jueves, 19 de julio de 2018

María Lara, la de los Calentitos


Por María de los Ángeles Barrera Naranjo

Nombre: María Lara Vega.
Oficio / Sobrenombre / Apodo: Calentitera / María la de los Calentitos.
Fecha de nacimiento / fallecimiento: 1908 /1964.
Padres: Andrés Lara y Concepción Vega.
Hijos/Familiares: Nueve, seis varones y tres hembras. En Villamartín muchas personas mantienen el apodo/sobrenombre  «Calentitero/ra».
Lugar de nacimiento: Villamartín.
Profesión: Compaginaba el cuidado de sus hijos e hijas y las tareas del hogar con la elaboración y venta de calentitos (churros).
Domicilios que tuvieron en Villamartín: El Coto: calles Salto del Poyo y Subida a la Iglesia.

Mujer de las de antes, María Lara, fue de las primeras que después de casarse trabajaron, además de en la casa fuera de ésta. Y bastante. Eran malos tiempos; una dura posguerra y muchos hijos que alimentar. Los mayores aún la recuerdan con su pelo recogido en un rodete y su inmaculado delantal blanco, asomada a su puesto de churros, negocio familiar que ella regentaba junto a su marido José Cruz Estrada. Mujer fuerte y con mucho trabajo por delante, pero siempre con la sonrisa en la cara, muchas veces de gratitud, la que sabe poner una madre de familia numerosa en tiempo de estrecheces.

Así habla de ella su nieta Lucía Cruz Tinoco.
«Mi abuela paterna, María, vivía en el pueblo. Ella también se levantaba cuando aún no había amanecido y, a sus tareas de la casa, que no eran pocas con nueve hijos, ella añadía la elaboración de la masa de los calentitos y las horas de pie despachando en el puesto. El negocio, claro está, era de su marido; ella sólo “le ayudaba, le echaba una manita”. Sin embargo, y aunque yo no tuve la fortuna de conocerla, me consta que ella, con su profesionalidad y saber estar, contribuyó mucho a la buena marcha de esa pequeña empresa familiar. Muchas personas la recordarán en su puesto con un delantal blanco inmaculado y el pelo recogido en un moño adornado con un ramillete de jazmines. Dicen que mi abuelo tenía una única afición, la caza, y que dedicaba a ella el poco tiempo libre del que disponía. Mi abuela, curiosamente, tenía nueve aficiones; tres de ellas eran niñas y las otras seis niños. Por supuesto, si también le hubiésemos preguntado si ella además de otras ocupaciones era empresaria, nos habría respondido sin más que no: ella no trabajaba, sólo era ama de casa.

A ellas les tocó vivir tiempos difíciles; sufrieron una guerra y padecieron una posguerra, y durante todo ese tiempo su fortaleza y entereza fueron encomiables. Sin embargo se las denominó “sexo débil”. ¿Débil? ¿Por qué? ¿Por no ocultar sus emociones ante las alegrías y las penas? ¿Por llorar ante las injusticias? ¿Por quejarse al parir con dolor? ¿Por no poder aguantar más y que se les crisparan los nervios? No, no es debilidad lo que reflejan sus acciones: superaron de pie sus enfermedades, asistieron a las parturientas, cuidaron de sus menores y también de sus mayores y llegado el momento amortajaron a sus muertos, rezando por el descanso eterno de sus almas. Con todo respeto al trabajo realizado por los hombres de esa misma época y sin menospreciar su esfuerzo, es de justicia valorar y recordar el que hicieron las mujeres, que sin duda fue mucho. Quizás ni ellas mismas reconocieron esas “labores” como profesiones, pero sí captaron el esfuerzo que suponía realizarlas sin reconocimiento, puesto que no querían lo mismo para sus hijas, que tampoco han sido valoradas como se merecen, con la ventaja de que aún tenemos la oportunidad de hacerlo. Me siento orgullosa de ser descendiente de esas generaciones, de las que heredo un valor añadido, el “sellito” que dirían ellas utilizando un lenguaje coloquial. No quisiera perder ese sello de identidad, sería como dejarlas en el olvido. Con su trabajo ellas dignificaron sus vidas e hicieron más fácil la de los demás. (Lucía Cruz Tinoco; publicación Libro de Feria de Villamartín).

AUSENCIA
Tibia ausencia de mi madre ida,
recuerda mi mente infantil su presencia y
la noto tras mi espalda cada día.
Las cosas que apreciamos y
queremos no las sabemos
valorar en vida,
como eran aquellas manos
blandas, amadas y divinas
que con solo ponerlas
en nuestras frentes sabían
mitigar nuestra agonía.
Aquella satisfacción en su rostro
por haber dado de comer
a los nueve hijos que tenía.
Tras los anafes de la cocina,
más de una vez la vi llorar
y mirar al cielo al mismo tiempo que sonreía.
Y dando gracias a Dios,
se ponía a fregar la cacharrería.

(Antonio Cruz Lara).







© de los textos:
-María de los Ángeles Barrera Naranjo.
-Lucía Cruz Tinoco.
-Antonio Cruz Lara.
© de las imágenes:
1 y 3: cedidas por Lucía Cruz Tinoco.
2: copia de un cuadro de Valentín Lozano.
4: del libro Villamartín. Imágenes de un Siglo.
© de la publicación, «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».

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