miércoles, 2 de octubre de 2024

Verdadero relato de la milagrosa aparición de María Santísima de las Montañas

Por Luis Suárez Ávila

Lema «Poupée»

20 de enero de 1992

San Sebastián, patrono de Villamartín

 

MOTIVO

 


           En las leyendas sobre apariciones marianas de corte tardomedieval, e incluso en las de nuestros Siglos de Oro, hay una constante de origen francés que consiste en el milagroso traslado nocturno de la imagen, desde el sitio donde es colocada por la comunidad en que se produce el hallazgo, hasta el lugar donde fue hallada. Estos hechos se producen por primera, segunda y, hasta por tercera vez, constituyendo el origen de muchos cultos marianos, así como de la construcción de infinidad de iglesias y ermitas.

 La imagen de la Virgen de las Montañas en Villamartín (La Puebla en la leyenda), no es ajena a esta corriente legendaria, si bien hay en su historia unas notas de particular ternura. El hallador, un leñador que la encuentra en una oquedad de un alcornoque, en el sitio llamado Pajarete (Paxarete en la leyenda), la confunde con una muñeca y la toma para que sus hijas jueguen con ella. Este hecho, que no se produce en ninguna otra leyenda conocida sobre apariciones, singulariza a la de nuestra Virgen y es, precisamente esto, lo que me ha seducido. Sin embargo, no podemos olvidar que las imágenes marianas de Malinas, desde el siglo XIV, son conocidas como poupées.

     En la época en que la aparición se supone, está el romancero en todo su apogeo. Por esta razón, el presente trabajo no es sino un ejercicio anacrónico para dotar a Villamartín de un «corpus» que recoja su leyenda.

     Para su elaboración se ha escogido el metro del romance y no se ha desechado el recurso de reutilizar fórmulas antiguas y aun de versos enteros ya acuñados. La rima, en «—á», contribuye a darle cierto arcaísmo buscado, pues es la empleada en muchos de los romances que imprimió Martín Nucio en el Cancionero de Amberes hacia 1550.

 Pero si el ejercicio poético me ha parecido interesante realizarlo, no lo es menos el haber manejado el vocabulario preciso y, sobre todo, crear una rigurosa «puesta en escena» en cada situación. Así pues, queden justificados el metro, las fórmulas, la rima, y el fin: dotar a Villamartín de una colección de romances, como los de pliego del siglo XVI, para contar la legendaria aparición de la Santísima Virgen de las Montañas, Madre y Patrona de la comarca.

 

I



Yo me estaba en Paxarete,

entre el monte y el matorral,

cortando leña, tajando,

ramas del alcornocal.

Y vide en un alcornoque

un bulto muy natural.

No era grande, ni mediano,

que era pequeño, en verdad;

era como una muñeca

bella y linda que no hay tal,

vestida de seda y oro

como persona real.

Como cosa de valía,

la aparté para llevar,

que tengo hijas pequeñas

y edad tienen de jugar.

Reinando en esto que estaba,

la tarde se vino a echar;

y con la recua hornijera

me volví a mi lugar.

En mi zurrón me traía

lo que vine en inventar,

que mis hijas, las mis hijas,

gusto habrían de lograr,

que pobres e chiquetitas,

no tenían con qué folgar:

por la mañana, traen agua,

por la tarde, cuecen pan,

y el tiempo que a ellas les queda

dan esparto de majar,

En pisando mis umbrales,

me vinieron a buscar.

 

—Hijas, hijas, las mis hijas,

ved lo que acabo de hallar:

os traigo una muñeca,

qué edad tenéis de jugar;

es hermosa, tan hermosa,

que no vi otra que tal;

sus vestidos de oro y seda

son de persona real;

su cara y sus manos son

blanca y lindas, en verdad,

y sus ojos, dos luceros

de los que en el cielo están.

 

—Padre, padre, el nuestro padre,

nos la habréis de mostrar,

porque somos chiquetitas

y edad hemos de jugar.

 

—Toma, Ana, toma, Inés,

mi hija Miriam, tomad,

que a vosotras os la traigo

y os toca de ella cuidar.

 

—Padre, padre, el buen padre,

buenas nos vienes a dar,

que otras veces nos trajiste

del campo con qué folgar:

el pichón, la tortolica,

la rica miel del panal,

el chamariz, el jilguero,

que canta como no hay tal,

las hierbas de olor, lavandas,

bellotas del encinar,

almendras de los almendros,

peras dulces del peral,

y, hoy, para nuestra dicha,

esto viniste a encontrar.

 

Estando en estas razones,

le empiezan a preparar

la cunita a la muñeca,

por si quiere descansar,

con media caña de corcho

y unos trozos de percal.

Ana la abraza y la mece,

Inés la va a acurrucar.

Y Miriam, la chiquetita,

nanas le rompe a cantar

y, entre nanas y arrumacos,

todas tres van a acostar,

dejando a la muñeca

tapadita en su lugar.


II



 Medianoche era, por filo,

los gallos quieren cantar,

el leñador se despierta,

que es temprano en levantar,

y se va a las estancias

donde sus hijas están.

El candil lleva en la mano

por en lo oscuro alumbrar

y vide que la muñeca

no estaba en su lugar.

 

—Ana, Inés y la pequeña,

hijas, hijas, levantad,

que la muñeca que os traje,

no estaba en su lugar.

Si me la habéis escondido,

decídmelo, en puridad.

 

—No la hemos escondido,

que nos fuimos a acostar

y ella quedó en la su cuna

con sábanas de percal.

Ana la dejó mecida,

Inés la fue a acurrucar

y yo, la más chiquetita,

nanas me puse a cantar

y, al cabo de todo esto,

las tres fuimos a acostar.

 

Buscan el padre y las niñas,

presas de grande pesar,

recorren, despavoridas,

toda la casa: el zaguán,

el soberado y la cuadra

y las tapias del corral.

Las puertas están cerradas,

bien cerradas, sin forzar;

los postigos y ventanas,

cerrados de par en par;

tapaluces y maineles,

encajados, nada más.

Van y vienen, buscan, miran,

buscan, vienen, miran, van;

de la muñeca no hay rastro.

El día comienza a rayar

y el leñador coge el hato,

la recua va a aparejar:

 

—Ven, la mula Golondrina,

la pollina Vendaval,

la burra, Vivamidueño,

el asnillo, Ganapán,

el garañón, Quitamiedo,

y el perrillo, Solimán.

 

A la voz del leñador,

comienzan a estirazar

manos, patas, suenan cascos

y, por medio del pajar,

siento un correr de ratones

y un olor de muladar.

Calinos, vibran los belfos,

todo se les va en broar,

cuando quita la garlinga,

y al punto van a abrevar.

 

Uno a uno apareja,

las jáquimas y el bozal,

los sudaderos, albardas,

ataharres y cinchal,

angarillas y serones

y, por librarlos del mal,

cadenillas con la punta

de una cuerna de mudar;

al costado de la albarda,

llevan liado un cordal.

 

—Venga esa mula de punta,

que la voy a enjaezar.

Su jáquima y cabezada

llevan mosquero lanar

y tres cencerrillas macho

y el perrillo y el ronzal.

De lado a lado del pecho,

la correa del petral;

al lomo, el hato redondo

con estribos de montar,

alforjas, en baticola,

y botijo de colgar,

el hacha y la palanca

y la piedra de amolar.

En la grupa va, también,

el perrillo Solimán.

Por el sardinel del campo,

salen todos del corral.

 

Las calles están desiertas;

huele a leña y a pan;

y, entre la niebla y el humo,

solo se oye el pisar

de las pezuñas y cascos

de la recua que se va.

 

El leñador va cantando,

se va entonando un cantar,

y en aquel cantar decía

que Santa María le val.

 

Estando en estas razones,

al sitio vino a llegar,

el que dicen Paxarete,

ese famoso lugar,

y vide en el alcornoque,

la propia muñeca estar,

que, si hermosa estaba ayer,

más se la vino a encontrar.

 

Se echó abajo de la mula

y la recua fue a trabar,

para dejarla comiendo

pasto del alcornocal.

 

Cogió la mula de punta,

de un salto la fue a montar,

y se puso en el camino

para la gente avisar,

que no cabe en su cabeza

lo quo le vino a pasar:

Si era cosa de demonios,

miedo tuviera y pesar;

pero, si era del cielo,

dichoso pudiera estar.

 

III

 


Ya se parte hacia la Puebla,

ya se parte, ya se va,

y en sí mismo se decía

a quién pudiera avisar;

que, si le toman por loco,

sandio debiera estar.

 

Reinando en estas razones,

a la Puebla fue a llegar

y se encontró al panadero,

el que le amasaba el pan,

y, con la voz encendida,

que era cosa él de escuchar,

le contó lo que pasaba

en Paxarete, el lugar.

 

Leñador y panadero

al cura van a avisar.

 

El leñador le ha jurado

por sobre el libro misal,

que las razones que dice

ciertas son, en paridad.

 

El cura coge recado para

escribir al abad

de la ciudad de Jerez

que con su cabildo está,

por ser cosa que le incumbe

y él no puede descifrar.

Con el correo ordinario,

la carta fuera a enviar

a San Salvador, Jerez,

a la Iglesia Colegial,

que el abad, como discreto,

solución le había de dar.

 

Letras ejemplares manda

el abad a su deán

en la ciudad de Sevilla,

en la Iglesia Catedral.

 

El deán, como prudente,

toma razón nada más;

la manda al arzobispo,

que en la sede solía estar.

 

Pasan días, pasan noches,

años debieran pasar,

que las cosas de palacio,

despacio suelen llegar.

 

En la Puebla, mientras tanto,

entenderas van a llamar,

que digan lo que es preciso

en tal caso aderezar.

 

Entenderas y adivinas

no quieren carta tomar,

mas dicen que el leñador

vaya al alcornocal

y tome a la muñeca

y la lleve a su portal.

 

Buscaron al leñador,

ya le fueron a buscar;

y lo hallaron trabajando,

al pie del alcornocal.

Las razones que le dieron,

él las había de escuchar:

que cogiera a la muñeca

y la lleve a su portal.

 

Ya la coge, ya la lleva,

y, sin hacerse esperar,

llega a la Puebla y la pone

en señalado lugar.

 

Entenderas y adivinas

la mandan encadenar

con grilletes y cerrojos

a la argolla del zaguán.

Las llaves tiran al pozo

y el llavín van a tirar

al río Guadaleteo,

el que riega aquel lugar.

 

Ya se ponen de vigilia

diez o veinte, si no más;

velas llevan encendidas,

teas, mechas de alumbrar,

por ver mejor en la noche

y por mejor vigilar.

 

A la mañana siguiente,

—esto es cosa de contar—

reparan que la muñeca

no se encuentra en el portal;

las cadenas y eslabones

estaban en su lugar;

cerrojos están echados,

remaches, otro que tal,

y los grilletes, intactos,

tal los dejaron estar.

 

Ya salen despavoridos los

que habían de vigilar;

voces daban, daban gritos,

voces que eran de espantar:

que no estaba la muñeca

en donde debiera estar.

 

Entenderas y adivinas

los mandaron a marchar

al sitio de Paxarete,

por donde el alcornocal.

 

Así se ponen en marcha

veinte o treinta, si no más,

y vieron a la muñeca

en el alcornoque estar,

hermosa como la luna

y el sol entre tempestad.

 

Se volvieron a la Puebla

y lo fueron a contar

 

IV

  


Ya cruzan el Guadaleteo

mucha gente principal,

carrozas, sillas de mano,

el río van a vadear.

Son gentes de los Peraza,

su señora natural,

doña Inés, que era la hija

del gran señor don Hernán.

Con ella, Diego de Herrera,

señor y esposo carnal,

veinticuatro de Sevilla,

de valor y calidad,

caballero de linaje,

prudencia y gran lealtad.

Dueños eran de la torre

muy vieja de aquel lugar,

y acudían al reclamo

de lo que oían de contar.

El cura que los recibe

con el clero parroquial,

la cruz alzada, el lignum

y el chantre y el sacristán,

relata a sus vuecencias

lo que querían escuchar

y, con pelos y señales,

lo acaban de relatar.

Doña Inés, que viene encinta,

muestra que es su voluntad

llegar hasta Paxarete

por sus antojos colmar,

y en la su silla de manos

dos hombres la van portar.

A la mitad del camino,

el leñador vino a hallar,

que con su recua volvía

de aquel famoso lugar.

 

—Paradme, parad, mis hombres,

los que coméis de mi pan,

y al leñador que allí viene

bien me lo habréis de avisar;

decidle que. doña Inés

palabras le quiere hablar.

 

El leñador, que la viera, de

la mula fue a abajar:

 

—Señora, la mi señora,

¿Qué le puedo remediar?

 

—Leñador, por estos montes,

indicadme ese lugar

que se dice Paxarete,

bien te lo entiendo pagar.

 

—Señora, la mi señora,

yo se lo sabré indicar.

Paga no quiero ninguna

que del cielo me vendrá.

Alla arribita, arribita,

en aquel alcornocal,

es el sitio Paxarete,

aquel famoso lugar.

Si queréis muy buena leña,

yo os la habría de dar;

si buscáis muy buena miel,

panales han de sobrar;

si venía por cocimientos,

malvas hay a reventar;

si venís por la muñeca,

yo os la habría de mostrar.

 

—Lo último, leñador,

es, lo que vengo a buscar

que, encinta de Diego Herrera

quiero de antojos sanar.

 

Al llegar a la majada

todos se van a apear;

la preñada, por preñada,

en silla la acercarán.

 

Y el leñador les señala

lo que vienen a buscar:

la muñeca, que es tan linda

como rosa en el rosal,

como los lirios del campo,

la amapola en el trigal,

como el lucero y la estrella

que por los cielos están.

 

Estando en estas razones,

doña Inés se fue a postrar:

Había recordado un sueño,

sueño no era de pesar,

que era que en aquellos montes

donde se había de encontrar

la Virgen Santa María

en efigie natural,

la que escondieron los godos

en aquel alcornocal,

por defenderla y guardarla

de la secta de Al-Corán.

 

En estas cosas reinaba,

bien oiréis lo que dirá:

 

—Leñador, el leñador,

por Dios y la Trinidad,

yo os pido que traigáis

la muñeca a mi lugar,

que, si es la Virgen María,

iglesia le haré labrar.

 

—Señora Inés de Peraza,

hija del gran don Hernán,

esposa de Diego Herrera,

y, por juro y en heredad,

señora de la alta torre

que domina este lugar,

lo que me pedís, mi dueña,

no tenéis más que mandar;

mas sabed que por dos veces

yo la llevé a aquel lugar,

y la muñeca de noche,

tornose al alcornocal.

La vez primera a mis hijas

la llevé para jugar;

y la otra vez, segunda,

me la ordenaron llevar

entenderas y adivinas

que mandaron a llamar.

Con cartas y mensajeros

el cura escribió al abad,

el abad, como discreto,

se lo ha contado al deán,

y el deán, al arzobispo

en su sede catedral,

por si era cosa del cielo,

o era pecado mortal.

 

—Calla, calla, el leñador,

Dios te me libre del mal,

que yo he soñado un sueño

y te hablo en poridad:

Esta es la Virgen María

y la llevaré al lugar

y le labraré una iglesia

y yo le obraré un altar

y le pondré cien candelas

para su culto alumbrar,

todas de cera de abejas,

que se suele acostumbrar,

no de aceite, ni de teas,

que era cosa bien vulgar.

 

El leñador que la oyera la

muñeca le fue a dar

y en lomos de la su mula

de un salto fuera a montar.

 

La gente de los Peraza

se aprestó a cabalgar

y, en faldas de doña Inés

la muñeca fue a tornar,

en la su silla de manos

por mejor la venerar

Una hora era por cabo

que se fue en caminar

hasta llegar a la Puebla

de la Villa principal.

 

En la torra de Peraza

muchas doncellas están

esperando a su señora

por su cuerpo aderezar,

después de la gran fatiga

de un camino tan fatal.

 

—Doncellas, las mis doncellas,

ved lo que vine a encontrar,

que el sueño que yo soñé,

no era sueño, en realidad;

ved que traigo en mi regazo

a esta hermosa beldad,

más que Pallas, más que Venus,

más que Juno y mucho más

que Astarté y que Tanit

y cualquier diosa mortal.

Yo traigo a Santa María,

Madre del Verbo humanal,

Reina y Señora del cielo,

de la tierra y de la mar,

que estaba en esas montañas,

en aquel alcornocal.

La ocultaron nuestros padres

cuando aquel yugo de Alá

asoló la España entera,

nueve siglos hacen ya.

 

V

 


Cogió su Libro de Horas

la señora del lugar

y cantó el oficio parvo

y el rosario decimal.

A la primer gratia plena

la Virgen no pudo hallar,

que no estaba ya en la torre

en aquel hermoso altar

de campaña que traía

para las horas rezar.

 

Ante tamaño prodigio,

su gente empezó a llamar:

 

—Doncellas, las mis doncellas,

si dormidas, levantad;

las guardas y centinelas,

permanezcan, vigilad;

los porteadores, despierten

y mi silla preparad;

el mensajero, que avise

al cura y al sacristán;

y busquen al leñador

donde suelenlo encontrar

que vamos a Paxarete

por entre el alcornocal

 

Ya se ponen en camino

veinte o treinta, si no más

Al frente va el leñador,

el cura y el sacristán.

Doña Inés, como preñada,

en silla se hace portar;

las doncellas y la escolta,

a pie, por mejor andar

por la veredita arriba

de monte y alcornocal.

Detrás, los acemileros

que los mandaron llamar,

con pertrechos y viandas y

con las tiendas de armar.

 

Cada voz que se paraban,

un Ave solían rezar;

y, cada vez que seguían,

se entonaban un cantar

en honra a Santa María,

Madre de Dios virginal.

Cuando caía la noche,

se vinieron a llegar

al sitio de Paxarete

que en falda del cerro está.

 

Allí estaba, allí estaba,

lo que venían a buscar.

 

El cura, como era cura,

dice, por su autoridad,

que lo que estaba ocurriendo

no era cosa natural.

Así habló el padre cura,

bien oiréis lo que dirá:

 

—La Virgen, Santa María,

aquí se quería estar.

Este suelo ya es sagrado,

éste es sagrado lugar,

aquí quiere la Señora

tener capilla y altar.

 

—Sea, dijo doña Inés,

sea, sea, sin tardar.

 

Y a una orden que les dieron

el cura y el sacristán,

vienen los acemileros

y disponen descargar

los palos de armar las tiendas

y las tiendas van a armar:

una a Nuestra Señora,

que los mandaron llamar,

con pertrechos y viandas y

con las tiendas de armar.

 

Cada vez que se paraban,

un Ave solían rezar;

y, cada vez que seguían,

se entonaban un cantar

en honra a Santa María,

Madre de Dios virginal.

 

Cuando caía la noche,

se vinieron a llegar

al sitio de Paxarete

que en falda del cerro está.

 

Allí estaba, allí estaba,

lo que venían a buscar.

 

El cura, como era cura,

dice, por su autoridad,

que lo que estaba ocurriendo

no era cosa natural.

Así habló el padre cura,

bien oiréis lo que dirá:

 

—La Virgen, Santa María,

aquí se quería estar.

Este suelo ya es sagrado,

éste es sagrado lugar,

aquí quiere la Señora

tener capilla y altar.

 

—Sea, dijo doña Inés,

sea, sea, sin tardar.

 

Y a una orden que les dieron

el cura y el sacristán,

vienen los acemileros

y disponen descargar

los palos de armar las tiendas

y las tiendas van a armar:

una. a Nuestra Señora,

para capilla y altar;

otra, para doña Inés

y su criada leal;

otra, para el padre cura

y para su sacristán;

la cuarta, al leñador,

que la habría de montar;

y la última, que arman

para servir al real.

Con largas sogas de esparto,

un corral va a formar,

entre cuatro alcornoques,

para las bestias guardar.

 

Después de las oraciones,

todos se van a acostar

y, mientras todos dormían,

el cura se va a rezar

y, al alba, dice una misa

«Salve, parens», por honrar

a Dios y a Santa María

que allá se quiso quedar.

 

A la mañana siguiente,

se llegaban al lugar

más de treinta caballeros

con su señor natural,

que era don Diego de Herrera,

el yerno de don Hernán.

Cartas le fueron venidas

de Sevilla, del deán,

y, en las cartas le decía

tener a bien autorizar

que se construya una ermita

en aquel alcornocal,

que se ponga un ermitaño,

por mejor honra ganar,

y que, al cura de la Puebla,

lo nombra su capellán.

 

Alarifes, carpinteros,

se han mandado llamar;

los canteros y oficiales,

al punto llegaron ya,

y se ponen a la obra,

con la mayor brevedad,

para labrarle una ermita

a la Dueña del lugar,

que era la Virgen María

que así se quiso quedar,

viviendo en estas montañas

para su nombre tomar.

 

Hombres, ancianos y niños;

señores de calidad,

doncellas y bien casadas,

viudas, dueñas, escuchad:

¡Bendita, Santa María,

que en las Montañas está!

¡Bendita sea la hora

en que se quiso quedar!

¡Y bendita sea la lengua

que lo sepa de contar!

Versión de esta entrada en PDF. Enlace 

Nota. Imágenes de carácter general tomadas de internet, excepto la del apartado “Motivo” de1875 de la Virgen de las Montañas, colección de Ramón Vázquez Clavijo.

Publicado en el libro Antología Poética en Honor de la Santísima Virgen de las Montañas. Recopilada por Manuel Vidal Jiménez. Ayuntamiento de Villamartín. Delegación de Cultura. 1992.

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