Artículo
publicado en el Libro de Feria de Villamartín de 2022
Aun
transcurridos 73 años, muchas personas de Villamartín recuerdan el secuestro
del joven de 18 años Juan Holgado López en un caluroso día de verano,
concretamente el 18 de agosto de 1949, cuando todavía sonaba el eco del
movimiento maquis en la provincia y parecía remitir la penosa hambruna tras el
golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra Civil. Para remate de la difícil
década, ese año de 1949 Villamartín vive una epidemia de tifus desencadenada
por la contaminación de las aguas de la Fuentevieja que azotó a la población,
requiriendo el desplazamiento a la localidad de equipos sanitarios
especializados, el recibimiento de ayudas, donaciones de víveres y medicinas de
muchos lugares de España, así como la intervención decisiva de los médicos hermanos
Mozo. Por otra parte, el movimiento maquis, que surge como resistencia armada
en forma de guerrilla contra el régimen franquista, tiene en Andalucía uno de
los focos de gran actividad, entre otros el sur de la provincia de Cádiz y
oeste de Málaga, especialmente en los años que van de 1947 a 1950, donde actúa
la Agrupación Fermín Galán. Los numerosos secuestros y el consiguiente rescate
pudieron animar a delincuentes comunes a efectuar acciones siguiendo el esquema
marcado por los maquis, como parece ser que fue el caso de Juan Holgado. Esta
cercanía temporal entre el movimiento guerrillero y el secuestro, ayudó a
mantener cierta duda inicial sobre la identidad de sus secuestradores.
Juan nace en Villamartín en octubre de 1930, siendo el menor de los tres hijos de Bernardo Holgado Pavón y María Josefa López Márquez. Realiza los estudios primarios en el pueblo y el Bachillerato en los Salesianos de Utrera. De pequeños ayudaba a misa a sus tíos sacerdotes Francisco López Márquez y Antonio Márquez Gago. Desde muy joven se comprometió con Francisca Morales Gómez con la que se casó en 1955. Poco después del secuestro hizo el servicio militar en Cataluña (Castelldefels y Barcelona), haciendo de cartero, lo que le permitía salir del cuartel todos los días. Siempre guardó un grato recuerdo de su estancia en Barcelona. Desde su juventud tuvo claro que lo suyo era la agricultura. Fallece en septiembre de 1990 en su localidad natal.
La mañana del 18 de agosto se presenta muy calurosa, esperándose que las máximas superen los 40 ⁰C en Villamartín, como había ocurrido en los días anteriores, en los que Sevilla marcó la máxima de España con 42 ⁰C. Juan acude a la finca de sus padres, conocida como Los Socios (ver cuadro), para realizar las labores de arado que por entonces se hacían inmediatamente tras la recogida de la cosecha y la quema del rastrojo, cuando la tierra aún no había alcanzado la dureza extrema de finales del verano, método conocido como «arar en seco»; costumbre tradicional hoy desaparecida como medida de seguridad dictada por la Política Agraria Común.
El año agrícola 1948-49 (246 mm) ha sido malo, las escasas lluvias otoñales no llegaron hasta mediado octubre, cesaron en noviembre y solo la primavera logró mejorar algo las cosechas. Desde principios de junio no llueve y los suelos de los sembrados están resecos, por lo que al antiguo tractor de ruedas de hierro con paletas le cuesta remover el terreno, calentándose con facilidad, eso hace que haya que rellenar de agua su radiador de forma continuada. El tractorista de la finca, Francisco Borrego Guerrero, conocido como Curro el Máquino, maneja el vehículo McCormick y Juan, para que no se pierda faena, de vez en cuando, le acerca desde el rancho cántaros de agua a lomos de un burro. En el cortijo está también el casero.
Así
contó Juan Holgado a Pérez Regordán lo sucedido ese mediodía, recogido en el
libro citado en la bibliografía, con algunas matizaciones y errores de
interpretación corregidas actualmente por la familia.
«Como
se acercaba la hora de comer le dije al tractorista:
—Deje
Vd. la labor y vaya a comer; quédese en la casa hasta que le avise, yo también
voy a almorzar y descansar un poco, pero antes llenaré hasta arriba el radiador,
a ver si se enfría bien el tractor.
Curro
el Máquino se fue por delante, vacié los cántaros en el radiador y me dirigí al
caserío de la finca; la puerta estaba entornada; ante mi asombro y gran
sorpresa salieron unos hombres que me encañonaron y me dieron el alto. Perplejo,
intenté retroceder, entonces una voz me gritó:
—¡Al
suelo! ¡Échese al suelo!
Tras
la imperiosa orden me detuve y permanecí un instante indeciso; dudaba entre salir
corriendo o tirarme al suelo como me ordenaban. La voz de Curro el Máquino se
hizo oír en un grito desesperado:
—¡Juan,
al suelo, que te matan! ¡Tírate al suelo!
Entonces
comprendí que no tenía escapatoria, me tiré al suelo y desde allí volví la cara
hacia los hombres enmascarados que me encañonaban con sus escopetas. En esos
momentos me encontraba tremendamente nervioso, incapaz de asimilar lo que me
estaba ocurriendo. Me rodearon, me dijeron que me levantara, y siempre
apuntándome me encaminaron a una de las habitaciones del rancho; al entrar vi a
nuestro casero maniatado. Poco a poco fui serenándome».
Sigamos con el relato de los ocurrido. Por fin hablaron los secuestradores haciéndole saber a Juan que si quería ser prontamente liberado tenía que escribirle una carta a su padre exigiéndole el pago del rescate, que cuantificaron en 300.000 ptas., cien mil que aportaría su padre y la misma cantidad cada uno de sus dos tíos paternos. Deberían reunir cuanto antes la cantidad señalada y entregarla siguiendo unas pautas que ya le señalarían en una carta. Ya más tranquilo, Holgado tomó la iniciativa e hizo saber a los secuestradores que ni su padre ni sus tíos disponían ni podrían reunir esa desorbitada cantidad. Juan observó ciertas dudas y titubeos en los delincuentes y eso le animó a entablar con ellos una «negociación». Así les hizo saber que su padre y sus tíos tenían casi todo invertido en sus propiedades y ganados y que en el mejor de los casos quizá pudieran reunir con cierta rapidez 50.000 ptas. en metálico. Incluso se barajó la posibilidad de soltar a Juan para que regresara a Villamartín, se lo comunicara a sus padres y tíos, reunieran el dinero y volviera para su entrega, con las consiguientes amenazas de males mayores si no cumplía. Esta posibilidad quedó finalmente descartada, los secuestradores tomaron a su rehén, dieron instrucciones al casero y al tractorista para que comunicara los hechos a la familia transcurrido un tiempo prudencial que les permitiera alejarse e iniciaron la marcha hacia el escondite donde tenían previsto ocultarlo. Desde el rancho siguieron posiblemente la cañada del Pozo de Roldán hasta el encuentro de esta con la de Los Izquierdos y la de Los Mármoles, camino de Montellano; bordearon el cerro de El Buitre y en algún punto del recorrido pararon a beber y reponer agua. Allí los vio un muchacho que Juan Holgado reconoció, al que tiempo después nuestro protagonista reprochó su silencio. El joven —recordaba Holgado—, se defendió haciéndole saber el miedo que pasó ante la presencia de los secuestradores, sus escopetas, sus amenazas y posibles represalias. Finalmente llegaron al escondrijo que solo se pudo situar «en algún lugar de la sierra de Montellano». Juan escribió la carta, fechada el día 22, a su padre y comenzó la angustiosa espera.
A través de los trabajadores de Los Socios llega la noticia y la consternación a la familia Holgado y a la novia de Juan, una jovencísima muchacha de 17 años conocida como Currita Morales. Se comunica el hecho a la Guardia Civil de Villamartín que inicia los trámites para estos casos y que como es lógico le advirtió a la familia que no deberían pagar, so pena de ser considerados colaboradores de los posibles maquis; por su parte la familia trata de contactar con el abogado Manuel Ínigo para recibir asesoramiento profesional sobre cómo actuar, pero está fuera de Villamartín y se ven solos y llenos de dudas. Pese a la prudencia de los padres y allegados, por Villamartín se extendió con rapidez la noticia del secuestro de Juanito; llegada la noche las calles quedaban solitarias pese a la época veraniega y la arraiga costumbre de «salir al fresco»; el silencio se hacía sobrecogedor como si se esperara cualquier rumor que delatara la llegada de la esperada carta. Los familiares pasaban las noches en vela rezando rosario tras rosario, a los que se unían vecinos y amigos.
Empieza
la larga espera de día y de noche a la expectativa de que se concreten las
exigencias de los secuestradores, sus instrucciones y la situación personal del
joven. Así transcurren los días y las noches del 18 al 22. Probablemente, a
través del casero y el tractorista, los padres conozcan ya el dinero solicitado,
la rebaja que propuso Juan y empiecen a reunirlo. La vida de su hijo es lo
primero y la familia lo tienen claro: pagar.
Volvamos
a retomar lo que contó Juan de esos días de secuestro:
«Contando
la jornada de llegada pasé escondido seis días y cinco noches, durante los
cuales recibí un trato correcto, aunque disfrutaba de sencilla y escasa comida;
tuvieron especial cuidado para que no comiese o bebiese nada que pudiera
hacerme daño, especialmente con el agua, que me la daban limpia y fresca; mi
salud no se quebrantó en esos días. Mis secuestradores acabaron hablando sin
cortedad entre ello y delante de mí, pudiendo enterarme que para entonces ya
habían efectuado otro secuestro similar al mío. Tras analizar sus
conversaciones siempre pensé que no se trataba de maquis, sino de delincuentes comunes
que se estaban aprovechando del momento político para ocultar sus fechorías a
la sombra de los ideales de la causa republicana».
La carta escrita por Juan, concretando el dinero y las condiciones de entrega, llegaron en el sobre que muestra la imagen al lugar no esperado. Al parecer, durante la noche del 22 al 23, aprovechando la oscuridad y la falta de luna, se deslizaron uno o varios hombres e introdujeron la misiva bajo la puerta de la casa de la calle Salinera, 16 (por entonces Canalejas), donde vivía Concepción Íñigo, tía de Juan, aunque a nombre de Bernardo Holgado Pavón, que vivía en esa misma calle, pero en el número 15, en acerados opuestos y distantes unos 50 m. Concepción, carta en mano, se dirigió al domicilio de su pariente gritando indiscretamente: «¡Una carta a nombre de Bernardo!». Obsérvese cierta duda o corrección en el dígito «6», que antes parece que era un «5». (Ver contenido en el anexo «Carta de Juan Holgado dirigida a su padre Bernardo»).
Crecieron las esperanzas de una pronta liberación, repasaron una y otra vez las condiciones, llegando el momento de decidir quién sería el portador del dinero. Para ello se ofreció Miguel Domínguez Contreras, buen amigo de Bernardo Holgado que, montado en La Rabicana, la mejor yegua del rancho, la cual pudiera traerlos a los dos de regreso, se encaminó hacia Montellano, siguiendo las vías pecuarias usadas por entonces (Ver posibles caminos seguidos en el mapa adjunto). Así lo contó Pérez Regordán al que he añadidos otras informaciones aportadas por sus hijos y su amigo Curro Romero.
«Llegado
el día convenido fue trasladado el secuestrado al pinar de referencia en la
citada sierra de Montellano desde un lugar cercano, zona desde la cual posteriormente
Juan aseguró que se veía la carretera de Morón (hoy A-361). A la hora convenida
y a lo lejos se distinguió la silueta de un jinete. «Desde donde me
encontraba veía al caballo con el hombre que venía a liberarme del tamaño de un
perrito —contó Juan a su familia». Ya más cerca comprobaron que venía cubierto
con el sombrero señalado y montado en una yegua con serón. Antes de hacerse
presentes, los secuestradores le preguntaron a Juan:
—¿No
será algún civil? ¿Lo conoces?
—Claro
que lo conozco, es un buen amigo de mi padre —respondió el muchacho.
Finalmente
salen al encuentro de Miguel Domínguez, lo encañonan, le dan el alto y le
dicen:
—¿Traes
el dinero?
—Sí que
lo traigo, es todo lo que ha podido juntar la familia, pero antes quiero ver al
niño y asegurarme que está bien.
—Cuando
veamos que has puesto el dinero sobre esa roca te mandamos al muchacho y podrás
comprobar que está perfectamente.
Se bajó
de La Rabicana, colocó el dinero donde le dijeron, se fue otra vez hacia la
yegua y enseguida apareció Juanito. Antes de que llegara el joven a su lado ya
se habían acercado y cogido el dinero.
—Juanito
¿estás bien?
—Sí Miguel,
estoy bien y con salud.
—Pues
entonces súbete a la yegua. Nos vamos para el pueblo.
Sin que
mediaran más palabras partieron para Villamartín. Entregado el rescate, Holgado
se vio finalmente libre de aquella pesadilla. Había durado el secuestro cinco largos
días».
Posible ruta del secuestro. Roja, 13 km. Camino seguido por Juan y sus secuestradores a pie hasta la sierra de Montellano, usando las cañadas de Los Mármoles y la de Morón. Esta misma pudo utilizar Miguel Domínguez en su ida en la yegua. Verde, 17 km. Regreso de Juan y Miguel siguiendo en principio las mismas cañadas y después el camino de Montellano a Villamartín.
Miguel y Juan, a la grupa de La Rubicana, toman dirección Villamartín. Posiblemente para beber y reponer agua para el camino de regreso (no olvidemos que estaban en agosto con temperaturas máximas cercanas, sino superiores a los 40 ⁰C) deciden entrar en el rancho de Santa Isabel, situado a las afueran de Montellano, a 1,5 km antes de llegar a la venta El Palancar, cuyas ruinas mostramos en la imagen, hoy día al borde de la A-375. La casera, que conocía a Juan al pasar este habitualmente por el lugar vendiendo huevos de campo y sabría del secuestro, casi se desmaya al ver entrar al muchacho demacrado y pálido como una aparición.
La
llegada a Villamartín se produjo al atardecer, cruzando el Guadalete por la
pasada de Sevilla. Domínguez, por ser discreto y para que resultara la llegada
lo más desapercibida posible, dejó a Juan solo con su montura, subiendo este hacia
el pueblo por la Fuentezuela. Pese a ir demacrado, con barba de seis días, los
vecinos de la barriada pronto lo reconocieron ya que el pueblo vivió con tensa
espera, y también curiosidad, el desenlace del secuestro. Algunos gritaban: «¡es
Juanito, es Juanito Holgado!»; algunas personas se unieron a la caballería
formando una comitiva cada vez más numerosa que acabó entrando al casco antiguo
por el Boquete del Tío Parrao, torciendo a la izquierda por la calle El Santo y
bajando por Salinera. Cuando llegó a su casa, la puerta estaba encajada, entró
dando esta un fuerte golpe contra pared al abrirla. Todos estaban allí: sus
padres, su novia Currita, su hermana Sebastiana… que se abrazaron llorando. La
casa se llenó de vecinos y amigos del pueblo que fueron a alegrarse de la liberación
del joven. A Juan Holgado le gustaba recordar esta llegada y solía comentar: «¡Vamos,
como la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, solo que en yegua y sin
palmas!». Por supuesto la noticia circuló hasta el último rincón del
pueblo, repitiéndose datos y detalles que en algunos casos derivaron a la pura
invención, como la señora que adornó y contó reiteradamente el reencuentro
entre Currita y Juanito, situándolo en mitad de la calle El Santo, bajando el
joven de la yegua, corriendo uno hacia el otro para fundirse finalmente en un
prolongado abrazo, quizá un poco atrevido para la época y la juventud de los
novios.
La
familia trató de pasar página cuanto antes, volver a su actividad agrícola
tratando de recuperarse del golpe anímico y económico recibido. El mismo
secuestrado fue poco proclive a contar detalles, ni en ese momento ni
transcurrido el tiempo, como me aseguran actualmente sus hijos. En alguna
ocasión fue requerido por el juzgado de Utrera para participar en ruedas de reconocimiento,
pero nunca identificó a sus secuestradores. Treinta y seis años después, en
1985, cuando lo entrevistó Pérez Regordán le dijo textualmente: «Ni he
sabido de ellos ni me ha preocupado lo más mínimo. Me dijeron que a uno lo
mataron en un pozo de Utrera y que los otros habían escapado de la cárcel de
Lebrija, pero en concreto y cierto no sé nada ni a estas alturas me interesa ya
el tema». Las versiones más repetidas de aquellos años, indicaban que la
Guardia Civil identificó a los secuestradores por las compras que hicieron, entre
otras, durante el secuestro, unas alpargatas para Juan de su número de pie y
posteriores adquisiciones, en las ventas del Cruce de las Cabezas y otras como
la de Ruchena.
Volviendo
al libro El maquis en la provincia de Cádiz, su autor afirma que «actuaron
Julián y Francisco Domínguez, Niños de la Virgen, y Juan López, Luis.
Unos de Las Cabezas de San Juan y otro de Utrera. A pesar de ser prendidos por
la Guardia Civil, lograron escapar, sin llegar a conocerse su paradero. Como
cómplice figuró José Guzmán, posiblemente la persona que planeó el secuestro.
Fue detenido por la Benemérita y condenado a presidio».
Versión de esta entrada en PDF. Enlace.
Agradecimientos:
A la familia
Holgado Morales por la información y facilidades dadas.
A
Sebastiana Holgado López, hermana de Juan, por volver a recordar y contarnos lo
sucedido.
A la
familia de Miguel Domínguez Contreras por la fotografía facilitada.
A Curro
Romero y Manuel Alpresa García por sus aportaciones.
©del
texto Pedro Sánchez Gil, salvo entrecomillados
©Imágenes
facilitadas por la familia Holgado Morales.
© del
artículo «Libro de Feria. Ayuntamiento de Villamartín. 2022».
©de la
presente publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez»
Bibliografía
y fuentes documentales
Pérez
Regordán, M. «El secuestro de Juan Holgado López». Libro de Feria.
Ayuntamiento de Villamartín. 1987.
Pérez
Regordán, M. El maquis en la provincia de Cádiz. Librería Raimundo.
2019.
Jiménez
Yeste, J. M. «Breve historia de la guerrilla antifranquista en Andalucía». Revista
de Claseshistoria. 2011.
Ortega
López, T. M. «Las relaciones laborales en la agricultura española, 1936-1948».
Historia Agraria. 2007.
Prados
de la Escosura, L. «Cinco formas de calcular el valor relativo de una peseta
española, 1850 - Presente». MidiendoValor. 2022.
Archivo
documental Arcimís (AEMET) correspondientes a agosto de 1949.
Archivos
de la familia Rivera de las precipitaciones registradas en Villamartín. Año
agrícola 1948-49.
Archivos Municipales. Villamartín.
ANEXO
(Clic sobre la carta para ampliarla)
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