Por
María de los Ángeles Barrera
Nombre. María
Luisa Pérez Arenas
Fecha
de nacimiento / fallecimiento. 1904 /1960
Padres. Francisco
y Ana.
Hijos. Dos, Dolores
y Francisco.
Marido.
Antonio Ginés Camargo.
Lugar
de nacimiento. Villamartín
Profesión.
Primera matrona con titulación de la localidad y posiblemente la primera mujer
diplomada de Villamartín.
Domicilio
que tuvo en Villamartín. Calle Rosario, 10
Hace 56
años me trajo al mundo, como a cientos de villamartinenses, la matrona del
pueblo, Luisa Pérez Arenas, la primera matrona de Villamartín con titulación, y
una profesión ejercida con vocación pero con muchos obstáculos; los mismos a
los que quizá nos seguimos enfrentando las mujeres de hoy, pero que Luisa la
matrona tuvo la fuerza de enfrentarse ella sola. Pero su ejemplo cundió. Ahora
me toca a mí reconocer el valor de esta mujer en quien nos seguimos
reconociendo tantas mujeres y que se adelantó casi un siglo a su tiempo. Por
eso quiero dedicarle a ella especialmente el honor de iniciar la serie de «La
Sierra es/en femenino». Y es su propia nieta quien le hace el homenaje tan
oportuno en 1998. (María de los Ángeles Barrera).
Artículo dedicado por Paqui Gallardo Ginés a su
abuela en el Libro de Feria de 1998.
«A mi abuela
Luisa Pérez Arenas, matrona de Villamartín desde 1927 hasta 1960, desde que
terminó su carrera hasta que se murió».
Homenaje
a una villamartinense que se adelantó a su tiempo
Oí decir muchas veces a mi madre que la suya era
matrona. Esta palabra no tenía para mí otro significado que ayudar a traer
niños al mundo. Tuvieron que pasar muchos años para que yo me percatara de lo que
significaba realmente: muchas horas fuera de casa, quizás noches enteras de
parto, en un pueblo sin medios y sin posibilidad de sustituciones. ¿Cómo llegó
mi abuela a ser matrona con titulación en una familia humilde en la que lo más
probable es que ni sus padres sabrían leer ni escribir.
Nos situamos a principios de siglo; una niña
huérfana de padre y madre. Vivía con su hermana Ana Pérez en la calle
Carretero. Poco más de dos habitaciones y un corral. Ella ayuda en la casa. Su
hermana tiene muchos hijos. Su cuñado es aguaó.
Su hermana va a tener otro hijo; el parto se presenta difícil, se llama al
médico y éste cuando nace el niño pregunta de dónde ha salido esta joven tan
hábil para los partos.
—¿Por qué no estudia para matrona? —Comenta el
médico—.
—Pero no sabe ni leer ni escribir ¡Qué locura! —Dice
su hermana—.
El médico le gestiona unas ayudas para que pueda
estudiar en Cádiz; en el hospital de Mora estudia como alumna interna pagando
su estancia con trabajos en el hospital y vuelve ya con el título bajo el brazo
expedido por el rey Alfonso XIII. Dispuesta a ejercer en su Villamartín y
ayudar a los demás. ¡Y cómo lo haría! Mi madre recuerda que siendo ella pequeña
(y no tan pequeña, en los años 40 y 50, años de escasez en toda España) llamaban
a su puerta.
—Que dice su madre que me dé usted las sábanas que
están en la cama tal y el puchero.
—¡Madre mía! ¿Y qué comemos hoy?
La respuesta, cuando mi abuela llegaba, no podía ser
otra:
—Ya habrá algo en la despensa, hija. Ellos lo
necesitaban.
¡Cómo conocería, una a una, las casas de su pueblo,
sus familias y sus necesidades! ¡Cuántos vecinos de Villamartín lo primero que
han visto, al nacer, ha sido la cara de mi abuela!
Pasaban los años, no había veranos ni inviernos,
siempre dispuesta a ir a la calle, muchas veces poniendo en peligro su vida. Es
la guerra, nuestra Guerra Civil que ahora estudiamos en los libros. Toque de queda.
No se puede salir a la calle de noche. «¡Dios mío! ¿Qué hago? ¿Dejo a esa pobre
mujer con los dolores de parto?» En la calle se oyen disparos, pero ella sale.
En la Plaza, los disparos se intensifican. Se asusta y sale corriendo. Alguien
grita:
—¡No disparéis! Es Luisa, la matrona.
Aquella noche nació en Villamartín un hermoso niño.
A veces debía dejar a sus hijos al cuidado de otras
personas. Tuvo dos: Dolores y Francisco.
Supongo que en una sociedad en la que todas las
mujeres estaban siempre en sus casas, atendiendo a su marido y a sus hijos, la
vida de mi abuela no debía ser fácil. La casa siempre en manos extrañas. Las empleadas
de hogar se sucedían unas a otras y las vecinas ayudaban cuanto podían. También
la familia echaba una mano. Y mi abuela tenía que salir a la calle a cualquier
hora del día o de la noche y no se sabía para cuánto tiempo; podían ser horas e
incluso días. ¡Demasiados problemas!
—Las mujeres no deben estudiar. Deben quedarse en
casa para atender a su marido y a sus hijos. —Se decía a si misma—.
Tal era su convicción (¡cuántos palos recibidos!)
que Dolorcitas no estudió una carrera. Ni trabajó fuera de casa. Ella temía que
su hija sufriera las presiones de una sociedad en que lo normal era que una
mujer «se dedicara a las tareas propias de su sexo», y no poner al marido a
cuidar la casa y los hijos (aunque el marido no tuviera trabajo). Solo
estudiaban las mujeres de la capital y a ella le estaba costando sangre y
lágrimas el haberlo hecho. Pero había dejado en su hija la semilla que la haría
desear con todas sus fuerzas el que sus hijos e hijas (TODOS) estudiasen, a
veces teniendo que hacer frente a fuertes presiones sociales y familiares.
Recuerdo a mi abuela sentada en el cierro de la
ventana, sonriendo, cuando nos veía a mis hermanos y a mí, cogidos de la mano,
atravesar El Tacón para ir a visitarla.
Y a mí también, abuela, para poder resarcirte en lo
posible de tu pena.
Cierto verano planeó ir de viaje a Lanjarón. El
balneario de moda de la época. Venía muy contenta. Ella no sabía que tenía
derecho a unos días de vacaciones, cuando se enteró nunca más dejaría de hacer
«un viajecito en verano». Al año siguiente, tenía yo cuatro años, ella murió de
un tumor en la matriz, a los tres meses del diagnóstico de la enfermedad. Tenía
56 años. Corría 1960.
Por todo esto, hoy quiero homenajear a mi abuela,
por ser fuerte, por no abandonar jamás, por abrirnos el camino a las
generaciones siguientes, porque su lucha no fue en vano, porque han sido
mujeres como ella las que han hecho posible una sociedad más justa y más
igualitaria para todas las mujeres. Ellas nos han dado la suficiente amplitud
de miras para comprender, para no criticar e ironizar cuando un padre hace la
compra o ayuda en casa aunque su mujer «no esté mala».
Aunque la
toma de dichos se mantiene como acto protocolario en las bodas católicas, en la
época en que lo celebran Luisa y Antonio (1930) tenía una gran importancia como
acto social. Solía celebrarse poco antes de la boda, por la noche y en la casa
de la novia, con la asistencia de la familia, los amigos y, por supuesto, del
párroco. La invitación que mostramos apunta a un acontecimiento o evento social
importante y estipulado, excepcionalmente personalizada por los mismos novios
cuando lo normal es que la encabezaran los padres. En este hecho pudo influir
la orfandad de Luisa y su carácter decidido.
Bibliografía usada:
Libro de Feria de 1998. Artículo, «Homenaje a una
villamartinense que se adelantó a su tiempo».
© del texto: María de los Ángeles Barrera Naranjo /
Paqui Gallardo Ginés.
© de las imágenes: Cedidas por la familia de Luisa
Pérez.
© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de PedroSánchez».
Me emociona conocer la historia de Luisa la Matrona; mujer de la que le he oído hablar mucho a mi madre; por su profesionalidad, valentía, humanidad, capacidad de decisión y por las veces que fue necesaria su intervención en sus numerosos partos. Me consta que fue la "primera cara que vi", un 16 de enero de 1949 a las 19 horas de un frio Domingo de invierno. Hoy, a mis 74 años me sumo agradecido al merecido homenaje que le dedica su nieta.
ResponderEliminar