Cuando llegué en 1976 como maestro a Villamartín, en las charlas con los compañeros, era muy nombrado don Feliciano, director y profesor del Colegio Libre Adoptado (CLA) Menéndez Pelayo durante los tres cursos anteriores a mi venida. Dada su breve estancia se me hacía difícil de entender esa gran huella dejada por un profesor en tan poco tiempo. «Ese hombre tenía algo especial», me comentó un compañero.
El Colegio Libre Adoptado (CLA) de Enseñanza Media de Grado Elemental Menéndez y Pelayo comienza a funcionar como tal en el curso académico 1962-63, dependiendo del instituto Padre Luis Coloma de Jerez, hasta que en el curso 1975-76 pasó a ser Centro Homologado de Bachillerato, lo que le dotaba de plena autonomía en la evaluación del alumnado. Fot.: Imágenes de un Siglo II.
Pasados cuarenta y cinco años he podido comprobar la frescura con la que ese antiguo alumnado mantiene
el recuerdo de su profesor,
su guía espiritual y su líder. Se me ocurrió
probar en las redes sociales
la búsqueda de su nombre, con poca esperanza, la
verdad; los cálculos me llevaban a una persona por encima de los ochenta años. Pero apareció,
le mandé un mensaje para confirmar su identidad y presentarme, incorporándolo al grupo de Facebook «Culiblancos en la Escuela».
Como entonces, ha sido toda una revolución, don Feliciano se fue de Villamartín cargado de recuerdos, pero también de fotografías, periódicos escolares, decálogos, avisos
colocados en los tablones de anuncios… Durante
semanas, pacientemente, con la agilidad
mental de entonces
han ido aflorando sus efemérides bien guardadas, respondidas con prontitud
por los comentarios de sus estudiantes: identificación de los protagonistas de las imágenes, localización de lugares, aclaración de hechos, referencias hacia otros
profesores, evocación de las clases y los
recreos…
En la primavera de 2020 don Feliciano ha compartido con el que fue su alumnado esta fotografía entre otras muchas. Su antiguo profesor llevaba 45 años tratando de hacer llegar su completa colección de antiguas imágenes hasta sus queridos estudiantes. Excursión a Ubrique en un intercambio escolar. Fot.: Feliciano Martínez.
Nacido en Villaquejida (León) en 1937, realiza estudios eclesiásticos desde los 12 a los 25 años en el Seminario Menor y Universidad Pontificia de Comillas: Humanidades, Filosofía y Teología, con la obtención de las correspondientes licenciaturas. Aprovechando las vacaciones de verano cursa estudios de Filosofía y Letras en las Universidades de Oviedo y Madrid, añadiendo una nueva licenciatura.
Portada de la revista que don Feliciano dedica a su antiguo alumnado del Colegio Santa Bárbara de Santa Lucía de Gordón y a las personas interesadas en la historia del centro. Col.: Feliciano Martínez.
Durante el verano de 1972, un amigo, sabedor
de su afán por encontrar empleo, le habla de un conocido suyo que veranea en su pueblo natal en la
montaña leonesa y le había contado que estaba buscando un director para un CLA que dependía del centro que él dirigía
en Jerez de la Frontera. Se trataba de Antonio Alvarado, director del instituto Padre Luis Coloma, del que ya
sabemos dependía nuestro Menéndez Pelayo. Don Feliciano, acompañado de su amigo que hizo de introductor, se
dirige hasta ese recóndito pueblo dispuesto a solicitar y aceptar el cargo. La sintonía con Antonio Alvarado fue buena
y en ese mismo momento llegan a un «acuerdo verbal». Don Antonio vuelve a Andalucía con un director y
profesor bajo el brazo para nuestro centro educativo y don Feliciano trata de encontrar algo de información sobre ese
Villamartín (en León hay varios: del Sil, de la Abadía y de Don Sancho) del que nunca había oído hablar. Es
confirmado su nombramiento con fecha de 21 de septiembre[1]
(día de San Mateo en Villamartín),
como «profesor interino licenciado en
Letras con la remuneración de 162.000 ptas. anuales». Don Feliciano me cuenta que «con muy escasa información sobre mi nuevo
destino y sin tener concertado previamente
ningún tipo de alojamiento, un veintitantos de septiembre de 1972 llegué
en autobús, expectante, a Villamartín. Pregunté por la vivienda
del cura párroco
de la localidad; caminé cuesta
arriba con mi gruesa maleta
en busca de la casa rectoral, envuelto en la blancura,
para mí sorprendente, de aquellas calles. Me recibió muy amablemente don José Manuel, quien me indicó
el hostal IZLU,
de Ana Rosa Moreno, como posible albergue.
Al día siguiente, Esteban Rubiales y María Moreno
me aceptaron como su huésped.
Y en su casa permanecí
alojado durante los tres años que residí
en Villamartín, exquisitamente tratado como un familiar
más».
Don Feliciano se incorpora como cuarto director del CLA, en un momento de crisis del centro, al parecer provocada por el anterior director y sus repetidos incumplimientos, así lo manifiesta el presidente de la Asociación de Padres de Familia de Villamartín en escrito dirigido
al alcalde, tras reunión celebrada en la noche
del 8 de febrero de 1972, en el que «manifiestan el estado
de abandono en el que se encuentra el colegio desde la marcha
de la anterior directora a primeros de diciembre [de 1971]; fecha desde la que no se han impartido las
asignaturas correspondientes al Licenciado
en Letras[2]». El alcalde
Fernando Romero Romero, traslada esa preocupación al delegado de educación Pedro Valdecanto, ratificando esa inasistencia del licenciado en letras y director del centro, solicitando que «con su intervención se restablezca la normalidad escolar
[…] y caso contrario tratar
de su posible sustitución[3]».
Así y aquí empiezan los tres cursos que
permaneció en nuestro pueblo y quién mejor que su antiguo alumnado para cubrirlos con sus impresiones. Sigo en principio el relato que me proporciona Paco Pavón Mendoza.
«Aún recuerdo su presentación el primer día
de clase: “Buenos días, me llamo Feliciano Martínez y voy a ser vuestro profesor de Latín, Lengua Española
y Lengua Francesa. También soy sacerdote, nacido en León y mi equipo de fútbol es la Cultural Leonesa”,
mientras, con su peculiar andar, se paseaba entre las filas de mesas de la
clase ante un grupo de adolescente,
extrañados que siendo cura como decía, no llevase sotana. Y se presentaba ante nosotros el que sin duda fue uno de los
grandes maestros de la escuela y de la vida que podríamos tener, y del que siempre
hemos tenido el orgullo y el privilegio de haber sido su alumnado. Don Feliciano (el cura fino por su perfecto castellano) nos dejaba ensimismados cuando
nos leía relatos de algún autor relevante, nos metía en la historia, gesticulaba, interpretaba, de forma que no perdiésemos el hilo del relato y no había quien rechistase en clase.
»Desde La Alameda lo veíamos dirigirse hasta
el instituto con su andar erguido, sus pasos largos y su sonrisa en el rostro al saludarnos, siempre con
energía. A veces avanzábamos hasta la calle del Santo para acompañarlo de regreso,
costándonos llevar su ritmo
al volver.
»La escuela se nos quedó pequeña, y prueba de ello es que practicantes y no practicantes nos veíamos los sábados por la tarde en la misa de la parroquia
para seguir escuchando sus enseñanzas, en este caso de la vida, pasándonos el tiempo sin darnos cuenta,
todo se detenía.
Con su carácter, educación y sabiduría nos hizo traspasar el umbral de la
escuela y subir por el escalón de la vida misma. Don Feliciano vivió y
comprendió los problemas y las dificultades
de los alumnos, de la gente de Villamartín. El alumnado comenzó
a entenderle y conocer cuestiones que él mantenía
en secreto. Así descubrimos, de forma casual, que con parte de su
salario completaba el sueldo de la señora de la limpieza que pasaba necesidades[4].
En general actuaba calladamente, pero cuando al terminar la misa echábamos unas partidas en los futbolines y marcaba algún gol, mostraba
gran entusiasmo, casi desmesurado, que nos llamaba
la atención.
»Don Feliciano llegó a Villamartín casi en
silencio, pero poco a poco fue descubriendo ciertas injusticias sociales como la explotación que sufrían algunos
trabajadores de la marroquinería y no se pudo callar. Con motivo de la Fiesta del Trabajo del Primero de Mayo [en
esa época el régimen franquista la celebraba como el Día de San José Artesano]
denuncia en una primera homilía la situación
de estos trabajadores; algunos feligreses se salieron de la misa, otros no daban crédito a que alguien se atreviera a decir lo que denunciaba. El poder fáctico del pueblo se
molestó, se movió y esto trajo consecuencias, don Feliciano empezó a ser
investigado. La brigadilla acabó en el instituto repasando
el tablón de anuncios del mismo. Y llegó la famosa multa de 10.000
ptas. de las de aquel año».
Continúo
el relato de Paco Pavón: «¿Cómo iba
a pagar la multa si todos sabíamos lo que hacía con su sueldo? Un movimiento espontáneo se generó entre el alumnado
del instituto secundado por algunos padres;
sigilosamente fuimos
acumulando en los sótanos del centro una montaña de cartones y periódicos, en
silencio y en secreto para que nadie
se enterara, ni siquiera don Feliciano. También
hicimos colectas a la salida
de las misas, acercábamos un cesto y decíamos “pa la multa de don Feliciano”. En tiempo récord
logramos reunir el dinero.
»Recordamos todos que para poder ir de
excursión a las playas de Chipiona, Cádiz y Torremolinos —un lujazo para esa época—, íbamos primero a
recolectar algodón en las parcelas del Coto de Bornos, para que nuestros padres no tuvieran que hacer desembolso
económico. Terminábamos muy cansados pero contentos y satisfechos, sabiendo valorar la recompensa al esfuerzo».
Así nos relata el primer día de estudiante-jornalera una de sus alumnas, Dolores del Pilar Jiménez: «Salimos temprano, muy temprano, creo que a las 7 de la mañana. La noche había sido de impaciencia e incertidumbre. Todos caminábamos hacia el Coto de Bornos, don Feliciano el primero. En nuestras mentes la inocencia de un día de paseo muy distinto. Las risas, los juegos, la alegría de una nueva experiencia que él tenía perfectamente programada, íbamos a aprender lo duro del trabajo diario en el campo: recogida de algodón. Mil anécdotas más y una lección de vida: que el trabajo, el esfuerzo, la constancia y la superación son las herramientas que nos abrirían las puertas del futuro».
Sigue
Paco Pavón. «Como sabemos, nuestro
instituto dependía del Luis Coloma de Jerez, y en junio venían los “catedráticos” a examinarnos; todas las
asignaturas en un par de días, el libro completo; te lo jugabas todo en un examen, no importaba si en las pruebas
mensuales ibas aprobando. Ahí estaba otra vez don Feliciano. Consciente de las escabechinas que se hacían con los
alumnos, empezó a reclamar un instituto de verdad para Villamartín. Inició los trámites con muchas reuniones
con autoridades y consiguió un primer paso: nos convertimos en centro homologado, paso previo a ser instituto,
aunque no pudo ver al completo el fruto de ese trabajo. El tema de las homilías,
del tablón de anuncios y la sanción,
junto con celos
profesionales y otros factores poco conocidos hicieron
que para el curso 1975-76
desapareciese de Villamartín; en definitiva, lo echaron al no renovarle el contrato. Era su tercera
expulsión».
Don Feliciano no se quedó quieto, los pasos
que da ante sus superiores y autoridades locales y provinciales los conocemos
a través del escrito que le dirige a don Antonio Alvarado,
director del Luis Coloma de Jerez. «Aún no he
podido averiguar los motivos por los que se me impidió continuar en mi puesto.
En la Delegación de Educación nadie
me daba razones: simplemente realizaban órdenes o sugerencias gubernativas. El
gobernador estaba de vacaciones y no
pude hablar con él. Las autoridades locales se manifestaban neutrales, el
alcalde [Antonio Bernal Peñalver], en concreto, me dijo que por su parte no había inconveniente en que yo continuara al frente del Colegio». En la completa misiva justifica su
trabajo incansable, su competencia docente y organizativa suficientemente demostrada, intentando dar a la educación un sentido liberador, procurando iniciar al alumnado en la lectura
de la prensa, en el análisis de los problemas de la sociedad
y de su localidad, en la búsqueda
del sentido de la justicia,
en el espíritu crítico, en la
libertad, todo ello sin postergar su labor académica. Finalmente le reconoce y
agradece su nombramiento en Villamartín. A esta carta no hubo respuesta del Sr. Alvarado.
Don Feliciano vuelve en varias ocasiones, tras su marcha, a Villamartín, a la provincia gaditana y a Andalucía. Esta imagen, en Sevilla, pertenece a la primera de ellas en abril de 1976; le acompaña Esteban Rubiales y María Moreno (en cuya casa se hospedó durante los tres cursos), la niña Mercedes Rubiales, y una hermana de él.
Con sus 83 años sigue en buena forma y a
ratos cultiva un pequeño huerto.
Le pregunté por su sacerdocio y me comenta que «aunque dejé la actividad sacerdotal hace ya muchos
años, mis principios básicos, pedagógicos y vitales, han sido siempre
los mismos: desde que comencé
a dar clases en el Seminario hasta este mismo
momento».
Don Feliciano, director del grupo de teatro Jándala de Villaquejida, se dirige al público al finalizar la representación de «Sancho Panza en la Ínsula», de Alejandro Casona. Agosto de 2016. El teatro ha sido una de sus aficiones favoritas y más placenteras a lo largo de sus años de docencia y durante su ya larga jubilación.
Villamartín
no olvidó fácilmente a don Feliciano; en el primer
Libro de Feria (1979) que se publica
tras su marcha he localizado
un artículo titulado «Ayer nos dijo adiós un hombre bueno», donde se hace una
breve semblanza de él y con
emotividad recuerda su marcha
pasados ya cuatro años: «Triste pero
sereno, con sus maletas cargadas del cansancio
de tres años entregados a la formación de nuestros jóvenes, pero también de
alegrías y cientos de recuerdos
vividos junto a nosotros»; acaba realzando su gran trabajo, mostrando la
gratitud de su alumnado y manifestando «lo mejor de nuestro deseo hacia ese hombre bueno». Lo firma, anónimamente, «Gratitud Prometida». Tras este seudónimo, en artículo conjunto, haciéndose eco del sentir
del pueblo, especialmente padres y alumnado, estuvieron dos de sus compañeros maestros: Manuel López
Rivas y Manuel Alberto Peña y González.
En la Jornadas Fundacionales de 1997, siendo alcalde José Antonio González Pavón y a petición de un grupo de su antiguo alumnado, el Ayuntamiento de Villamartín le muestra su reconocimiento, 22 años después, mediante un pergamino que se muestra en la imagen. Don Feliciano no pudo asistir justificando su ausencia en carta dirigida al alcalde «por graves circunstancias familiares», reconociendo «que pasé tres intensos cursos en Villamartín, dedicado a enseñar y formar, lo mejor que sabía, a los estudiantes del entonces Colegio Libre Adoptado».
Por su parte, Letheo no lo olvida
y en el Libro de Feria de 2010
se dirige al lector señalando a don Feliciano como «hombre comprometido en la libertad, con la clase trabajadora, con el pueblo
[…] Su memoria nos acompaña, pues supuso un referente ético para los que tuvimos la fortuna de tratarlo
[…] Adelantado a su época, innovador en la pedagogía, progresista, un hombre
cabal donde los haya».
María
del Mar de Haro destaca que «contaba
con nuestra opinión, sacaba de nosotros el esfuerzo, nos trataba tanto a chicas
y chicos como iguales, era la luz en una Andalucía oscura…
En una ocasión, por Reyes,
hasta nos trajo un balón de voleibol
desde León».
Curro Aguilera Rivera lo recuerda «siempre pulcro, las camisas muy bien planchadas y las rayas de los pantalones perfectas
cuando aparecía por la calle del Santo.
Era un profesor al que le teníamos
un gran respeto,
pero no miedo alguno, se podía
comentar de todo con él, hablar en serio y cuando surgía la ocasión reírnos.
Una persona siempre dispuesta a ayudarte».
Recibo de Dolores del Pilar Jiménez un completo perfil de don Feliciano. «Rompió todos los moldes establecidos en aquella época:
actitud positiva, sin miedo a los cambios,
siempre con entusiasmo en todo lo emprendido; capacidad de escucha y adaptación al medio, respeto exquisito sin distinción; comunicación con su entorno, compromiso dentro del mismo
(teatro, revistas, excusiones…); confianza en sus estudiantes, aquello
de “reconocer y valorar las muchas cualidades y posibilidades de
transformación y mejora que tiene toda persona y particularmente el alumnado”; claridad
en sus objetivos, una educación comprometida y la lucha por una sociedad
más justa y solidaria; abanderar
la utopía como una actitud ante lo imposible y con esfuerzo y constancia
hacerlo real, aunque no siempre, lo importante es no perder la capacidad de lucha y superación».
Y para finalizar, Jesús Chacón nos resume en
una frase contundente el sentir general. «Persona,
profesor y sacerdote con gran visión futurista
que nos inculcó los grandes valores
sociales y el respeto mutuo
entre el alumnado
y el profesorado».
Como culminación de una de las excursiones al castillo de Matrera y ermita de las Montañas, el alumnado del CLA posa en la torre Pajarete. Fot.: Feliciano Martínez.
Agradecimientos. A don Feliciano por su gentileza y disponibilidad en el aporte de la información, documentación e imágenes que he necesitado para elaborar este artículo, y a
todo su antiguo alumnado referenciado por sus
aportaciones.
01-Excursión a Cádiz
02-Excursión a Fuengirola
03-Excursión a Ubrique
04-Fútbol
05-Excursión a Matrera y las Montañas
06-Operación algodón
07-Operación espárrago y otras
08-Patio de recreo-Centro y otras
© del texto, Pedro Sánchez
Gil, salvo entrecomillados de sus autores.
© de las imágenes, lo señalado en los pies de foto.
© de los álbumes, Feliciano Martínez Redondo.
© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez» / «Ayuntamiento de Villamartín».
[1]
Orden de la Delegación Provincial de Educación y Ciencia de Cádiz.
[2]
Archivo Municipal de Villamartín.
[3]
Archivo Municipal de Villamartín.
[4]
No he localizado el salario del personal de limpieza de esos años (1972-75),
pero sí el de 1968 que no debía diferir mucho. Así en el contrato de la
limpiadora del CLA con el Ayuntamiento se establece una asignación mensual de
1500 ptas. (9 €), justamente el 50% del salario mínimo interprofesional de ese
año. No se especifica su horario. Archivo Municipal de Villamartín.
[5]
Archivo Municipal de Villamartín. Asuntos docentes.
Muchas gracias por las magníficas entradas. Sobre esta última: tuve el placer de mantener tertulias con don Feliciano, en la casa de mis tíos María Moreno y Esteban Rubiales. Educado, culto, buen conocedor de las realidades de aquellos años. Y no sólo de las de Villamartín. Aprendí y disfruté.
ResponderEliminarGracias Santiago por tu comentario. Tengo pendiente subir a León porque me gustaría conocer personalmente a Feliciano. Prácticamente a la vez que él marchaba y llegaba a Villamartín.
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