jueves, 30 de septiembre de 2021

Los años de la hambruna en Villamartín. Primeros años de la década de 1940


Finalizada la Guerra Civil en abril de 1939 se abre un periodo de penuria para las clases sociales más desfavorecidas como consecuencia de los terribles años de guerra, con el efecto de destrucción del tejido industrial, abandono de cultivos y un largo etcétera que se podría añadir. Las cárceles estaban llenas y la represión de los vencedores se alargó durante la década de 1940. El historiador español Miguel Ángel del Arco nos recuerda que los años cuarenta no fueron un periodo de escasez o de hambre a secas, sino una hambruna en toda regla, que afectó sobre todo al tramo 1939-1942 y que es plenamente asimilable a la definición que hace la FAO de «hambruna»: «Es la carencia grave de alimentos, que afecta a un área geográfica grande, grupo significativo de personas durante largo tiempo y cuya consecuencia es la muerte por inanición de la población afectada, precedida por una grave desnutrición o malnutrición». Según este historiador de la Universidad de Granada, a la vista de las fuentes consultadas, pudo producir entre 200.000 y 600.000 fallecimientos. El franquismo centró las causas en el conocido triunvirato: «guerra, pertinaz sequía y aislamiento internacional», olvidando otros muchos aspectos que del Arco recoge en su trabajo y que «contribuyó a una política monetaria que condujo a una inflación sin precedentes». (Colas de racionamiento / Cecilio Sánchez del Pando).

 

La beneficencia

 

Son muchos los trabajos, a nivel nacional o regional, que podemos localizar y opiniones diversas en la red que el lector puede encontrar fácilmente. Por mi parte, voy a repasar nuestros archivos municipales, algunas publicaciones y entrevistarme con personas de avanzada edad que vivieron y no olvidan esos años. El socorro que trató de canalizar el gobierno para ayudar a paliar la penuria de los pueblos lo llevó a crear el conocido Auxilio Social: «El 17 de mayo de 1940 se crea por Decreto de la Jefatura del Estado el Auxilio Social como entidad oficial con personalidad jurídica propia con una finalidad benéfico-social. Entre sus cometidos y competencias estaban la asistencia a los indigentes, la asistencia y educación de los huérfanos sin recursos, a los ancianos, a las parturientas, a los enfermos y otras necesidades benéficas que le fueran encomendadas». El término «Auxilio Social o Auxilio de Invierno» venia usándose desde 1936, cuando fue creada una organización (en la zona nacional se entiende) para ayudar a las víctimas de la contienda por Mercedes Sanz Bachiller, viuda de Onésimo Redondo, y Javier Martínez de Bedoya. Sus primeros ámbitos de actuación fueron los comedores infantiles.  La documentación provincial (1937-1965) se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Cádiz[1].

En Villamartín, una de sus sedes fue en la calle de Los Hierros, donde también se ubicaban las escuelas de El Sopapo. Después traslado su ubicación a la calle de El Santo. «Fui muchos años al comedor de Auxilio Social que estaba en lo del Sopapo —nos cuenta Antonio Navarro—. Nos daban una comida al medio día consistente en un plato de algún guiso y un bollo de pan. Cuando estábamos enfermos iba mi madre con un puchero y le echaban un cacito».

 

La primera referencia que hemos podido localizar en las actas municipales se refiere a 1939, en el que el Ayuntamiento libra 250 pesetas para Auxilio Social, al objeto de que en la festividad de los Reyes Magos se pueda obsequiar con juguetes a niños que reciben asistencia en dicho centro benéfico (AMV. AC. 1939).

Sin que podamos concretar fechas, dos personas aparecen vinculadas al Auxilio Social, José Hidalgo Palomo (muy conocido como director de la Agrupación Municipal de Música y administrativo de la ONCE) que fue su jefe local y Antonio Mateos Mancilla[2] para el que se solicita en 1965 la Cruz de Beneficencia «que tanto hizo por el comedor de Auxilio Social entre 1940 y 1950, atendiendo a niños, huérfanos y ancianos desamparados y por el Centro de Alimentación Infantil y Cocina de Hermandad que funcionó para atender a niños y ancianos indigentes (AMV. ACP.1965)». (Centro de Auxilio Social en la calle de El Santo de Villamartín. Imágenes de un Siglo).

Posiblemente la labor benéfica local más importante de estos años la llevó a cabo Las Conferencias de San Vicente de Paúl, que ya por entonces contaba con el patrimonio y renta de la finca El Albercón, sobre todo tras la llegada del párroco Jiménez Sutil. A la labor femenina, siendo su presidenta Lola Álvarez, se une en esta década la masculina, presidida por el médico Luis Mozo Carrancio. Su misión principal la entrega de medicamentos, mantas, ropa, alimentos… a la sociedad desfavorecida. «Las Conferencias de San Vicente matan un cerdo para destinar sus productos a facilitar pucheros a enfermos pobres (AMV. ACP. 1950)». «Las Conferencias de San Vicente repartían algo de ropilla para los más necesitados. Una vez pillé una especie de chaleco de paño y en otra ocasión una pelliza de más abrigo, pero me estaba grande y cuando se mojaba no podía con ella —nos comenta Antonio Navarro».

 

También hay referencias a múltiples cuestaciones organizadas por la Parroquia (sobre todo tras la incorporación del párroco Jiménez Sutil en 1941), juntas locales creadas al efecto, Sección Femenina… «para facilitar ropa y comestible en Navidad a las clases menesterosas, encabezadas por el Ayuntamiento con 2000 ptas.» (AMV. ACG. 1944)». «El Ayuntamiento abona a Francisco Escolar Andrades, 270 pesetas por el transporte de pan desde Arcos y Bornos a Villamartín durante el mes de junio de 1939, con motivo de la calamidad obrera reinante (AMV. AC. 1939». «Con motivo de la celebración de la Feria de San Mateo, el Ayuntamiento entrega a los pobres de solemnidad medio litro de aceite, tres raciones de pan de 200 gramos, 300 gramos de arroz y 150 gramos de garbanzos (AMV. ACG. 1944)». «En la sesión de la Corporación Municipal se comunicó que la cuestación de la Navidad a favor de la clase menesterosa fue un éxito total, debido fundamentalmente a la actuación del cura regente de la Parroquia, D. Manuel Jiménez Sutil “que, con su celo, entusiasmo y persuasión, tantos y tan grandes bienes espirituales, morales y materiales prodiga a sus feligreses desde la fecha fausta de su toma de posesión” (AMV. ACG. 1944)». Todas estas referencias y otras que se podrían adjuntar vienen a demostrar la necesidad imperiosa de alimentos que soportaba los estamentos sociales más humildes. (Las mesas de cuestaciones, generalmente promovidas por Auxilio Social y la Parroquia, aún son bien recordadas por los mayores. Imágenes de un Siglo III. Col. Manuel Vidal).

 

Pero pasemos directamente al tema de la hambruna que acuciaba día y noche a un porcentaje de villamartinenses difícil de cuantificar, pero que nos señala este dato: «Más de 300 de los 1200 obreros de la localidad están en paro involuntario por la sequía, lo que hace que la Corporación Municipal acuerde solicitar de la Junta Nacional del Paro Obrero 350.000 pesetas para realizar obras que ocupen a gran número de estos obreros (AMV. AC. 1945)». Es decir, que 300 cabezas de familia (término muy usado por entonces) carecían de ingresos, pero es que los 900 restantes podían percibir unas 8-9 ptas., en el mejor de los casos, el día que trabajaban. «Se fija el jornal medio de un bracero en la localidad, en 8,50 pesetas (AMV. ACG. 1942)». De estos míseros sueldos, estudios realizados en esa década de 1940, demostraban que esos braceros destinaban más del 90% exclusivamente para la compra de alimentos. Sueldos que apenas se incrementaban mientras que el coste de la vida lo hacía de forma meteórica como muestra el cuadro.

 

Veamos los testimonios que he podido localizar ciñéndonos exclusivamente a Villamartín, para ello he recurrido a publicaciones locales y testimonios escritos o verbales; no sin antes recordar que desde mayo de 1939 se estableció el régimen de racionamiento en España para los productos básicos alimenticios y de primera necesidad, más conocido como «cartilla de racionamiento». Aunque permitía adquirir alimentos básicos a precios fijos, no siempre estaban disponibles, ni eran suficientes para completar la ración familiar diaria. Para suplir esta carestía aparece el «estraperlo». (Europa Press).

 

Manifestaciones personales

 

En el apartado de este blog «Femenino Singular» podemos leer la biografía de María Cortijo Martínez, la Cortija, escrita por su hijo Juan Miguel Borrego que durante esos años amargos llevó el pan a su numerosa prole actuando como estraperlista: «Los años de racionamiento y hambre que siguieron a la Guerra Civil llevaron a algunas mujeres a echarse a los caminos y carreteras para hacer del estraperlo un medio de vida con el que sacar adelante a sus familias; María la Cortija (n. 1904), era madre de cinco hijos cuando comenzó a hacerlo y otros cuatro nacieron durante aquel tiempo de carestía y riesgo». En su biografía nos cuenta su hijo el método de trabajo de estas personas. Enlace a su biografía. (Col. Familia Borrego Cortijo).

 

Milagros Cabrera Román (n. 1937), mujer sencilla, huérfana desde los doce años, que vivió principalmente en los ranchos de la provincia, especialmente en Puertollanillo, publicó en 2006 el libro Recuerdos de mi infancia y que vino al mundo «al respaldo de un árbol en una noche lluviosa», cuenta con especial crudeza esa década de «miseria, crímenes, pena y dolor». Al abordar cualquier tema, acaba inevitablemente incidiendo en la hambruna pasada por ella, su familia, sus vecinos…: «El hambre es lo más malo que hay; el que dijo “eres más malo que el hambre” supo lo que decía. Actualmente nadie se puede hacer una idea de lo que es, te lo comes todo, los garbanzos crudos, las tagarninas crudas, las patatas crudas… […] Cuando yo era pequeñita recuerdo sobre todo el hambre y el frío, había noches que no podía dormir. […] Una noche lluviosa, mis hermanos y yo teníamos tanta hambre, que cuando mi padre dormía fuimos y le quitamos un saco de habas a nuestro vecino Patachula en Puertollanillo. […] En las noches, sentados alrededor de la mesa, solo con un candil con su torcida y aceite de pescado frito, mis hermanas mayores se ponían a contar cuentos y la historia siempre acababa pasando por una casa en la que había mucha comida, mucha carne, muchos dulces… y mi hermano Pepe, que era muy chico, se ponía a llorar diciendo que no contáramos más cuentos de comida que tenía mucha hambre». En las 70 páginas del libro, cada 8-10 párrafos Milagros acaba haciendo referencia al ansía por llevarse algo a la boca. Incluso en su segundo libro de tema poético, La pasión de mi tierra, acaba, irremediablemente, recordando la posguerra: «Me acuerdo de la posguerra / el hambre que pasé. / Ahora que tengo comida, / ahora no puedo comer». (Col. Familia Tenorio Cabrera).

 

Conocí a María García Mesa, más nombrada por el apodo familiar de Maricotilla, investigando el capítulo de Los Chozos para el Imágenes de un Siglo III. Mujer de prodigiosa memoria logró identificarme a decenas de familias en las fotos que le mostré. En su casita de Los Areniscos, junto a su actual pareja Andrés hablamos de las penurias que había pasado. Me quedé admirado cuando me presentó y me invitó a leer «sus memorias», dictadas a una de sus nietas. Trabajadora incansable, siempre se las arregló para llevar la ración imprescindible a sus numerosos hijos, pero eso no quitaba que la hambruna siempre sobrevolara su hogar: «Un día me dijo mi suegra —cuenta María— que ya no podía soportar el hambre y se marchaba “a servir” a Cádiz. Nosotros sobrevivíamos cogiendo, comiendo y vendiendo espárragos y tagarninas, además de negociar con el picón. […] Por caridad repartían comida con un bollo de pan en un molino que había en el pueblo. Me ponía a la cola a las diez de la mañana y me daban las dos o las tres cuando llegaba a la comida. De regreso a casa recogía algo más de comida que me daban las vecinas». (María García Mesa, Maricotilla, en la foto con unos veintiséis años. Catorce embarazos, once hijos criados, trabajadora incansable, luchadora sin igual por su familia. En la imagen junto a sus hijas María, Ángela y Paqui. Imágenes de un Siglo III. José Jiménez, Blancanieves).

 

También durante esos años —nos cuenta su hija María de los Ángeles Barrera— «María Naranjo Peña, desde su humilde puesto de carne, fue conocedora de la miseria y hambruna del pueblo, puestas en boca de mujeres que como ella buscaban algo que llevar al estómago de sus hijos. A las suyas propias añadió las necesidades de sus veceras porque los pobres no salen de pobres. Este querer y poder ayudar surge de forma espontánea como un resarcimiento a carencias pasadas pero latentes; sentimiento este que la caracterizará toda su vida». María contaba a sus hijos las acciones de abuso de los inspectores de Sanidad, que acudían a su pequeño puesto y sin más explicaciones incautaban (y se llevaban) medio pavo o una pieza de carne. Enlace a su biografía. (Col. Familia Barrera Naranjo).

 

Pero si la hambruna tuvo una incidencia desmedida fue en la barriada de la Fuentezuela, conocida como Los Chozos. Así lo reflejamos en ese capítulo del Imágenes de un Siglo III. Para muchos era un verdadero calvario cubrir diariamente la ración de alimento, pasando rachas de gran necesidad: «en esos momentos se recurría día tras día a las lentejas, habas, caracoles, pucheros sin carne y algo de pan, además de lo que se sacaba del rebusco. De noche, las sobras, alguna coliflor, más habas y mucho café (cebada tostada o zurrapa de los bares) migado. Poquísima carne, nada de pescado, leche (salvo el que tenía una cabra) ni huevos (alguno para los enfermos). […] Según la época y la necesidad, se aportaba algún extra con espárragos, tagarninas, caracoles, pájaros, conejos, bellotas...». (Dolores Palacios Márquez y sus siete hijos, aunque tuvo tres más, conocidos por los Villalba: Juan, Ana, Cristóbal, Dolores, Sebastián, Antonio y Gregorio. Imágenes de un Siglo III. José Jiménez, Blancanieves).

 

Fernando Romero Romero en su libro República, Guerra Civil y Represión, nos ilustra con las memorias del villamartinense Juan Barragán Pino, que cumplió condena en los penales de El Puerto de Santa María y El Dueso y en ellas da testimonio de las duras condiciones de vida soportadas por los presos en las cárceles franquistas de la posguerra. Escribe Juan: «La ola de hambre y miseria fue tremenda y los hombres se morían conforme se iban quedando en los huesos y el pellejo. Nos ponían a pelar patatas y nos las comíamos crudas; debido a esto, optaron por guisarlas con su piel». (Col. familia de Juan Barragán).

 

Acudí a la calle Fuentezuela para hablar de esos años de carencia con Antonio Navarro Hidalgo, Charro. Su buena salud y memoria le permitió recordar con nitidez la aterradora década: «Yo fui a la escuela entre los seis y los nueve años, con don Diego, en El Sopapo, pero no logré aprender a leer y escribir. Me fui al campo a trabajar exclusivamente por la comida con nueve años, cuidando pavos, cochinos, ir a por agua o lo que me mandaban. […] El desayuno consistía en lo que llamábamos «café», pero realmente era malta de la cebada tostada, en algún caso achicoria, posos de café de los bares vueltos a hervir y un cacho de pan. Donde trabaja siempre me ponían un potaje al que le echaban un trozo de tocino y algún hueso. Para la cena alguna sobra si es que había quedado algo que era pocas veces. Siempre con la maldita hambruna a cuestas, buscábamos peladuras de naranja y plátano que tiraban las casas ricas de la calle El Santo por la barranca de la calle Extramuros. […] Yo tenía una única muda remendada y muy usada que habría conseguido mi madre usada de algún otro niño. Cuando volvía a mi casa quincenalmente me la quitaba y permanecía desnudo hasta que la lavaba, la secaba y la remendaba. Volvía al campo y hasta dentro de quince días».

 

Publicaciones

 

Veamos las referencias que he localizado en publicaciones locales cuando hablan de la posguerra. Manuel Vidal, en su libro La enseñanza en Villamartín y en otras publicaciones señala a «los años de la “Victoria”», como «tiempos de miseria, de hambre, de penuria económica, de bloqueo y aislamiento internacional, […] en los que persistieron los bajos sueldos de los maestros y las pésimas condiciones de las escuelas, consecuencia de la precariedad de medios económicos y humanos para atender las necesidades educativas de la población. […] Fueron años también en los que se destruyó la obra educativa iniciada en la II República y en los que, frente a la preparación profesional, se celebraron cursillos para el nuevo profesorado con la misión de saturar su espíritu de contenido religioso y patriótico de la Cruzada».

 

Ernesto Pangusión Cigales, en su capítulo «Industria y Comercio», del Imágenes de un Siglo II, escribe: «El padrón de 1940 expresa en sí mismo la hora terrible de España iniciada en 1936. Las matrículas descienden a 140, un tercio menos de las de 1930, con caídas generalizadas en todos los sectores. La recaudación baja a sólo 32.172 pesetas, inferior a las 34.143 de diez años atrás. Como en todas las malas épocas, es más que probable que el grueso de la producción se centrara en actividades no declaradas y comercio clandestino. Sea como fuere, los datos de 1940 son la plasmación documental de la depresión económica y la penuria generalizada padecidas por la sociedad [villamartinense]». (Década de 1940. Taller de los socios José Pérez Camacho y Juan Moreno Medina. Col. Antonio Tenorio Holgado. Imágenes de un Siglo III).

 

Son muchas las frases recordando esos años que podría sacar de las múltiples publicaciones, en nuestro Libro de Feria, de José del Pino; a modo de ejemplo: «…en nuestra mente ha quedado una foto fija, en blanco y negro, de aquella España [de 1940]. Una imagen desolada, triste y apesadumbrada, expresión tremenda de nuestros mayores, que se quejaban: ¡qué triste haber trabajado toda la vida y quedarse, a la vejez, sin pan! […] ¿Qué pasaba en aquellos años [1940-45]? Se puede afirmar que se vivía en la agonía, prolongada en exceso de una Edad Media. Ver un tractor en el campo era rarísimo, solo burros, mulos… como medio usual de trabajo. Un pueblo abatido. Un 70% de los jornaleros pendientes de un imprevisible salario en el campo. Hombres de rostros impresionantemente silenciosos, deprimidos por hechos muy recientes». Pepe Pino, responde perfectamente al perfil de un hombre que ennoblece y dignifica a nuestro pueblo y sirve de ejemplo y estímulo nobilísimo a venideras generaciones. Había nacido en 1930 y cuando contaba seis años, sufrió el gran trauma del fusilamiento de su padre, viéndose, sin saber el porqué, dentro de un grupo al que calificaron como «Niños de Rojos».

 

He buscado imágenes de esos años para ilustrar el artículo, que además reflejaran la sociedad más humilde de esos años. Como me temía no existen; la razón es clara: los «pobres de solemnidad» no podían permitirse el lujo de hacerse fotos, las únicas que encuentro de esos años son de fútbol, de escuelas (a las que no asistían los niños repartidos por los campos cuidando pavos u otros trabajos, ni los del pueblo, semidesnudos), de la romería (otro lugar poco frecuentado por los braceros) y de procesiones. Finalmente, creo que esta imagen de una procesión por la calle de El Santo nos muestra ese predominio del negro, del luto, de las piernas como palillos, de la ropa de escasa calidad con mil usos y lavados, aprovechada de unos para otros. (Procesión por la calle de El Santo. Ramón de la Rosa. Col. Jesús Mozo).

 

Quizá el trabajo peque de pesimismo, pero es lo que hubo. Todos debemos conocer la penosa etapa por la que pasaron muchos de nuestros padres y abuelos. Las carencias afectaron a toda la sociedad villamartinense, pero ciertamente la hambruna se centró, como hemos visto, en los barrios pobres que solo contaron con la escasa beneficencia, su propio esfuerzo y algo de solidaridad difícil de cuantificar ochenta años después, pero que he podido constatar que existió. Los pequeños rancheros solían ayudar a los que pasaban pidiendo por los campos a diario, algunos propietarios más prósperos y generosos preparaban un gran guiso a diario al que acudían, incluso desde el pueblo, a por su cacito de alimento: «ocho éramos, ocho cacitos me ponían —me comenta una abuela». Pero no faltó quien se aprovechó de su cargo para sacar tajada allá por donde pasaba, incluso se hicieron fortunas negociando con el estraperlo.

 

Mi agradecimiento a todos los que me han aportado sus conocimientos y sus recuerdos, especialmente a los entrevistados y mencionados en este artículo.

 

Bibliografía

· El Confidencial. La hambruna española que fue borrada de la historia: ¿y si mató más que la guerra?

· Auxilio Social. Los inicios de la asistencia social. Archivo Histórico Provincial de Cádiz.

· Archivo Municipal de Villamartín (AMV: Archivo Municipal de Villamartín / AC: Actas Capitulares / ACP: Actas Comisión Permanente / ACG: Actas Comisión de Gobierno).

· Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez.

· Cabrera Román M. Recuerdos de mi infancia. Ayuntamiento de Villamartín.

· Mis memorias. María García Mesa. Inéditas.

· Varios. Imágenes de un Siglo I, II y III. Ayuntamiento de Villamartín.

· Vidal Jiménez, M. La enseñanza en Villamartín. Ayuntamiento de Villamartín.

 

© del texto, Pedro Sánchez Gil salvo entrecomillados.

© de las imágenes, lo señalado en los pies de foto.

© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».



[1] Además de los objetivos benéficos, el Auxilio Social promovió otras vertientes a medida que avanzaba la década, sobre todo de propaganda del régimen y en algunos casos, según mantienen determinados autores, de control de los huérfanos. Wikipedia.

[2] Fue alcalde de Jerez desde 1948 a 1952, un hombre al que siempre se le ha reconocido una gran labor social en su localidad. Creó el Club Nazaret para las clases populares. Mantuvo gran vinculación con Auxilio Social. En Villamartín intervino en el mantenimiento de la primitiva guardería infantil El Manantial, la que estuvo en Los Areniscos. 

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