miércoles, 21 de abril de 2021

Don Feliciano Martínez Redondo. Recordando su paso por Villamartín

 Cuando llegué en 1976 como maestro a Villamartín, en las charlas con los compañeros, era muy nombrado don Feliciano, director y profesor del Colegio Libre Adoptado (CLA) Menéndez Pelayo durante los tres cursos anteriores a mi venida. Dada su breve estancia se me hacía difícil de entender esa gran huella dejada por un profesor en tan poco tiempo. «Ese hombre tenía algo especial», me comentó un compañero.

El Colegio Libre Adoptado (CLA) de Enseñanza Media de Grado Elemental Menéndez y Pelayo comienza a funcionar como tal en el curso académico 1962-63, dependiendo del instituto Padre Luis Coloma de Jerez, hasta que en el curso 1975-76 pasó a ser Centro Homologado de Bachillerato, lo que le dotaba de plena autonomía en la evaluación del alumnado. Fot.: Imágenes de un Siglo II.

Hablé mucho de don Feliciano con mi amigo Teodoro Montero, profesor de Física y Química que coincidió con él algún curso en el CLA y que me aclaró algunos hechos. Yo pensaba, que tras unos años alejado de su tierra natal, nuestro profesor y sacerdote, volvía con los suyos, pero no: tras alguna polémica, fue alejado de Villamartín. Algo de eso se dejaba entrever en un breve pero emotivo artículo en el Libro de Feria de 1979: «Comisiones de padres y alumnos han pedido en vano su continuidad. Imposible, le han sido cerradas las puertas». Incluso me enteré que hubo una sanción que se pagó con una colecta popular.

Pasados cuarenta y cinco años he podido comprobar la frescura con la que ese antiguo alumnado mantiene el recuerdo de su profesor, su guía espiritual y su líder. Se me ocurrió probar en las redes sociales la búsqueda de su nombre, con poca esperanza, la verdad; los cálculos me llevaban a una persona por encima de los ochenta años. Pero apareció, le mandé un mensaje para confirmar su identidad y presentarme, incorporándolo al grupo de Facebook «Culiblancos en la Escuela». Como entonces, ha sido toda una revolución, don Feliciano se fue de Villamartín cargado de recuerdos, pero también de fotografías, periódicos escolares, decálogos, avisos colocados en los tablones de anuncios… Durante semanas, pacientemente, con la agilidad mental de entonces han ido aflorando sus efemérides bien guardadas, respondidas con prontitud por los comentarios de sus estudiantes: identificación de los protagonistas de las imágenes, localización de lugares, aclaración de hechos, referencias hacia otros profesores, evocación de las clases y los recreos…

En la primavera de 2020 don Feliciano ha compartido con el que fue su alumnado esta fotografía entre otras muchas. Su antiguo profesor llevaba 45 años tratando de hacer llegar su completa colección de antiguas imágenes hasta sus queridos estudiantes. Excursión a Ubrique en un intercambio escolar. Fot.: Feliciano Martínez.


Algo importante hubo en su forma de enseñar, en su manera de tratar a los jóvenes, en su lenguaje en el aula donde brotaron vocablos y expresiones poco o nada usados hasta ese momento por los docentes: «trabajo comunitario en clase», «búsqueda de una sociedad más justa», «espíritu crítico»… Su labor instructiva y educativa traspasó las cuatro paredes del aula y se amplió a todo su horario disponible: excursiones por el término municipal y fuera de él, trabajos como coger algodón para obtener fondos, actividades deportivas, visitas culturales, periódicos escolares, sus famosas homilías… Quizá el momento histórico que se avecinaba también ayudó a don Feliciano a conectar con esta juventud que ya no miraba atrás, a la dictadura que agonizaba, sino hacia la transición que llegaba con muchas dudas, pero imparable. Él supo introducir palabras claves en las mentes juveniles que se formaban para una nueva sociedad: democracia, ilusión, responsabilidad, respeto, justicia, libertad…
Creo que aún estamos a tiempo de conocer mejor a don Feliciano, saber algo más de su vida anterior y posterior a su paso por Villamartín, profundizar en su influencia en una generación de jóvenes de nuestro pueblo, y por supuesto poner luz a esa precipitada marcha, con la seguridad que perdimos al que hubiera sido un gran educador, formador espiritual y «culturizador».

Nacido en Villaquejida (León) en 1937, realiza estudios eclesiásticos desde los 12 a los 25 años en el Seminario Menor y Universidad Pontificia de Comillas: Humanidades, Filosofía y Teología, con la obtención de las correspondientes licenciaturas. Aprovechando las vacaciones de verano cursa estudios de Filosofía y Letras en las Universidades de Oviedo y Madrid, añadiendo una nueva licenciatura.

Con esta gran preparación académica y religiosa se incorpora como profesor del Seminario Menor de León (1962-1965), pero al rector no le gusta su forma de actuar, y el obispo, sin mediar palabra alguna, lo envía como párroco a Vega de Infanzones (León). El pueblo y sobre todo los jóvenes, tras unos primeros meses de desconcierto por las avanzadas ideas del nuevo sacerdote, participan con ilusión en las actividades parroquiales. Solo está en este puesto dos años, porque en 1967 es llamado para poner en funcionamiento como director y profesor el Colegio Libre Autorizado (otro CLA con alguna diferencia) Santa Bárbara, del pueblo, por entonces minero, de Santa Lucía de Gordón (León). Sus criterios educativos, pedagógicos y sobre todo ideológicos, parece ser que diferían mucho de la titularidad de la empresa minera (de la que dependía el colegio) y culminado el tercer curso escolar (1970) es despedido, con gran revuelo de padres y madres de su alumnado. Esa destitución fue declarada posteriormente como «improcedente». Don Feliciano busca afanosamente trabajo en los institutos de León, pero quizá estos ceses juegan en su contra, permaneciendo dos años en el paro.

Portada de la revista que don Feliciano dedica a su antiguo alumnado del Colegio Santa Bárbara de Santa Lucía de Gordón y a las personas interesadas en la historia del centro. Col.: Feliciano Martínez.

Durante el verano de 1972, un amigo, sabedor de su afán por encontrar empleo, le habla de un conocido suyo que veranea en su pueblo natal en la montaña leonesa y le había contado que estaba buscando un director para un CLA que dependía del centro que él dirigía en Jerez de la Frontera. Se trataba de Antonio Alvarado, director del instituto Padre Luis Coloma, del que ya sabemos dependía nuestro Menéndez Pelayo. Don Feliciano, acompañado de su amigo que hizo de introductor, se dirige hasta ese recóndito pueblo dispuesto a solicitar y aceptar el cargo. La sintonía con Antonio Alvarado fue buena y en ese mismo momento llegan a un «acuerdo verbal». Don Antonio vuelve a Andalucía con un director y profesor bajo el brazo para nuestro centro educativo y don Feliciano trata de encontrar algo de información sobre ese Villamartín (en León hay varios: del Sil, de la Abadía y de Don Sancho) del que nunca había oído hablar. Es confirmado su nombramiento con fecha de 21 de septiembre[1] (día de San Mateo en Villamartín), como «profesor interino licenciado en Letras con la remuneración de 162.000 ptas. anuales». Don Feliciano me cuenta que «con muy escasa información sobre mi nuevo destino y sin tener concertado previamente ningún tipo de alojamiento, un veintitantos de septiembre de 1972 llegué en autobús, expectante, a Villamartín. Pregunté por la vivienda del cura párroco de la localidad; caminé cuesta arriba con mi gruesa maleta en busca de la casa rectoral, envuelto en la blancura, para mí sorprendente, de aquellas calles. Me recibió muy amablemente don José Manuel, quien me indicó el hostal IZLU, de Ana Rosa Moreno, como posible albergue. Al día siguiente, Esteban Rubiales y María Moreno me aceptaron como su huésped. Y en su casa permanecí alojado durante los tres años que residí en Villamartín, exquisitamente tratado como un familiar más».

Don Feliciano se incorpora como cuarto director del CLA, en un momento de crisis del centro, al parecer provocada por el anterior director y sus repetidos incumplimientos, así lo manifiesta el presidente de la Asociación de Padres de Familia de Villamartín en escrito dirigido al alcalde, tras reunión celebrada en la noche del 8 de febrero de 1972, en el que «manifiestan el estado de abandono en el que se encuentra el colegio desde la marcha de la anterior directora a primeros de diciembre [de 1971]; fecha desde la que no se han impartido las asignaturas correspondientes al Licenciado en Letras[2]». El alcalde Fernando Romero Romero, traslada esa preocupación al delegado de educación Pedro Valdecanto, ratificando esa inasistencia del licenciado en letras y director del centro, solicitando que «con su intervención se restablezca la normalidad escolar […] y caso contrario tratar de su posible sustitución[3]».

Así y aquí empiezan los tres cursos que permaneció en nuestro pueblo y quién mejor que su antiguo alumnado para cubrirlos con sus impresiones. Sigo en principio el relato que me proporciona Paco Pavón Mendoza.

«Aún recuerdo su presentación el primer día de clase: “Buenos días, me llamo Feliciano Martínez y voy a ser vuestro profesor de Latín, Lengua Española y Lengua Francesa. También soy sacerdote, nacido en León y mi equipo de fútbol es la Cultural Leonesa”, mientras, con su peculiar andar, se paseaba entre las filas de mesas de la clase ante un grupo de adolescente, extrañados que siendo cura como decía, no llevase sotana. Y se presentaba ante nosotros el que sin duda fue uno de los grandes maestros de la escuela y de la vida que podríamos tener, y del que siempre hemos tenido el orgullo y el privilegio de haber sido su alumnado. Don Feliciano (el cura fino por su perfecto castellano) nos dejaba ensimismados cuando nos leía relatos de algún autor relevante, nos metía en la historia, gesticulaba, interpretaba, de forma que no perdiésemos el hilo del relato y no había quien rechistase en clase.

»Desde La Alameda lo veíamos dirigirse hasta el instituto con su andar erguido, sus pasos largos y su sonrisa en el rostro al saludarnos, siempre con energía. A veces avanzábamos hasta la calle del Santo para acompañarlo de regreso, costándonos llevar su ritmo al volver.

»La escuela se nos quedó pequeña, y prueba de ello es que practicantes y no practicantes nos veíamos los sábados por la tarde en la misa de la parroquia para seguir escuchando sus enseñanzas, en este caso de la vida, pasándonos el tiempo sin darnos cuenta, todo se detenía. Con su carácter, educación y sabiduría nos hizo traspasar el umbral de la escuela y subir por el escalón de la vida misma. Don Feliciano vivió y comprendió los problemas y las dificultades de los alumnos, de la gente de Villamartín. El alumnado comenzó a entenderle y conocer cuestiones que él mantenía en secreto. Así descubrimos, de forma casual, que con parte de su salario completaba el sueldo de la señora de la limpieza que pasaba necesidades[4]. En general actuaba calladamente, pero cuando al terminar la misa echábamos unas partidas en los futbolines y marcaba algún gol, mostraba gran entusiasmo, casi desmesurado, que nos llamaba la atención.

»Don Feliciano llegó a Villamartín casi en silencio, pero poco a poco fue descubriendo ciertas injusticias sociales como la explotación que sufrían algunos trabajadores de la marroquinería y no se pudo callar. Con motivo de la Fiesta del Trabajo del Primero de Mayo [en esa época el régimen franquista la celebraba como el Día de San José Artesano] denuncia en una primera homilía la situación de estos trabajadores; algunos feligreses se salieron de la misa, otros no daban crédito a que alguien se atreviera a decir lo que denunciaba. El poder fáctico del pueblo se molestó, se movió y esto trajo consecuencias, don Feliciano empezó a ser investigado. La brigadilla acabó en el instituto repasando el tablón de anuncios del mismo. Y llegó la famosa multa de 10.000 ptas. de las de aquel año».

Efectivamente, he tenido acceso a ella, fechada a 12 de mayo de 1975, bajo el asunto «Sanción a un Sacerdote» y firmada por el gobernador Antolín de Santiago. En ella «Vista la información recibida en este Gobierno Civil de la Alcaldía y de la Guardia Civil de esa localidad», se señala «Que la homilía de la Misa que celebró a las 20,30 horas del pasado día 26 de abril consistió en recriminar duramente a los Patronos por sus exigencias laborales y escasez de salario para sus obreros», así como «la exhibición [en el tablón de anuncios] de recortes del periódico “Correo de Andalucía” con las siguientes frases: “SOCIALISMO Y LIBERTAD; ANDALUCÍA EL MÁS BAJO NIVEL EUROPEO; GRAVES INCIDENTES EN LA UNIVERSIDAD; ANTE EL 1º DE MAYO LA IGLESIA Y LA PROBLEMÁTICA SOCIAL”». Así mismo en el expediente se señala que «en dicho tablón hay varias notas escritas a máquina en las que se leía: “HOY 25 DE ABRIL PRIMER ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN PORTUGUESA; DESEAMOS AL PUEBLO PORTUGUÉS QUE CONTINÚE SIN MIEDO Y CON SERENIDAD EL CAMINO INICIADO HACIA LA LIBERTAD, LA JUSTICIA Y LA FRATERNIDAD”».

 

Continúo el relato de Paco Pavón: «¿Cómo iba a pagar la multa si todos sabíamos lo que hacía con su sueldo? Un movimiento espontáneo se generó entre el alumnado del instituto secundado por algunos padres; sigilosamente fuimos acumulando en los sótanos del centro una montaña de cartones y periódicos, en silencio y en secreto para que nadie se enterara, ni siquiera don Feliciano. También hicimos colectas a la salida de las misas, acercábamos un cesto y decíamos “pa la multa de don Feliciano”. En tiempo récord logramos reunir el dinero.

»Recordamos todos que para poder ir de excursión a las playas de Chipiona, Cádiz y Torremolinos —un lujazo para esa época—, íbamos primero a recolectar algodón en las parcelas del Coto de Bornos, para que nuestros padres no tuvieran que hacer desembolso económico. Terminábamos muy cansados pero contentos y satisfechos, sabiendo valorar la recompensa al esfuerzo».

Así nos relata el primer día de estudiante-jornalera una de sus alumnas, Dolores del Pilar Jiménez: «Salimos temprano, muy temprano, creo que a las 7 de la mañana. La noche había sido de impaciencia e incertidumbre. Todos caminábamos hacia el Coto de Bornos, don Feliciano el primero. En nuestras mentes la inocencia de un día de paseo muy distinto. Las risas, los juegos, la alegría de una nueva experiencia que él tenía perfectamente programada, íbamos a aprender lo duro del trabajo diario en el campo: recogida de algodón. Mil anécdotas más y una lección de vida: que el trabajo, el esfuerzo, la constancia y la superación son las herramientas que nos abrirían las puertas del futuro».

Sigue Paco Pavón. «Como sabemos, nuestro instituto dependía del Luis Coloma de Jerez, y en junio venían los “catedráticos” a examinarnos; todas las asignaturas en un par de días, el libro completo; te lo jugabas todo en un examen, no importaba si en las pruebas mensuales ibas aprobando. Ahí estaba otra vez don Feliciano. Consciente de las escabechinas que se hacían con los alumnos, empezó a reclamar un instituto de verdad para Villamartín. Inició los trámites con muchas reuniones con autoridades y consiguió un primer paso: nos convertimos en centro homologado, paso previo a ser instituto, aunque no pudo ver al completo el fruto de ese trabajo. El tema de las homilías, del tablón de anuncios y la sanción, junto con celos profesionales y otros factores poco conocidos hicieron que para el curso 1975-76 desapareciese de Villamartín; en definitiva, lo echaron al no renovarle el contrato. Era su tercera expulsión».

Cuando se enteran de este hecho, los padres se organizan y con fecha 13 de septiembre se dirigen al gobernador «preocupados por la denegación de la continuidad en la dirección del Centro de don Feliciano» y exponiendo a continuación «que el citado profesor ha prestado sus servicios con probada eficacia en su labor y entrega […] Que somos conscientes de sus dotes pedagógicas y morales, estando de acuerdo con su actuación educativa, preocupado exclusivamente de la formación y educación de nuestros hijos… Qué recogemos también el sentir de nuestros hijos, quienes lo consideran “su maestro”, deseando vivamente su permanencia en el centro». El gobernador responde a finales de septiembre a Rosalía Rivera Ramos, como primera firmante, manifestando que «el Gobierno Civil no interviene en el nombramiento ni remoción del personal de Centros Docentes [y que] solo consta la multa impuesta en virtud de denuncia de la Guardia Civil por tener fijados carteles y anuncios de actividades subversivas y otros que contenían una indudable apología de la revolución portuguesa de un claro matiz comunista[5]».

Don Feliciano no se quedó quieto, los pasos que da ante sus superiores y autoridades locales y provinciales los conocemos a través del escrito que le dirige a don Antonio Alvarado, director del Luis Coloma de Jerez. «Aún no he podido averiguar los motivos por los que se me impidió continuar en mi puesto. En la Delegación de Educación nadie me daba razones: simplemente realizaban órdenes o sugerencias gubernativas. El gobernador estaba de vacaciones y no pude hablar con él. Las autoridades locales se manifestaban neutrales, el alcalde [Antonio Bernal Peñalver], en concreto, me dijo que por su parte no había inconveniente en que yo continuara al frente del Colegio». En la completa misiva justifica su trabajo incansable, su competencia docente y organizativa suficientemente demostrada, intentando dar a la educación un sentido liberador, procurando iniciar al alumnado en la lectura de la prensa, en el análisis de los problemas de la sociedad y de su localidad, en la búsqueda del sentido de la justicia, en el espíritu crítico, en la libertad, todo ello sin postergar su labor académica. Finalmente le reconoce y agradece su nombramiento en Villamartín. A esta carta no hubo respuesta del Sr. Alvarado.

Apenado, don Feliciano regresa a su tierra, encontrando plaza en el Instituto de Enseñanza Media de Santa María del Páramo (León); allí está dos cursos, entrando de lleno en la actividad sindical del movimiento de los «penenes» (profesores no numerarios); saca las oposiciones y conoce la entrada en la transición política y llegada de la democracia con la cual parecen finalizar sus problemas. Le dan un destino provisional durante un curso en León y ya como propietario definitivo se hace cargo de su plaza en el Instituto de Veguellina de Órbigo (León), desde 1978 hasta 1998 que se jubila con 60 años. Fue director durante seis cursos y liberado sindical durante cuatro.

Don Feliciano vuelve en varias ocasiones, tras su marcha, a Villamartín, a la provincia gaditana y a Andalucía. Esta imagen, en Sevilla, pertenece a la primera de ellas en abril de 1976; le acompaña Esteban Rubiales y María Moreno (en cuya casa se hospedó durante los tres cursos), la niña Mercedes Rubiales, y una hermana de él.


No pensemos que aquí finaliza su vida activa, ni muchos menos; cargado de energía vital vuelve a su pueblo para entrar en lo que él llama «aficiones de jubilado»: realiza investigaciones históricas sobre su localidad, publica una revista, crea un grupo de teatro, colabora en la organización de la Fiesta del Pan y como no podía ser menos, acaba siendo concejal y alcalde de Villaquejida por la agrupación de electores Otro Aire.

Con sus 83 años sigue en buena forma y a ratos cultiva un pequeño huerto. Le pregunté por su sacerdocio y me comenta que «aunque dejé la actividad sacerdotal hace ya muchos años, mis principios básicos, pedagógicos y vitales, han sido siempre los mismos: desde que comencé a dar clases en el Seminario hasta este mismo momento».

Don Feliciano, director del grupo de teatro Jándala de Villaquejida, se dirige al público al finalizar la representación de «Sancho Panza en la Ínsula», de Alejandro Casona. Agosto de 2016. El teatro ha sido una de sus aficiones favoritas y más placenteras a lo largo de sus años de docencia y durante su ya larga jubilación.

Villamartín no olvidó fácilmente a don Feliciano; en el primer Libro de Feria (1979) que se publica tras su marcha he localizado un artículo titulado «Ayer nos dijo adiós un hombre bueno», donde se hace una breve semblanza de él y con emotividad recuerda su marcha pasados ya cuatro años: «Triste pero sereno, con sus maletas cargadas del cansancio de tres años entregados a la formación de nuestros jóvenes, pero también de alegrías y cientos de recuerdos vividos junto a nosotros»; acaba realzando su gran trabajo, mostrando la gratitud de su alumnado y manifestando «lo mejor de nuestro deseo hacia ese hombre bueno». Lo firma, anónimamente, «Gratitud Prometida». Tras este seudónimo, en artículo conjunto, haciéndose eco del sentir del pueblo, especialmente padres y alumnado, estuvieron dos de sus compañeros maestros: Manuel López Rivas y Manuel Alberto Peña y González.

En la Jornadas Fundacionales de 1997, siendo alcalde José Antonio González Pavón y a petición de un grupo de su antiguo alumnado, el Ayuntamiento de Villamartín le muestra su reconocimiento, 22 años después, mediante un pergamino que se muestra en la imagen. Don Feliciano no pudo asistir justificando su ausencia en carta dirigida al alcalde «por graves circunstancias familiares», reconociendo «que pasé tres intensos cursos en Villamartín, dedicado a enseñar y formar, lo mejor que sabía, a los estudiantes del entonces Colegio Libre Adoptado».

Por su parte, Letheo no lo olvida y en el Libro de Feria de 2010 se dirige al lector señalando a don Feliciano como «hombre comprometido en la libertad, con la clase trabajadora, con el pueblo […] Su memoria nos acompaña, pues supuso un referente ético para los que tuvimos la fortuna de tratarlo […] Adelantado a su época, innovador en la pedagogía, progresista, un hombre cabal donde los haya».

Por último, recordar lo vivido en la primavera de 2020, con «su vuelta al pueblo» a través de Facebook. Por eso, qué mejor que sea su alumnado quien cierre el artículo con sus propias palabras:

María del Mar de Haro destaca que «contaba con nuestra opinión, sacaba de nosotros el esfuerzo, nos trataba tanto a chicas y chicos como iguales, era la luz en una Andalucía oscura… En una ocasión, por Reyes, hasta nos trajo un balón de voleibol desde León».

Curro Aguilera Rivera lo recuerda «siempre pulcro, las camisas muy bien planchadas y las rayas de los pantalones perfectas cuando aparecía por la calle del Santo. Era un profesor al que le teníamos un gran respeto, pero no miedo alguno, se podía comentar de todo con él, hablar en serio y cuando surgía la ocasión reírnos. Una persona siempre dispuesta a ayudarte».

 

Recibo de Dolores del Pilar Jiménez un completo perfil de don Feliciano. «Rompió todos los moldes establecidos en aquella época: actitud positiva, sin miedo a los cambios, siempre con entusiasmo en todo lo emprendido; capacidad de escucha y adaptación al medio, respeto exquisito sin distinción; comunicación con su entorno, compromiso dentro del mismo (teatro, revistas, excusiones…); confianza en sus estudiantes, aquello de “reconocer y valorar las muchas cualidades y posibilidades de transformación y mejora que tiene toda persona y particularmente el alumnado”; claridad en sus objetivos, una educación comprometida y la lucha por una sociedad más justa y solidaria; abanderar la utopía como una actitud ante lo imposible y con esfuerzo y constancia hacerlo real, aunque no siempre, lo importante es no perder la capacidad de lucha y superación».

 

Y para finalizar, Jesús Chacón nos resume en una frase contundente el sentir general. «Persona, profesor y sacerdote con gran visión futurista que nos inculcó los grandes valores sociales y el respeto mutuo entre el alumnado y el profesorado».

Como culminación de una de las excursiones al castillo de Matrera y ermita de las Montañas, el alumnado del CLA posa en la torre Pajarete. Fot.: Feliciano Martínez.

Agradecimientos. A don Feliciano por su gentileza y disponibilidad en el aporte de la información, documentación e imágenes que he necesitado para elaborar este artículo, y a todo su antiguo alumnado referenciado por sus aportaciones.


Este artículo es una ampliación del publicado en el Libro de Feria de Villamartín en septiembre de 2021.

Versión de esta entrada en PDF. «Enlace»

Por gentileza de don Feliciano ofrezco para su visionado y descarga de su alumnado muchas de las fotos que realizó durante su etapa de profesor en el instituto. Las clasifico por álbumes:

01-Excursión a Cádiz

02-Excursión a Fuengirola

03-Excursión a Ubrique

04-Fútbol

05-Excursión a Matrera y las Montañas

06-Operación algodón

07-Operación espárrago y otras

08-Patio de recreo-Centro y otras

 

© del texto, Pedro Sánchez Gil, salvo entrecomillados de sus autores.

© de las imágenes, lo señalado en los pies de foto.

© de los álbumes, Feliciano Martínez Redondo.

© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez» / «Ayuntamiento de Villamartín».



[1] Orden de la Delegación Provincial de Educación y Ciencia de Cádiz.

[2] Archivo Municipal de Villamartín.

[3] Archivo Municipal de Villamartín.

[4] No he localizado el salario del personal de limpieza de esos años (1972-75), pero sí el de 1968 que no debía diferir mucho. Así en el contrato de la limpiadora del CLA con el Ayuntamiento se establece una asignación mensual de 1500 ptas. (9 €), justamente el 50% del salario mínimo interprofesional de ese año. No se especifica su horario. Archivo Municipal de Villamartín.

[5] Archivo Municipal de Villamartín. Asuntos docentes.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por las magníficas entradas. Sobre esta última: tuve el placer de mantener tertulias con don Feliciano, en la casa de mis tíos María Moreno y Esteban Rubiales. Educado, culto, buen conocedor de las realidades de aquellos años. Y no sólo de las de Villamartín. Aprendí y disfruté.

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    1. Gracias Santiago por tu comentario. Tengo pendiente subir a León porque me gustaría conocer personalmente a Feliciano. Prácticamente a la vez que él marchaba y llegaba a Villamartín.

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