jueves, 24 de octubre de 2019

Pensión Santa Isabel de Villamartín


Una colaboración para este blog de Juan Troya Pérez.

Sirva este escrito en agradecimiento a todas aquellas personas que durante aquellos años tan difíciles, negros diría yo, menos cuando nevó, regentaron pensiones, posadas y hostales. Acogiendo a todos y cada uno de los viajeros que necesitaban alojamiento en la localidad de Villamartín. Gracias.


Corría el año 1954, época cicatera que negaba el pan y la cultura a sus hombres y mujeres; año de racionamiento y hambre; donde familias enteras, vivían hacinadas en casas de vecinos. En la Plaza, con el aroma de los granos de café tostados que salía del Bar Morales, los manijeros de los «señoritos» señalaban con el dedo a los jornaleros, en posición de vasallaje, que se amontonaban, para tener «la fortuna» de trabajar de sol a sol, por un mísero jornal. Eran los años de la victoria.

Y a pesar de todo, el pueblo empezó a desarrollarse y a extenderse. Poco antes (1950) llegó el abastecimiento de agua a la localidad, de la mano de su alcalde Adolfo Blanco. Comenzaron las visitas de las autoridades provinciales franquistas, con el gobernador civil a la cabeza, para inauguraciones y entregas de llaves de las construcciones de nuevas barriadas y viviendas sociales, como la de La Tenería”, San Sebastián, Santa Ana, Domecq… Se inauguró el Campo de Deportes del Frente de Juventudes, donde El Guadalete y Los Cazadores rivalizaban entre sí; y para deleite de las aficiones y como figura indiscutible: Paquito Bernal, que asombraba por su técnica y su velocidad en Los Cazadores. Sus habitantes escapaban de la oscura realidad en los espectáculos del Teatro Alvatro (posteriormente cine Las Montañas), o en los del Corralón de Ramírez; y con las películas proyectadas en los numerosos cines de verano e invierno de Sebastián Peña o de Curro Delgado: Cine San Francisco (en calle Carreteros, esquina con Llana). Cuando íbamos a menos kilómetros por hora, por las calles empedradas, aparecieron los primeros coches, con nombres tan exóticos como Ford o Gordini.

Pero si hay que destacar algo extraordinario en esos años, es el día de la nevada del tres de febrero de 1954, donde Villamartín amaneció cubierto con un grueso manto blanco de nieve que decoró todas sus calles, sus tejados y sus campos. Las calles se llenaron de ojos empampanados y bocas abiertas; de la sorpresa se pasó a la curiosidad y de la curiosidad a la alegría. Risas convertidas en batallas de bolas de nieve, y en figuras humanas con nariz de zanahoria, moldeadas por las frías manos de niños y mayores.

Junto con los copos de nieve, llegó al pueblo una familia de ocho hermanos, de Prado del Rey. Por desgracia, uno de ellos falleció joven, y la pena que ahogaba a su madre Josefa, hizo que el doctor le prescribiera cambiar de aires, como si el aire quitara las penas. Ella, obediente, dejó atrás su pueblo, algunos de sus hijos mayores y su empresa: Posada de la Bomba; para caer en Villamartín, y fundar: Pensión Santa Isabel, bendecida por el cura párroco don Manuel Jiménez Sutil.

La familia, compró una casa de dos plantas en la calle Ruiz Cabal (actual Botica); reformó la alta, construyendo ocho habitaciones dobles, dos individuales y un aseo; dejando la planta baja como recepción, salón, comedor, cocina y baños. Ellos vivían en la planta baja, alrededor de un patio central. Como vecinos: el Molino Aceitero Ntra. Sra. del Rosario de Pedro Holgado y el cuartel de la Guardia Civil. Al poco tiempo, uno de sus hijos, abrió por la fachada de la calle Llana una pequeña, minúscula y diminuta taberna con el nombre de: Échate Payá. Y otro hijo, años más tarde, abrió el bar Los Reales en Avenida de la Feria.

Siendo Villamartín nudo de comunicación que articulaba las provincias de Cádiz, Sevilla y Málaga, en ese tiempo, coexistían junto con la Pensión Santa Isabel, muchas otras casas de huéspedes como: Pensión de Silva, en San Juan de Dios; Pensión Campanario, en Botica; Fonda el Comercio, de Pepe Cabrera, en calle del Santo; Pensión de Sebastián Peña, en plaza del Ayuntamiento; Posada Parador del Sol, en Los Hierros; Fonda San Juan de Dios, de Juan Méndez, en Capitán Cortés; Pensión Eugenio Oliva, en avenida de Ronda; Pensión Eloy, en Botica; Hostal Izlu, en del Santo; Pensión de Juan Pérez Millán, en San Juan de Dios; y Posada de María, en el Tacón, donde los arrieros entraban y salían con su mulas cargadas con cal de Morón y mantas de Grazalema.

En Pensión Santa Isabel, por 35 pesetas, que hoy son 20 céntimos de euro, te ofrecían la pensión completa (cama, comida y baño). Una de sus hijas, Isabel, que por ser la menor, dio nombre al establecimiento, al hablar de «su selecta clientela», se le ilumina la cara, le brillan los ojos: dueños de joyerías, de tiendas de muebles y de ferreterías; ingenieros; directores y cajeros de bancos; secretarios de Ayuntamientos; compradores de ganados; telegrafistas; gentes de la farándula; maestros «pobres» o «pobres maestros» de escuelas… Siempre repetían, siempre los mismos, convirtiendo una relación profesional en otra más humana y familiar. Dejando claro, que nunca aceptaron parejas, como plus de decencia.



Recuerda Isabel cuando su madre entraba en la cocina entre anafes de carbón, entonces la casa se inundaba del silbido de la cafetera anunciado la mañana; del sonido del crepitar del aceite hirviendo; del eco de los tenedores al batir los huevos; o del borboteo de los guisos en ebullición: «municipales con chaquetas» (espinacas con garbanzos), puchero, conejo, cordero... El sabor de sus guisos, llamó la atención de las tournes que llegaban a la Villa para ofrecer sus espectáculos en tiempos de feria. En su mesa se sentaron artistas de la talla de Perlita de Huelva, Estrellita Castro, Adelfa Soto, los hermanos Valderrama, Rafael Farina y Gila. En la casa, se mezclaban los olores de los guisos, con los que venían empujando desde el patio central, con su hierbabuena, su jazmín, su limonero, su buganvilla, sus rosales y sus claveles.

Muchos viajeros, descansaron en sus camas vestidas con colchones de algodón, sábanas de muselina y mantas de lana de Grazalema. En su salón, nunca faltó el ABC dejado por Toribio. El encargado de la banda sonora, aparte del cantar de los canarios, era una radio Philips de caja de madera, por donde salían las noticias manoseadas del PARTE, las voces de las novelas Ama Rosa o los seriales radiofónicos como Matilde, Perico y Periquín.

La madre de Isabel, Josefa, siempre dijo que moriría en uno de los días grandes del calendario (de los de antes), como así fue, falleciendo en el Corpus de 1988. Al año siguiente, Isabel y su hermana Margarita, cerraron la Pensión Santa Isabel después de treinta y cinco años de trabajo y servicio a Villamartín. Miles de gracias.

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© del texto Juan Troya Pérez.
© de las imágenes, lo citado en el texto.
© de la publicación: Libro de Feria de 2014 / Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez.

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