Por Luis
Suárez Ávila
Lema
«Poupée»
20 de
enero de 1992
San
Sebastián, patrono de Villamartín
MOTIVO
En las leyendas sobre apariciones
marianas de corte tardomedieval, e incluso en las de nuestros Siglos de Oro, hay
una constante de origen francés que consiste en el milagroso
traslado nocturno de la imagen, desde el sitio donde
es colocada por la comunidad en que se produce el hallazgo, hasta el lugar donde fue hallada. Estos hechos se
producen por primera, segunda y,
hasta por tercera vez, constituyendo
el origen de muchos cultos marianos, así como de la construcción de infinidad de iglesias y ermitas.
I
Yo me estaba en Paxarete,
entre el monte y el matorral,
cortando leña, tajando,
ramas del alcornocal.
Y vide en un alcornoque
un bulto muy natural.
No era grande, ni mediano,
que era pequeño, en verdad;
era como una muñeca
bella y linda que no hay
tal,
vestida de seda y oro
como persona real.
Como cosa de valía,
la aparté para llevar,
que tengo hijas pequeñas
y edad tienen de jugar.
Reinando en esto que
estaba,
la tarde se vino a echar;
y con la recua hornijera
me volví a mi lugar.
En mi zurrón me traía
lo que vine en inventar,
que mis hijas, las mis
hijas,
gusto habrían de lograr,
que pobres e chiquetitas,
no tenían con qué folgar:
por la mañana, traen agua,
por la tarde, cuecen pan,
y el tiempo que a ellas
les queda
dan esparto de majar,
En pisando mis umbrales,
me vinieron a buscar.
—Hijas, hijas, las mis
hijas,
ved lo que acabo de hallar:
os traigo una muñeca,
qué edad tenéis de jugar;
es hermosa, tan hermosa,
que no vi otra que tal;
sus vestidos de oro y seda
son de persona real;
su cara y sus manos son
blanca y lindas, en verdad,
y sus ojos, dos luceros
de los que en el cielo
están.
—Padre, padre, el nuestro
padre,
nos la habréis de mostrar,
porque somos chiquetitas
y edad hemos de jugar.
—Toma, Ana, toma, Inés,
mi hija Miriam, tomad,
que a vosotras os la traigo
y os toca de ella cuidar.
—Padre, padre, el buen
padre,
buenas nos vienes a dar,
que otras veces nos
trajiste
del campo con qué folgar:
el pichón, la tortolica,
la rica miel del panal,
el chamariz, el jilguero,
que canta como no hay tal,
las hierbas de olor,
lavandas,
bellotas del encinar,
almendras de los almendros,
peras dulces del peral,
y, hoy, para nuestra dicha,
esto viniste a encontrar.
Estando en estas razones,
le empiezan a preparar
la cunita a la muñeca,
por si quiere descansar,
con media caña de corcho
y unos trozos de percal.
Ana la abraza y la mece,
Inés la va a acurrucar.
Y Miriam, la chiquetita,
nanas le rompe a cantar
y, entre nanas y arrumacos,
todas tres van a acostar,
dejando a la muñeca
tapadita en su lugar.
II
los gallos quieren cantar,
el leñador se despierta,
que es temprano en
levantar,
y se va a las estancias
donde sus hijas están.
El candil lleva en la mano
por en lo oscuro alumbrar
y vide que la muñeca
no estaba en su lugar.
—Ana, Inés y la pequeña,
hijas, hijas, levantad,
que la muñeca que os traje,
no estaba en su lugar.
Si me la habéis escondido,
decídmelo, en puridad.
—No la hemos escondido,
que nos fuimos a acostar
y ella quedó en la su cuna
con sábanas de percal.
Ana la dejó mecida,
Inés la fue a acurrucar
y yo, la más chiquetita,
nanas me puse a cantar
y, al cabo de todo esto,
las tres fuimos a acostar.
Buscan el padre y las
niñas,
presas de grande pesar,
recorren, despavoridas,
toda la casa: el zaguán,
el soberado y la cuadra
y las tapias del corral.
Las puertas están cerradas,
bien cerradas, sin forzar;
los postigos y ventanas,
cerrados de par en par;
tapaluces y maineles,
encajados, nada más.
Van y vienen, buscan,
miran,
buscan, vienen, miran, van;
de la muñeca no hay rastro.
El día comienza a rayar
y el leñador coge el hato,
la recua va a aparejar:
—Ven, la mula Golondrina,
la pollina Vendaval,
la burra, Vivamidueño,
el asnillo, Ganapán,
el garañón, Quitamiedo,
y el perrillo, Solimán.
A la voz del leñador,
comienzan a estirazar
manos, patas, suenan cascos
y, por medio del pajar,
siento un correr de ratones
y un olor de muladar.
Calinos, vibran los belfos,
todo se les va en broar,
cuando quita la garlinga,
y al punto van a abrevar.
Uno a uno apareja,
las jáquimas y el bozal,
los sudaderos, albardas,
ataharres y cinchal,
angarillas y serones
y, por librarlos del mal,
cadenillas con la punta
de una cuerna de mudar;
al costado de la albarda,
llevan liado un cordal.
—Venga esa mula de punta,
que la voy a enjaezar.
Su jáquima y cabezada
llevan mosquero lanar
y tres cencerrillas macho
y el perrillo y el ronzal.
De lado a lado del pecho,
la correa del petral;
al lomo, el hato redondo
con estribos de montar,
alforjas, en baticola,
y botijo de colgar,
el hacha y la palanca
y la piedra de amolar.
En la grupa va, también,
el perrillo Solimán.
Por el sardinel del campo,
salen todos del corral.
Las calles están desiertas;
huele a leña y a pan;
y, entre la niebla y el
humo,
solo se oye el pisar
de las pezuñas y cascos
de la recua que se va.
El leñador va cantando,
se va entonando un cantar,
y en aquel cantar decía
que Santa María le val.
Estando en estas razones,
al sitio vino a llegar,
el que dicen Paxarete,
ese famoso lugar,
y vide en el alcornoque,
la propia muñeca estar,
que, si hermosa estaba
ayer,
más se la vino a encontrar.
Se echó abajo de la mula
y la recua fue a trabar,
para dejarla comiendo
pasto del alcornocal.
Cogió la mula de punta,
de un salto la fue a
montar,
y se puso en el camino
para la gente avisar,
que no cabe en su cabeza
lo quo le vino a pasar:
Si era cosa de demonios,
miedo tuviera y pesar;
pero, si era del cielo,
dichoso pudiera estar.
III
Ya se parte hacia la
Puebla,
ya se parte, ya se va,
y en sí mismo se decía
a quién pudiera avisar;
que, si le toman por loco,
sandio debiera estar.
Reinando en estas razones,
a la Puebla fue a llegar
y se encontró al panadero,
el que le amasaba el pan,
y, con la voz encendida,
que era cosa él de escuchar,
le contó lo que pasaba
en Paxarete, el lugar.
Leñador y panadero
al cura van a avisar.
El leñador le ha jurado
por sobre el libro misal,
que las razones que dice
ciertas son, en paridad.
El cura coge recado para
escribir al abad
de la ciudad de Jerez
que con su cabildo está,
por ser cosa que le incumbe
y él no puede descifrar.
Con el correo ordinario,
la carta fuera a enviar
a San Salvador, Jerez,
a la Iglesia Colegial,
que el abad, como discreto,
solución le había de dar.
Letras ejemplares manda
el abad a su deán
en la ciudad de Sevilla,
en la Iglesia Catedral.
El deán, como prudente,
toma razón nada más;
la manda al arzobispo,
que en la sede solía estar.
Pasan días, pasan noches,
años debieran pasar,
que las cosas de palacio,
despacio suelen llegar.
En la Puebla, mientras
tanto,
entenderas van a llamar,
que digan lo que es preciso
en tal caso aderezar.
Entenderas y adivinas
no quieren carta tomar,
mas dicen que el leñador
vaya al alcornocal
y tome a la muñeca
y la lleve a su portal.
Buscaron al leñador,
ya le fueron a buscar;
y lo hallaron trabajando,
al pie del alcornocal.
Las razones que le dieron,
él las había de escuchar:
que cogiera a la muñeca
y la lleve a su portal.
Ya la coge, ya la lleva,
y, sin hacerse esperar,
llega a la Puebla y la pone
en señalado lugar.
Entenderas y adivinas
la mandan encadenar
con grilletes y cerrojos
a la argolla del zaguán.
Las llaves tiran al pozo
y el llavín van a tirar
al río Guadaleteo,
el que riega aquel lugar.
Ya se ponen de vigilia
diez o veinte, si no más;
velas llevan encendidas,
teas, mechas de alumbrar,
por ver mejor en la noche
y por mejor vigilar.
A la mañana siguiente,
—esto es cosa de contar—
reparan que la muñeca
no se encuentra en el portal;
las cadenas y eslabones
estaban en su lugar;
cerrojos están echados,
remaches, otro que tal,
y los grilletes, intactos,
tal los dejaron estar.
Ya salen despavoridos los
que habían de vigilar;
voces daban, daban gritos,
voces que eran de espantar:
que no estaba la muñeca
en donde debiera estar.
Entenderas y adivinas
los mandaron a marchar
al sitio de Paxarete,
por donde el alcornocal.
Así se ponen en marcha
veinte o treinta, si no más,
y vieron a la muñeca
en el alcornoque estar,
hermosa como la luna
y el sol entre tempestad.
Se volvieron a la Puebla
y lo fueron a contar
IV
Ya cruzan el Guadaleteo
mucha gente principal,
carrozas, sillas de mano,
el río van a vadear.
Son gentes de los Peraza,
su señora natural,
doña Inés, que era la hija
del gran señor don Hernán.
Con ella, Diego de Herrera,
señor y esposo carnal,
veinticuatro de Sevilla,
de valor y calidad,
caballero de linaje,
prudencia y gran lealtad.
Dueños eran de la torre
muy vieja de aquel lugar,
y acudían al reclamo
de lo que oían de contar.
El cura que los recibe
con el clero parroquial,
la cruz alzada, el lignum
y el chantre y el
sacristán,
relata a sus vuecencias
lo que querían escuchar
y, con pelos y señales,
lo acaban de relatar.
Doña Inés, que viene
encinta,
muestra que es su voluntad
llegar hasta Paxarete
por sus antojos colmar,
y en la su silla de manos
dos hombres la van portar.
A la mitad del camino,
el leñador vino a hallar,
que con su recua volvía
de aquel famoso lugar.
—Paradme, parad, mis
hombres,
los que coméis de mi pan,
y al leñador que allí viene
bien me lo habréis de avisar;
decidle que. doña Inés
palabras le quiere hablar.
El leñador, que la viera, de
la mula fue a abajar:
—Señora, la mi señora,
¿Qué le puedo remediar?
—Leñador, por estos montes,
indicadme ese lugar
que se dice Paxarete,
bien te lo entiendo pagar.
—Señora, la mi señora,
yo se lo sabré indicar.
Paga no quiero ninguna
que del cielo me vendrá.
Alla arribita, arribita,
en aquel alcornocal,
es el sitio Paxarete,
aquel famoso lugar.
Si queréis muy buena leña,
yo os la habría de dar;
si buscáis muy buena miel,
panales han de sobrar;
si venía por cocimientos,
malvas hay a reventar;
si venís por la muñeca,
yo os la habría de mostrar.
—Lo último, leñador,
es, lo que vengo a buscar
que, encinta de Diego Herrera
quiero de antojos sanar.
Al llegar a la majada
todos se van a apear;
la preñada, por preñada,
en silla la acercarán.
Y el leñador les señala
lo que vienen a buscar:
la muñeca, que es tan linda
como rosa en el rosal,
como los lirios del campo,
la amapola en el trigal,
como el lucero y la estrella
que por los cielos están.
Estando en estas razones,
doña Inés se fue a postrar:
Había recordado un sueño,
sueño no era de pesar,
que era que en aquellos montes
donde se había de encontrar
la Virgen Santa María
en efigie natural,
la que escondieron los godos
en aquel alcornocal,
por defenderla y guardarla
de la secta de Al-Corán.
En estas cosas reinaba,
bien oiréis lo que dirá:
—Leñador, el leñador,
por Dios y la Trinidad,
yo os pido que traigáis
la muñeca a mi lugar,
que, si es la Virgen María,
iglesia le haré labrar.
—Señora Inés de Peraza,
hija del gran don Hernán,
esposa de Diego Herrera,
y, por juro y en heredad,
señora de la alta torre
que domina este lugar,
lo que me pedís, mi dueña,
no tenéis más que mandar;
mas sabed que por dos veces
yo la llevé a aquel lugar,
y la muñeca de noche,
tornose al alcornocal.
La vez primera a mis hijas
la llevé para jugar;
y la otra vez, segunda,
me la ordenaron llevar
entenderas y adivinas
que mandaron a llamar.
Con cartas y mensajeros
el cura escribió al abad,
el abad, como discreto,
se lo ha contado al deán,
y el deán, al arzobispo
en su sede catedral,
por si era cosa del cielo,
o era pecado mortal.
—Calla, calla, el leñador,
Dios te me libre del mal,
que yo he soñado un sueño
y te hablo en poridad:
Esta es la Virgen María
y la llevaré al lugar
y le labraré una iglesia
y yo le obraré un altar
y le pondré cien candelas
para su culto alumbrar,
todas de cera de abejas,
que se suele acostumbrar,
no de aceite, ni de teas,
que era cosa bien vulgar.
El leñador que la oyera la
muñeca le fue a dar
y en lomos de la su mula
de un salto fuera a montar.
La gente de los Peraza
se aprestó a cabalgar
y, en faldas de doña Inés
la muñeca fue a tornar,
en la su silla de manos
por mejor la venerar
Una hora era por cabo
que se fue en caminar
hasta llegar a la Puebla
de la Villa principal.
En la torra de Peraza
muchas doncellas están
esperando a su señora
por su cuerpo aderezar,
después de la gran fatiga
de un camino tan fatal.
—Doncellas, las mis doncellas,
ved lo que vine a encontrar,
que el sueño que yo soñé,
no era sueño, en realidad;
ved que traigo en mi regazo
a esta hermosa beldad,
más que Pallas, más que Venus,
más que Juno y mucho más
que Astarté y que Tanit
y cualquier diosa mortal.
Yo traigo a Santa María,
Madre del Verbo humanal,
Reina y Señora del cielo,
de la tierra y de la mar,
que estaba en esas montañas,
en aquel alcornocal.
La ocultaron nuestros padres
cuando aquel yugo de Alá
asoló la España entera,
nueve siglos hacen ya.
V
Cogió su Libro de Horas
la señora del lugar
y cantó el oficio parvo
y el rosario decimal.
A la primer gratia plena
la Virgen no pudo hallar,
que no estaba ya en la torre
en aquel hermoso altar
de campaña que traía
para las horas rezar.
Ante tamaño prodigio,
su gente empezó a llamar:
—Doncellas, las mis doncellas,
si dormidas, levantad;
las guardas y centinelas,
permanezcan, vigilad;
los porteadores, despierten
y mi silla preparad;
el mensajero, que avise
al cura y al sacristán;
y busquen al leñador
donde suelenlo encontrar
que vamos a Paxarete
por entre el alcornocal
Ya se ponen en camino
veinte o treinta, si no más
Al frente va el leñador,
el cura y el sacristán.
Doña Inés, como preñada,
en silla se hace portar;
las doncellas y la escolta,
a pie, por mejor andar
por la veredita arriba
de monte y alcornocal.
Detrás, los acemileros
que los mandaron llamar,
con pertrechos y viandas y
con las tiendas de armar.
Cada voz que se paraban,
un Ave solían rezar;
y, cada vez que seguían,
se entonaban un cantar
en honra a Santa María,
Madre de Dios virginal.
Cuando caía la noche,
se vinieron a llegar
al sitio de Paxarete
que en falda del cerro está.
Allí estaba, allí estaba,
lo que venían a buscar.
El cura, como era cura,
dice, por su autoridad,
que lo que estaba ocurriendo
no era cosa natural.
Así habló el padre cura,
bien oiréis lo que dirá:
—La Virgen, Santa María,
aquí se quería estar.
Este suelo ya es sagrado,
éste es sagrado lugar,
aquí quiere la Señora
tener capilla y altar.
—Sea, dijo doña Inés,
sea, sea, sin tardar.
Y a una orden que les dieron
el cura y el sacristán,
vienen los acemileros
y disponen descargar
los palos de armar las tiendas
y las tiendas van a armar:
una a Nuestra Señora,
que los mandaron llamar,
con pertrechos y viandas y
con las tiendas de armar.
Cada vez que se paraban,
un Ave solían rezar;
y, cada vez que seguían,
se entonaban un cantar
en honra a Santa María,
Madre de Dios virginal.
Cuando caía la noche,
se vinieron a llegar
al sitio de Paxarete
que en falda del cerro está.
Allí estaba, allí estaba,
lo que venían a buscar.
El cura, como era cura,
dice, por su autoridad,
que lo que estaba ocurriendo
no era cosa natural.
Así habló el padre cura,
bien oiréis lo que dirá:
—La Virgen, Santa María,
aquí se quería estar.
Este suelo ya es sagrado,
éste es sagrado lugar,
aquí quiere la Señora
tener capilla y altar.
—Sea, dijo doña Inés,
sea, sea, sin tardar.
Y a una orden que les dieron
el cura y el sacristán,
vienen los acemileros
y disponen descargar
los palos de armar las tiendas
y las tiendas van a armar:
una. a Nuestra Señora,
para capilla y altar;
otra, para doña Inés
y su criada leal;
otra, para el padre cura
y para su sacristán;
la cuarta, al leñador,
que la habría de montar;
y la última, que arman
para servir al real.
Con largas sogas de esparto,
un corral va a formar,
entre cuatro alcornoques,
para las bestias guardar.
Después de las oraciones,
todos se van a acostar
y, mientras todos dormían,
el cura se va a rezar
y, al alba, dice una misa
«Salve, parens», por honrar
a Dios y a Santa María
que allá se quiso quedar.
A la mañana siguiente,
se llegaban al lugar
más de treinta caballeros
con su señor natural,
que era don Diego de Herrera,
el yerno de don Hernán.
Cartas le fueron venidas
de Sevilla, del deán,
y, en las cartas le decía
tener a bien autorizar
que se construya una ermita
en aquel alcornocal,
que se ponga un ermitaño,
por mejor honra ganar,
y que, al cura de la Puebla,
lo nombra su capellán.
Alarifes, carpinteros,
se han mandado llamar;
los canteros y oficiales,
al punto llegaron ya,
y se ponen a la obra,
con la mayor brevedad,
para labrarle una ermita
a la Dueña del lugar,
que era la Virgen María
que así se quiso quedar,
viviendo en estas montañas
para su nombre tomar.
Hombres, ancianos y niños;
señores de calidad,
doncellas y bien casadas,
viudas, dueñas, escuchad:
¡Bendita, Santa María,
que en las Montañas está!
¡Bendita sea la hora
en que se quiso quedar!
¡Y bendita sea la lengua
que lo sepa de contar!
Nota. Imágenes de carácter
general tomadas de internet, excepto la del apartado “Motivo” de1875 de la
Virgen de las Montañas, colección de Ramón Vázquez Clavijo.
Publicado en el libro Antología Poética en Honor de la Santísima Virgen de las Montañas. Recopilada por Manuel Vidal Jiménez. Ayuntamiento de Villamartín. Delegación de Cultura. 1992.
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