) Las hermandades. Desde muchos años antes del
advenimiento de la II República no hacían estación penitencial las hermandades
que existían con anterioridad a esta fecha. Con la llegada de don Manuel, todas
salieron en desfile procesional, desde el precioso Crucificado y la Soledad de
San Francisco, hasta el Santo Entierro y la Dolorosa de la Parroquia. Un año
llegó a ocupar un paso el Cristo de Humildad y Paciencia. Y el Domingo de Resurrección,
el Resucitado, que jamás había salido en procesión; al menos nadie recordaba
tal efeméride. Posteriormente, esta hilera de pasos aumentó con la creación de
nuevas hermandades, cuales fueron Las Angustia y La Borriquita.
Las antiguas hermandades de Villamartín resurgieron a impulsos de don Manuel, quien, además, fundó otras, como es el caso de la Hermandad de Las Angustias, cuyos componentes, la mayoría del gremio del comercio, aparecen en esta foto tomada en las Montañas. Casi todos son identificables (de izquierda a derecha y de arriba abajo): José Palmero, Fernando Rodríguez, Andrés Gasparrubio, Gallego, Pepe Borrego, el director de Banesto, Pepe Romero, Joaquín Holgado, Manolo Íñigo, Vicente Jarava, Juan Regordán, Pepe Bernal, Fernando de la Rosa, Diego Vázquez, Paco Escolar, Pepe Jarava, Antonio Gutiérrez, Curro López, Diego Guzmán (cuando era párroco de San Roque de Sevilla), don Manuel —el cura— Pepe Cabrera, Regordán, Sebastián Álvarez y Juan Vidal. Agachados: Rafael Giráldez, Francisco Vicente Jarava y Ramón el monaguillo. (Foto cedida por Cristóbal Vázquez Romero.)
Un paseo a las Montañas. Era el preferido por don Manuel, siempre rodeado de jóvenes. Aquí lo vemos junto a Pepe Pino, Juan López Bernal, Fernando y Enrique Troya, Ramón Escolar, Nicolás Sánchez Regordán, Curro Holgado, Eduardo Tovar, Manolo Vidal, Manolo Carvajal Ávila y Pedro Jiménez Capilla. (Foto cedida por Pepe Pino.)
10) La peregrinación a las Montañas. A
partir del año 1944 don Manuel inició la costumbre de organizar el último
domingo del mes de mayo una peregrinación a las Montañas. Se caminaba a pie
porque era una peregrinación de tipo penitencial para que los horrores de la
guerra no se repitieran. Durante los nueve kilómetros que separa el pueblo de
la ermita, todos rezaban el rosario, y a la llegada se celebraba la misa de
comunión, seguida de una salve y almuerzo en comunidad de amigos. Esa costumbre
cobró tal arraigo que hoy constituye uno de los actos principales de la
Hermandad de la Virgen de las Montañas.
11) La emisora Radio las Montañas. Fue
un proyecto arriesgado porque la normativa imperante era muy restringida y las
emisoras habían de ser controladas por las jefaturas provinciales del
Movimiento. Pero don Manuel se arriesgó, instalándola en el salón conocido por
El Taller. Sobraron locutores encargados de emitir los más variados programas:
Pepe Garrido, Francisco y Juan Vidal, Eulogia Salazar, José Cruz Lara, José y
Antonio del Pino Yuste, Aurelio Mozo, Mateo Jiménez Conde, Rafael y José Sancha
Ortega, María del Carmen Moreno Vázquez, Vicente Alpresa, Sofía Díaz, Concha Álvarez,
José Jarava Rollán, etc
A don Manuel le encantaban los paseos al campo, sobre todo a las Montañas, en cuyos alrededores está hecha la fotografía. En ella aparece un grupo de jóvenes, casi todos de Acción Católica, que alegres beben y cantan. En la imagen, el primero que aparece es Nicolás Sánchez Regordán, seguido de José Antonio Ríos, que canta a toda voz; a su lado, don Manuel y detrás Pepe Pino, que también canta con todas sus fuerzas; al lado de don Manuel, Carlos Pérez, Esteban Rubiales y Paco Vidal. Agachados: J. Moreno, Campanario y Aurelio Mozo. (Cedida por P. Pino.)
Don Manuel, en el patio de un cortijo, con un grupo de cursillistas de cristiandad, fácilmente reconocibles: Esteban Rubiales, un maestro, don Manuel, Juan Moreno, Manolo Quijano, Juan Carmona, Pepe Pino, José Antonio Ríos, Nicolás Sánchez, Paco Vidal y Juan Conde en meditación contemplativa. (Foto cedida por Pepe Pino.)
La programación abarcaba desde el Santo Rosario con amplia
audición, explicación del Evangelio, charlas catequéticas, etc., hasta la
retransmisión de los cultos o de los partidos de fútbol, que se hacía con el
teléfono de una casa vecina al campo de fútbol, estableciendo línea directa con
el de la parroquia, y desde éste, mediante un micro, con la emisora. No
faltaron tampoco las críticas de teatro, noticias locales y comarcales,
entrevistas y concursos que desbordaron las posibilidades que ofrecía un
micrófono y fueron trasladados al salón del cine Cervantes con éxito apoteósico
de público y taquilla. Entre los artistas más conocidos que se acercaron por la
emisora podemos citar a Manolo Escobar, Pepe da Rosa, Enrique Montoya y otros.
La popularidad de «la emisora de don Manuel» suplantó la audiencia de las
nacionales y provinciales con las consiguientes quejas y denuncias del Gobierno
Civil que don Adolfo Blanco, el alcalde, procuraba esquivar haciendo la vista
gorda. Aquella emisora fue el origen de los actuales medios de difusión local.
12) La cabalgata de los Reyes Magos y los concursos de
belenes. Fue una idea ocurrente que surgió a través de la emisora.
Entre los primeros reyes magos recordamos a Vicente Ríos Jiménez, Vicente
Cervera y Paco Mozo (1961), o a Manolo Quijano, Marcelino Blanco y Pepe Pino
(1962). Don Manuel alentaba, tomaba parte en todas las actividades y presidía
los jurados encargados de premiar los belenes.
De 1948 a 1963, don Manuel estimuló las funciones de teatro, cuyos beneficios se invertían en reparaciones que había que efectuar en el templo parroquial. La foto recoge una escena de La Vida es sueño, de Calderón de la Barca, interpretada, entre otros, por Aurelio Mozo, Cleofe García, Antonio Pino, Eladia Salazar y Carlos Pérez. (Foto cedida por Aurelio Mozo.)
13) Los teatros. Desde 1948 hasta 1960
aproximadamente, la Parroquia organizó espléndidas e inolvidables funciones de
teatro con fines benéficos, en las que participaba toda la juventud de Acción Católica
y otros jóvenes de uno y otro sexo, que se desenvolvían muy bien en las tablas.
Doña Belén Bohórquez y Pepe Garrido se encargaban del montaje artístico. Y
entre las figuras estelares de mayor relieve se encontraban Pepe Pino, Pepe
Ruiz, María Peña, Paco Vidal, Rafael Córdoba, hermanas Navarro Romero, Marili
Mozo, Bernardo y María Luisa de los Ríos, Consuelo Bernal, Aurelio Mozo, Carlos
Pérez, Antonio Pino, Juan Domínguez, María Luisa Quintanilla, Vicente Alpresa,
Tobalo Méndez, Cleofé García, Eladia Salazar y su prima Amparo, etc. Algunas
obras fueron de auténtico éxito, por ejemplo: Puebla de las mujeres, La
risa va por barrios, El genio alegre, El patio, La vida es
sueño, etc.
14) El fútbol. No podía faltar este
deporte, pues don Manuel era buen aficionado. Tan pronto llegó a Villamartín
compró un balón para jugar con los chiquillos en el atrio de la Iglesia o en el
campo.
El deporte era uno de los medios que utilizaban los párrocos en los años cuarenta para atraer a la juventud. Don Manuel, entusiasta del fútbol, organizó un equipo que se conocía por la Acción Católica de don Manuel. Los encuentros eran frecuentes, en algunos de los cuales jugó el mismo don Manuel o ejercía la función de árbitro. La foto recoge los chiquillos que en el verano de 1948 jugaron en Puerto Serrano un encuentro con el equipo de aquella parroquia. El resultado fue: Acción Católica de don Manuel 5, Puerto Serrano 2. En la foto aparecen Manolo el "Arqueño", Ricardo Salazar, Aurelio Mozo Gil, Paco Bernal, Juan L. Garrido, R. Escolar, F. Troya, N. Sánchez, C. González, A. Pino, T. Méndez, P. Ruiz, M. Carvajal, Eulogio G., P. Tinoco, F. García, J. Cruz, R. Romero, F. Gilabert, M. Gómez, A. Mozo, P. Vidal y C. Troya. (Foto cedida por Juan Vidal.)
Más tarde llegó a formar un equipo conocido por el nombre
de «Acción Católica C.F.», que se enfrentaba a otros del pueblo, organizándose
reñidos campeonatos con más o menos suerte. Otras veces, se desplazaban en
bicicleta a Puerto Serrano para jugar con el equipo local. Don Manuel, desde la
tribuna improvisada, animaba con sus gritos, recomendando cómo debían realizar
las jugadas para mayor acierto. Entre aquellos jugadores podemos recordar a
Manolo el Arqueño, Ricardo Salazar, los dos Aurelios, Paco Bernal, Fernando
Troya, Nicolás Sánchez, Ramón Escolar, Tobalo Méndez, José Cruz Lara, Pepe
Ruiz, Cándido González, Manolo Carvajal, Eulogio García, Pepe Tinoco, Rafael
Romero, Paco Vidal, Carlos Troya, Fermín Gilabert, Manolo Gómez y Modesto
Moreno.
Algo más tarde, gracias a esta afición despertada por don
Manuel, surgió el equipo del Villamartín C.F., que se formó con los mejores del
de Acción Católica y algunas antiguas glorias del Guadalete C.F. Ello sirvió de
acicate para que se organizaran también Los Cazadores y La Estrella.
15) Santo rosario y conferencias en el campo de aviación. En
su afán de no dejar atrás sector alguno, todos los jueves del año, unas veces
solo, otras acompañado, se encaminaba a pie hacia el campo de aviación, que
durante los años de la postguerra estuvo en los Llanos de La Mata, para el
rezar el rosario, explicar a los soldados y jefes el Evangelio y compartir un
rato con ellos, volviendo de nuevo a pie cuando no era posible que la camioneta
del destacamento lo acercara al pueblo.
Y así podíamos continuar describiendo la impresionante
labor de don Manuel.
Tiempos de nostalgia que todos recordamos con satisfacción
porque fueron años irrepetibles en nuestra vida. Andaríamos escasos de otros
menesteres, pero sobraba ilusión, amistad sincera, unión entrañable… Una
insignificancia era suficiente para divertirnos y reír como nunca habremos
reído. Y, en buena parte, gracias a este pastor de almas, inocente, bondadoso,
paternal, estregado por completo a su ministerio y que tanto bien hizo a todo
el pueblo.
Acto de bendición de la red de abastecimiento de aguas —26 de Julio de 1950— don Manuel, asistido por el acólito Antonio Pino y por el sacerdote Andrés Sánchez, reza las oraciones del ritual para tales ocasiones. Dos municipales —uno de ellos, Esteban Moreno— ponen orden entre los numerosísimos asistentes. (Foto González, cedida por Elisa Blanco.)
A don Manuel, que vivía y estaba presente en todos los avatares del pueblo, lo vernos aquí el día que se inauguraron los depósitos del agua —1949—. Acompañan a don Manuel de izquierda a derecha Mateo Manzano, Casillas —capitán de la Guardia Civil—, Julián Ponce, Ramón de la Rosa, Francisco Vázquez Mendoza, el general Olite, don Luis Mozo y Alberto Romero. (Foto cedida por la viuda de Pepe Bernal.)
Con la Virgen de las Montañas. Romería de 1957. El sacerdote y rector de la Parroquia de Santa María de las Virtudes de Villamartín, Manuel Jiménez Sutil, precede a la Virgen en su traslado desde la ermita hasta el supuesto lugar de las apariciones; le acompañan Vicente Jarava, Diego Vázquez, Pepe Chacón y otros romeros.
Esta labor apostólica, social, educativa y humanitaria de
D. Manuel nunca pasó inadvertida, pero merecía ser premiada y reconocida
públicamente. Los veinticinco años de permanencia en el pueblo al frente de la Parroquia
fue la ocasión para demostrarle la gratitud y el afecto que todo el pueblo le
profesaba. El Ayuntamiento, en sesión plenaria del 15 de septiembre de 1964,
tras dar lectura de puro trámite al punto primero (lectura del borrador del
acta anterior), pasó al asunto principal de aquel pleno: proponer el
nombramiento de D. Manuel como «Hijo Adoptivo de Villamartín».
Componían el Ayuntamiento los siguientes señores: alcalde,
D. Tomás Barea Romero; tenientes de alcaldes, D. Luis Jarava Trujillo, D. José
Antonio Cassy Carvajal y D. Fernando Romero y Romero. Concejales: D. Diego
Rodríguez Racero, D. Nicolás Sánchez Regordán, D. Francisco Delgado Cebrián, D.
Miguel Vázquez Santaella, D. Sebastián Álvarez Garrido, y D. Jacinto Becerra
Velázquez. Secretario: D. José Jiménez Vázquez.
Dice así el acta en su segundo punto:
Por el Sr. Alcalde-Presidente, D. Tomás Barea Romero, se
hace una detallada exposición a la Corporación Municipal de la ingente labor
desarrollada por el Reverendo Padre D. Manuel Jiménez Sutil, al frente de la
Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de las Virtudes de esta Villa, durante los
veinticuatro años consecutivos que lleva dirigiéndola, primero como cura regente,
posteriormente como cura ecónomo y últimamente como cura párroco propietario en
la que ha demostrado sus grandes dotes de «cura de almas» y padre espiritual de
varias generaciones de hijos de Villamartín, así como sus actividades apostólicas,
que han logrado aumentar considerablemente el grado de espiritualidad cristiana
del pueblo de Villamartín en general, labor que en la mayor parte del tiempo
indicado, y debido a la escasez de sacerdotes que en determinadas épocas tenía
nuestra Archidiócesis, la ha realizado solo, sin más ayuda que la providencia
que en todo momento le ha concedido Dios para afrontar y Ntro. Señor, dándole
salud, fuerza y voluntad para afrontar y llevar a cabo el enorme trabajo que ha
significado esta gran labor sacerdotal y apostólica, y en la que resaltan sus
virtudes de prudencia, humildad y bondad que ha contribuido en grado sumo a la
connivencia pacífica y laboriosa del vecindario de Villamartín, y que le ha granjeado
el cariño y respeto de todos los feligreses de su Parroquia, sin distinción de
clases y categorías; y por ello, cree que es llegado el momento en que el
pueblo de Villamartín en general, reconozca agradecido esta gran labor cristiana
de su párroco reverendo padre, D. Manuel Jiménez Sutil, y le rinda el homenaje
público de amor y cariño que se merece, por lo que propone a la Corporación
Municipal, adopte el acuerdo que plasma estos deseos generales, como genuina
representación del vecindario de Villamartín; y los señores capitulares por
unánime aclamación, haciendo uso de la facultad que le otorga el artículo 304
del vigente Reglamento de Organización, Funcionamiento y Régimen Jurídico de
las Corporaciones Locales y reconociendo el espíritu de justicia de la
propuesta de la alcaldía-presidencia y el sentir general del vecindario de
Villamartín, por ellos representados, acuerdan nombrar al reverendo padre, D.
Manuel Jiménez Sutil, hijo adoptivo de esta Villa, como modesto testimonio de
gratitud del pueblo de Villamartín, por la gran labor sacerdotal y apostólica,
realizada al frente de nuestra Santa Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de las
Virtudes, expidiéndosele un pergamino que perpetue este nombramiento, que le
será entregado en acto público de homenaje, que se celebrará, Dios mediante, el
día 27 de septiembre actual, designándose por unanimidad, una Comisión
integrada por el Sr. alcalde-presidente y por los capitulares, D. Nicolás
Sánchez Regordán, D. Sebastián Álvarez Garrido y D. Luis Jarava Trujillo, que
se encargará de la organización de este homenaje y que será ampliada con
vecinos miembros de asociaciones religiosas, elegidos por los componentes
referidos de esta comisión.
A requerimiento del Sr. alcalde-presidente y de los capitulares
asistentes, entra en el salón y ocupa uno de los escaños preferentes, el reverendo
Sr. cura párroco de la Iglesia Parroquial Ntra. Sra. de las Virtudes de esta
Villa, D. Manuel Jiménez Sutil, hijo adoptivo de esta Villa, designado por
acuerdo de este Ayuntamiento Pleno de 15 de septiembre de 1964, y seguidamente se
le hace entrega por el Sr. alcalde de la placa de oro-insignia de este
nombramiento que no pudo entregársele el día 27 de septiembre pasado, en el que
se le rindió el homenaje público del pueblo de Villamartín, con motivo del
nombramiento referido por estar confeccionándose; el reverendo Sr. D. Manuel
Jiménez Sutil, acepta la insignia y en breves palabras, reitera su profundo
agradecimiento, tanto a la Corporación Municipal como al pueblo de Villamartín
en general, por su nombramiento de hijo adoptivo de esta Villa que le honra y
por el homenaje popular y entrega del pergamino y esta placa-insignia que se le
ha hecho, ofreciendo continuar laborando por el enaltecimiento de la vida
espiritual de nuestro pueblo y que su trabajo apostólico hará extender el
Reinado de Cristo en todos los corazones de los hijos de Villamartín; saliendo
seguidamente del salón acompañado hasta su puerta por el Sr. alcalde-presidente
y los capitulares presentes que le despidieron cariñosamente.
Bendición motos. Concentración de motos y bicicletas en la ermita. 1953. Don Manuel Jiménez Sutil bendice las motos en presencia de Santiago Tinoco, Miguel Vázquez y Sebastián Álvarez.
D. Manuel Jiménez Sutil había nacido en Mairena del Alcor el día 2 de octubre de 1905. Realizó sus estudios eclesiásticos en el seminario de San Telmo (Sevilla), siendo ordenado de sacerdote por el cardenal Ilundain el 2 de junio de 1928. Su primer destino fue ecónomo de Sanlúcar de Guadiana (Huelva) y encargado de La Granada (Huelva). A los pocos años es nombrado coadjutor de la Parroquia de Guadalcanal, y de allí pasó a Villamartín, como coadjutor; posteriormente, cura regente, ecónomo y, finalmente, cura párroco al aprobar las oposiciones a curato en propiedad; tomando posesión canónica en julio de 1957. Falleció el 29 de mayo de 1966, tras una larga enfermedad. El entierro fue una demostración masiva del prestigio de que gozaba y del amor que le profesó el pueblo de Villamartín. Una muestra de ello es el pleno municipal convocado al día siguiente del óbito y las disposiciones tomadas para expresar pública y oficialmente el dolor de todo el pueblo.
Dice el acta:
Por el Sr. alcalde-presidente se da cuenta a la Corporación
Municipal que el día 29 de mayo pasado, con motivo del fallecimiento de nuestro
querido párroco e hijo adoptivo de esta Villa, D. Manuel Jiménez Sutil, (q. s. g.
g.) publicó bando, comunicando al vecindario el óbito e interpretando el sentir
general de la población, adoptó las siguientes disposiciones:
1.⁰ Se declaran días de luto oficial
el de hoy y de mañana.
2. ⁰ Durante dicho tiempo, los funcionarios públicos que
usen uniforme llevarán brazalete negro en la forma reglamentaria. Los demás funcionarios
usarán corbata negra.
3. ⁰ Para que el vecindario pueda asistir al entierro que
tendrá lugar (D.M.) a las seis de la tarde de mañana día 30, se declara inhábil
a todos los efectos la jornada de la tarde de dicho día. La recuperación y
efectos laborables se llevará a cabo en la forma reglamentaria.
4. ⁰ Quedan terminantemente prohibido toda clase de
espectáculos públicos, altavoces, televisores, y toda clase de ruidos o música
que no sea sacra.
5. ⁰ Las primeras autoridades y la Corporación Municipal,
me acompañarán en la presidencia oficial del acto del sepelio.
Este Bando fue difundido ampliamente en la población y
remitido un ejemplar del mismo al Sr. juez comarcal de esta Villa, Sr. capitán
de la Guardia Civil de esta compañía, y Sr. comandante de puesto de la Guardia
Civil de esta Villa a oportunos efectos.
A su vista los Sres. capitulares acuerdan por unanimidad,
aprobar las medidas adoptadas por la alcaldía-presidencia, hacer constar en
acta el profundo sentimiento de la Corporación Municipal y del pueblo de
Villamartín en general, por el tránsito de este justo párroco que durante 25
años ha regido la vida espiritual de los hijos de Villamartín, sabiendo granjearse
por sus virtudes el amor de todos sus feligreses, patentizado por el gran
número de personas que asistieron a su sepelio que constituyó una imponente
manifestación del sentir de todos los sectores sociales de la población, y que
se testimonie a sus familiares, hermanos D. Juan y D. Enrique, hermana política
doña Carmen Sánchez, Vda. de Jiménez y sobrinos doña Carmen, doña Alicia y D.
José Enrique Jiménez Sánchez el más sentido pésame de este Ayuntamiento Pleno,
y el personal de todos los Sres. capitulares que lo constituyen, por esta irreparable
pérdida para todos, mediante traslado de este acuerdo; y que así mismo se
traslade este acuerdo a su eminencia reverendísima el cardenal arzobispo de la
Archidiócesis, D. José María Bueno Monreal, como testimonio del sentir del
pueblo de Villamartín y de su Corporación Municipal ante el tránsito de este
justo párroco, que priva a la Santa Iglesia de los Servicios temporales de este
virtuoso sacerdote.
Aquí vemos al que fuera párroco de Villamartín, Manuel Jiménez Sutil, Manuel Román-Naranjo Gil y Juan Gómez Méndez en un acto que bien pudiera tratarse de la bendición del vehículo. (Imágenes de un Siglo III.)
Estas disposiciones constituyen toda una aseveración de lo
que había representado en Villamartín la persona de D. Manuel el cura.
El cadáver fue expuesto en la parroquia y ante él desfiló
la totalidad del pueblo, desde el más anciano hasta el niño pequeño en brazos
de su madre. Las lágrimas corrieron por las mejillas y los sollozos no se
pudieron disimular: había muerto el padre del pueblo.
Al día siguiente se celebraron las exequias, que ofició el obispo
auxiliar de Sevilla, vicario de Jerez, monseñor Cirarda Lachiondo, y al
finalizar la santa misa, una inmensa multitud en profundo recogimiento acompañó
al féretro hasta el cementerio, mientras se rezaba el rosario que, en voz alta,
dirigía un sacerdote. La muchedumbre era tal, que los chiquillos, para ver
pasar el cortejo y dar el último adiós a don Manuel, se vieron obligados a
encaramarse en la rejas y balcones de las casas (2).
Años más tarde, sus restos fueron trasladados a la capilla
del Cristo de Mairena del Alcor, conforme a los deseos del finado.
Un hombre bueno, un pastor celoso, un amigo entrañable, un
santo, «luz del ciego, báculo del pobre, padre común, presencia providente,
todo de todos» (Himno de Laudes del Común de Santos).
(1) Romero Romero, Fernando. Guerra Civil y represión,
en prensa.
(2) Testimonio de quien entonces era un niño y, con el
resto de sus compañeros, trepó por una ventana, porque de lo contrario no era
posible ver el féretro que contenía el cadáver, debido al gentío que lo
rodeaba.
Compartiendo el almuerzo con un grupo familiar, posiblemente en cualquiera de las muchas romerías que vivió y disfrutó al lado de su pueblo.
© del texto, Antonio Mesa Jarén, del libro citado.
© de las imágenes, llo citado en los pies de foto y volumen
I, II y III de la colección Villamartín. Imágenes de un Siglo.
© de la publicación impresa, Hijos ilustres y personas
relevantes en la historia de la muy noble y muy leal villa de Villamartín. Ayuntamiento de
Villamartín. 1999.
© de esta publicación on line, «Villamartín.Cádiz
Blog de Pedro Sánchez».
Bibliografía relacionada
con este sacerdote
Jiménez Sutil, M.: Lo que hace la fe. Libro de
Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 1957. Descargar
Mesa Jarén, A.: Don Manuel. Hijos Ilustres y
personas relevantes en la historia de la muy noble y muy leal villa de Villamartín.
Ayuntamiento de Villamartín, 1999. El presente artículo digitalizado y
ampliado. Descargar
Bernal Cisuela, J.: Necrológica. Libro de
Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 1966. Descargar
Chacón Cózar, J.: Don Manuel al hilo del
recuerdo. Libro de Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 1985. Descargar
Bernal Cisuela, J.: La emisora de don Manuel. Libro
de Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 1993. Descargar
Letheo. Semblanza de don Manuel. Libro de Feria. Ayuntamiento
de Villamartín, 1996. Descargar
Vidal Jiménez M.: Don Manuel…, un hombre bueno. Villamartín.
Imágenes de un Siglo III. Ayuntamiento de Villamartín, 2016. Descargar
Vidal Jiménez M.: Semblanza de don Manuel. Libro
de Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 2005. Descargar
Vidal Jiménez, M.: Semblanza de un hombre
bueno…don Manuel. Villamartín Información, Año V, nº 105, 2000:8.
Vidal Jiménez M.: Manuel Jiménez Sutil, párroco
de Villamartín entre 1941-1966. Publicación on line. Enlace.
Chacón Girón F.: Don Manuel y el V Centenario.
Libro de Feria. Ayuntamiento de Villamartín, 1999. Descargar
Como complemente al presente artículo puedes visualizar un completo álbum fotográfico (35 imágenes) sobre este sacerdote y párroco con sus correspondientes pies de foto en este «enlace».
Comentario sobre la estancia de don Manuel Jiménez Sutil en
Guadalcanal (Sevilla)
Antes de su llegada a Villamartín en 1941, posiblemente, lo
que más marcó a don Manuel en el ejercicio del sacerdocio fue su paso por
Guadalcanal (Sevilla). Allí llegó en junio de 1932 como coadjutor del párroco
Pedro Carballo y allí seguía de coadjutor cuando se produjo el golpe de Estado
del 18 de julio de 1936. Por lo tanto, vivió los convulsos años de la II
República y las protestas obreras ante las penurias que sufrían los jornaleros
en un pueblo dominado por los terratenientes. Tras el golpe de Estado, son
asesinados el alcalde republicano y otros ciudadanos de izquierdas por fuerzas
cercanas a los golpistas. Al hacerse las izquierdas con el poder en esos
primeros días, asesinan a 32 personas de derechas, siendo una de las primeras
el párroco don Pedro, natural de Ubrique, por lo que Jiménez Sutil pasa a
ocupar el cargo de párroco. Como tal, y una vez tomado Guadalcanal por las
fuerzas franquistas (19 de agosto), le escribe en varias ocasiones al cardenal
de Sevilla contando lo sucedido. Sobre cómo fue tratado personalmente, en una
de sus cartas asegura: «Estuve detenido unas cuantas horas y he permanecido
recluido en casa hasta que llegaron las fuerzas [franquistas]». Otro de los
detenidos que coincidió con don Manuel durante esas horas de reclusión quedó
por escrito: «Se encontraba con nosotros el sacerdote coadjutor del pueblo,
D. Manuel Jiménez Sutil y le dijeron que si se quitaba la sotana lo dejarían
salir. Él no quería, pero yo le insistí en que se la quitara que ya volvería a
ponérsela y le dejé mi chaqueta para que pudiera salir, […] y así salvó su vida
y más tarde pudo seguir ejerciendo su ministerio». Una vez ocupado
Guadalcanal por los golpistas, y ya más tarde, acabada la guerra, tuvo que
vivir la tremenda represión sobre los izquierdistas (unos 70 fusilados) como
párroco titular hasta el 31 de diciembre de 1939 que se produce su cese y
traslado. En esos años tuvo que asistir a los fusilados en sus últimos momentos
y cumplimentar los preceptivos informes que solicitaba la justicia franquista
al comandante de puesto, al alcalde y al párroco. Llama la atención cómo inició
la redacción del referido a un ugetista tras regresar éste como prisionero del
frente: «no pertenecía, ni creo haya pertenecido a organización alguna de
derecha…» (Fuente: Asociación Cultural BENALIXA de Guadalcanal).
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