sábado, 15 de febrero de 2020

Los coches de Peña en Villamartín (Cádiz)


Nuestro Libro de Feria de 1975 publicó un artículo con el título señalado y una referencia que decía: «Estampas añejas de Villamartín, extraídas de la novela Una mujer sin nombre, de Francisco de Asís».


Sobre el título, Los coches de Peña, evidentemente se refiere al servicio de carruajes de Sebastián Peña Gómez, así lo recoge el Anuario de Cádiz y su provincia de 1919 y otras referencias que tenemos como el periódico La Voz de Villamartín (1919) y las revistas de feria de 1926 y la de 1930. (Anuncio publicado en la Voz de Villamartín. 1919).


Aunque debo aclarar que no solamente el Sr. Peña ofrecía transporte de viajeros, también lo hacía Justo López Márquez, del que hemos encontrado referencia desde 1917 en adelante. Casi todas ellas, cuando se refieren al Sr. Peña utilizan el término «servicio de carruajes» y al hacerlo del Sr. López «servicio de automóviles». (Anuncio publicado en la Voz de Villamartín. 1919).


En cuanto al autor, Francisco de Asís, entiendo que se trata de Francisco Guerra Tenorio (San José del Valle, 1893 – Jerez, 1936), periodista y escritor de vinculación jerezana por su trabajo en el Diario de Jerez. Francisco es elegido en abril de 1936 secretario general del Partido Comunista de Jerez, encarcelado el mismo 18 de julio y fusilado el 10 de agosto[1]. Y sobre su posible novela Una mujer sin nombre, no he localizado este título entre su amplia producción literaria. Veo al artículo más relacionado con su libro Croniquillas, recopilación de 123 crónicas elaboradas por el autor a lo largo de su labor como redactor del Diario de Jerez durante el periodo de 1924-1931. He transcrito el artículo, manteniendo el lenguaje popular usado en los diálogos, al que incorporo algunas notas aclaratorias e imágenes para un mejor entendimiento.
Sobre la fecha de publicación del artículo, bien en ese libro sin localizar o en Croniquillas, tuvo que ser hacia 1924-1926. Por una parte nos dice que «el medio de locomoción más usual para trasladarse desde Villamartín a cualquier parte es la diligencia… [precedida] por el alegre cascabeleo de los caballos…]; y por otra el trabajo Pioneros del transporte público en Villamartín[2] nos dice que el Sr. Peña, («empresario villamartinense… que comenzó con las diligencias, pasándose posteriormente a los vehículos a motor»), adquiere su primer Hispano-Suiza en septiembre de 1925, si bien en la completa revista de feria de 1926 sigue anunciándose como «Servicio de carruajes». También podría Francisco de Asís describir un viaje de la década anterior, pero hay un dato muy concreto que es el cruce del puente de los Hierros; ello nos sitúa por encima de 1923, fecha de su apertura, y acota a esos años que comento: 1924-1926.


El autor demuestra un buen conocimiento de la toponimia local (Los Postigos, La Tenería, la Hidroeléctrica, puente de los Hierros…) posiblemente por su carácter viajero, el hecho de que sus padres fueran de Ubrique y alguna posible relación con Villamartín. También parece que hizo el viaje en la diligencia junto a los viajeros que señala.
No explica el artículo la procedencia de la diligencia o si salía directamente de Villamartín. En la fecha que he puesto como probable, Villamartín actuaba como punto de enlace con una línea que procedía de Ubrique y otra de Algodonales, con destinos a Jerez y Sevilla. (Publicado en la Voz de Villamartín. 1919).

 Como veremos, uno de los párrafos sitúa el paso del carruaje por Los Postigos, nombre tradicional que siempre han recibido las puertas traseras de la calle del Santo. Suele comentarse que las diligencias llegaban y salía de la Plaza por esta calle, pero en algún otro sitio he leído, y este detalle lo confirma, que las protestas de los vecinos pudieron desviar a estos molestos carricoches, que rompían la tranquilidad de la calle principal, a sus postigos.
Por último, y antes de pasar a la lectura del artículo, destacar el carácter de nudo de comunicación importante de Villamartín, por donde había que pasar forzosamente para ir hacia Jerez-Cádiz, a coger el tren a las Cabezas o a Sevilla; así lo destaca el artículo de Juan Jesús Portillo y la revista de feria de 1926, en capturas de pantalla que reparto por la publicación.

»No creáis que pretendo describir un paisaje pintoresco de cualquier aventura del lejano Oeste americano. Esto es otra cosa. Es una estampa real de aquellos tiempos en los que el medio de locomoción más usual para trasladarse desde Villamartín a… cualquier parte, no era otro que aquella dichosa diligencia cuyo traqueteo, por el infame camino que recorría, dejaba los cuerpos molidos.
»Antes del alba salía[3], hiciera o no buen tiempo, era igual, porque con una puntualidad cronométrica —si no había percance en el camino— llegaba a Sevilla cuando el sol doraba las cumbres de Castilleja.
»[La diligencia], un viejo armatoste al que llamaban «góndola», vehículo pesado, «fuerte y feo», según palabras veraces de señó Pepe, el carpintero encargado de echarle remiendos; al rodar chirriaban los goznes de las portezuelas. Llevaba un cochero hecho a la medida, que con aquellos jacos de trote cansino, pasaba las negras, pero que con su paciencia y habilidad extraordinaria llegaba a su destino.
»Pasó por Los Postigos [de la calle del Santo] y cogió la curva de La Tenería con sus pitas recias, sus verdes chumberas, el ciruelo nuevo y la higuera vieja[4]. Pasó al trote corto y monótono ante la «Hidroeléctrica»[5], cuyas luces alumbraban alegremente la carretera y llegó por fin al puente de los Hierros[6], besado por las claras aguas del Guadalete, río de las batallas perdidas, y torciendo a la derecha emprendió la ruta hacia Las Cabezas [de San Juan]. Para tomar el tren la estación más cercana la de este pueblo de republicana tradición.
»¿Sooo…! Se oyó un chirrido de hierros. Cesó el sonsonete de los cascabeles y la diligencia se paró en seco.
Los viajeros que vayan pa Jeré, tien que esperá aquí pa tomá er «ordinario» de Ceviya. Pa lo demá, die minuto de pará —gritó el mayoral.
»Todos, sin distención, se apearon. Eran unos compañeros de viaje muy dispares: había un notario, una señora de edad madura muy encopetada, un corredor de ganado de Puerto Serrano, el cura de El Gastor estrenando sotana y balandrán[7], pues iba a despachar al Palacio Episcopal de Sevilla y una agraciada custurerita del bonito pueblo de Prado del Rey.
»La venta era como todas las ventas de aquellos tiempos: limpia, de paredes enjalbegadas con esa cal de Andalucía que es como un poco de sol que se fija en las paredes. Tenía un mostrador construido con tablas de embalar pintadas con almagro[8]. Una repisa primitiva, soportando botellas de vino de marcas acreditadas, vino corriente de la tierra, puro mosto; aguardiente serrano de Jubrique y el café de «pucherete». Pero… como el pan nada; amasado rigurosamente a mano y acabado de salir del horno. Pan de campo de piel morena, crujiente y olor a aires de la Campiña, a trigo dorado de Andalucía.
»Se imponía el desayuno. El notario y el cura fueron los que, como buenos sibaritas abrieron el fuego, pidiendo café con leche con tostadas empapadas en aceite de oliva puro, de primera presión y sus correspondientes ajos refregados, que daban sabor de gañanía, de molino aceitero, de aceituna temprana.
»La señora encopetada, la del aristocrático cuello de gasa negra y collar de perlas, pidió un chocolate con bizcocho, que tuvo que cambiar por mostachones de Utrera[9]. La costurerita tomó un refresco de naranja natural y el tratante un «cortao» de aguardiente.
A usté lo conozco yo. ¡Amo qué cí! —dijo el tratante dirigiéndose al notario—. Usté é er notario de Grazalema, ¿me equivoco?
No señor —replicó el notario—. Yo, en cambio, no lo conozco a usted. Pasa tanta gente por el despacho.
Hay que vé lo chico que e er mundo… Po cí ceñó. Yo he ido a su oficina varia vece… ¡Sabe usté! Yo soy Pepe Campuzano, por mar nombre «er Cáncamo»; correó de finca, tratante de ganao arguna vece y otra capaó. To en una pieza.
—¡Ojú! ¡Po no ganará usté na, compare! —dijo la costurera.
—Po… ya ve usté. Asina y tó, hay día que las paso morá… ¿Sabe usté lo que é tené que mantené a ocho chavea y a la jembra… (y apuró el cortao).
—Me lo figuro, me lo figuro —arguyó el cura con voz plañidera—, Yo tengo de sueldo trescientos reales mensuales, ¡esos son sueldos!, y a veces no me alcanzan para terminar el mes.
—¡Ojú, que asco! Lo hombres no saben hablá má que de dinero —saltó la costurera.
—¡Cómo que ezo é er to! —Atajó rápidamente «El Cáncamo».
—Bueno ceñore —cortó tajantemente el cochero—, vamo a dejá er palique pa endispué y ar coche, que quiero yegá temprano a Ceviya.
»Y cada cual se fue a su respectivo sitio. Todo esto es historia.




Los coches de Peña. Libro de Feria de 1975. Artículo original. Enlace.
Versión de esta entrada en PDF. Enlace.




© del texto de la introducción, Pedro Sánchez Gil.
© del artículo, Libro de Feria 1975. Ayuntamiento de Villamartín.
© de la imágenes, captura de la Voz de Villamartín, revista de feria de 1926 y 1030,
© de la publicación, «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».


[1] Tesis doctoral «Prensa jerezana de los primeros años del s. XX. Un estudio de la figura y obra del periodista y escritor jerezano Francisco Guerra Tenorio. Ríos Samaniego, Ángeles de Lourdes.
[2] Portillo Ramos, Juan Jesús. Libro de Feria. Ayuntamiento de Villamartín. 2017.
[3] En algunos horarios de esa época aparece las 5 de la madrugada.
[4] Estas pistas me hacen pensar en el mes de febrero, cuando florece el ciruelo y la higuera ha perdido la hoja.
[5] Se refiere a la subestación de la Sociedad Hidroeléctrica del Guadiaro, años después subestación de Sevillana de Electricidad y popularmente en Villamartín Casilla de la Luz. Nos podemos preguntar ¿por qué «del Guadiaro»?, río lejano a Villamartín. El hecho es que este centro transformador recibía la electricidad para su  distribución de las presas del Guadiaro. La fallida presa de Montejaque, esa que perdía (y pierde) el agua por filtración, se construyó para abastecer a esta Hidroeléctrica.
[6] Este nuevo dato sitúa la crónica como mínimo a partir de 1923, fecha de la apertura al tráfico de este puente.
[7] Vestidura ancha y con esclavina (capa corta cosida al cuello que se lleva sobre los hombros) que usaban algunos eclesiásticos.
[8] El color almagro es de tonos cercanos al rojizo que presentan algunas tierras.
[9] Consiste en una masa pastosa que se cocina, sobre un papel de estraza, en horno de leña. Sus ingredientes son: harina, miel, huevos, azúcar y canela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario