Artículo publicado en La Voz de Villamartín del 11 de mayo de
1919 (N.º 2).
Firmado por Genoveva Páez y Serrano.
Publico este artículo con
motivo del Día Internacional de la Mujer (8-3-2019).
Para comprender bien lo avanzado para esa época de
este artículo, debemos detenernos a pensar que está escrito hace justamente 100
años, un siglo; que para asombro de los lectores, está firmado por una mujer,
en un periódico de un pueblecito andaluz de 7000 habitantes (Villamartín),
editado por hombres y dirigido a los varones de una sociedad patriarcal con un
índice de analfabetismo femenino de un 75-80%. Por todo ello «un diez» para
Genoveva Páez por este alegato feminista y otro para los tres caballeros
responsables de este semanario: Vicente Salillas, Adalberto Garzón y el
villamartinense José Luis Pineda, que se atrevieron a publicarlo y seguramente
recibir ácidas críticas por permitir expresarse de esa manera a una señora.
Pero ¿quién era esta mujer que sabía leer y escribir
divinamente? Sin referencias archivísticas de ningún tipo me he puesto a
preguntar y preguntar a esas personas mayores que aún nos quedan en el pueblo con
una buena memoria que logra acercarse hasta la década de 1930. Varios de ellos
piensan que solo pudo ser doña Genoveva. La recuerdan, ya en la década de 1940,
con aspectos de mujer ya madura (algunos dicen mayor), y especialmente por
mostrarse siempre muy maquillada con polvos de arroz, con su tez blanquecina muy
pálida. Si a eso se unía su perfil anguloso gobernado por una nariz aguileña
algo prominente, nos podemos imaginar el profundo respeto (algunos utilizan la
palabra miedo) que imponía a su alumnado. Porque así es, doña Genoveva impartía
clases como idónea a un numeroso grupo de zagales (y no sé si a alguna zagala)
en lo que sería por entonces la calle Ruiz Cabal y hoy Ntra. Sra. de las
Montañas, en un gran chalet enclavado dentro de una parcela que daba también a
la calle Nueva, conocido como corralón de los Ramírez. Completaba su jornada de
trabajo enseñando piano a jóvenes de las clases acomodadas. Incluso afirman
(pongámoslo en duda) que lograba poner en comunicación a las personas que
acudían a ella con sus antepasados mediante sesiones de espiritismo. Vivía (en
terminología de la época) «amancebada» con un caballero llamado don Vicente
Giral o Giráldez, con el que no pudo casarse por la Iglesia hasta que pasó el
tiempo legalmente establecido tras la desaparición de su primer marido que fue
marino. Llega a Villamartín acompañando a don Vicente, contratista o técnico de
obras que en la década de 1910 debe hacerse cargo o participar en la
construcción de alguna carretera provincial.
Antonio Linares me informa que bordó un precioso
manto para la Virgen de las Montañas, conocido por «El Genovevo», en crudo de
seda natural, con bordado tipo Richelieu, estrenado en 1923 y del que solo se
conservan algunos restos (ver imagen) y parte del bordado restaurado en otro
manto. (Texto: «A María Santísima de las Montañas. Genoveva Páez y
Serrano. Villamartín y Septiembre 8 de 1923».)
Pienso que se trataba de una mujer muy culta, venida
a Villamartín desde alguna ciudad grande (algunos aseguran que desde Madrid), que
seguramente gustaba de los viajes y desentonaba por su forma diferente de
vestir, arreglarse y pensar en una localidad serrana aislada para la gran
mayoría de la población. Os animo a leer con detenimiento su prosa bien
construida, ágil, conveniente matizada, con expresiones duras hacia algunos
hombres de la época «derrochadores, libertinos, licenciosos e indignos» que se
dulcifican al hablar de las mujeres «honradas, hacendosas, limpias, cariñosas y
fieles cumplidoras de sus deberes».
Femeninas
El
matrimonio. Sublime lazo que Dios creó en el Paraíso. Lazo que funde dos almas
en una sola. Lazo que une dos corazones que se amaron y se confundieron.
La
mujer, desde la adolescencia, forma en su mente soñadora un ser perfecto para
compañero de su vida. Si tiene la suerte de encontrarlo, tal como lo creó su
imaginación, disfrutará la mayor de las venturas que nos es dado gozar en la tierra.
Si por
desgracia suya llegó al matrimonio engañada por las falsas promesas de amor del
hombre indigno que le designó el destino… ¡Qué desgracia la suya!
En el
transcurso de mi vida he conocido varios casos de mujeres honradísimas,
hacendosas, limpias, cariñosas, fieles cumplidoras de sus deberes, que les ha
tocado en suerte hombres derrochadores, libertinos, licenciosos, indignos de
que la sociedad los admita en su seno.
Hombres
que empezaron por derrochar la herencia que le legaron sus mayores y, al verse
en ese estado de decadencia, se acogen a un mísero destino o a ganar un
mezquino jornal, el cual jamás llegó a las manos de la desventurada que tuvo la
desgracia de ser su esposa.
Esta
pobre mujer, que ninguno de los días dispone para las más perentorias
necesidades de la vida, se decide a ganar honrada y dignamente para atender a
ellas, si así le es dado vivir en paz. Pues [puede ser que] el marido la obliga
a que le entregue lo que ganó. Si se resiste, la ofende, la maltrata y termina
por hacerle la existencia imposible. ¿Qué casa puede subsistir de esta forma?
¡Ninguna! Hasta que la mujer, hastiada de la vida, tiene que abandonarlo.
En este
momento, todo terminó para ella: sus ilusiones de niña, sus amores, su casa,
aquel nido que soñó tantas veces y que tanto amaba. ¡Se quedó sola! ¡Y que
soledad! ¡Verse privada de vivir al lado del esposo que recibió al pie del
altar! Todo acabó para ella.
Se
pasan años en esa eterna monotonía. [Pero], si el destino pone ante esta mujer
un hombre como la visión que ella soñara para sí… Sus almas se comprenden… Él,
conquista primero su afecto y más tarde su amor… [Entonces], entre los dos, se
interpone el monstruo de «la honra». Les separa la educación, la dignidad y el
decoro.
La
mujer lucha sin descanso entre el deber y el cariño. Y si por fin, este sale
vencedor en la contienda… ¿Cuál es el lugar que la sociedad dispensa a la
mujer? El desprecio con todos sus horrores. Pero, ¿qué delito cometió esa mujer
para que la coloquen en una situación tan lamentable? Pues, no cometió más
delito que seguir los impulsos de su corazón, y hacerse la compañera amante y
cariñosa del hombre que supo distinguirla como se merecía.
Desde
estas columnas de La Voz de Villamartín, a los Grandes hombres Españoles me dirijo. Es preciso que a la mujer
española se la dignifique; [especialmente] a la que se encuentra más
postergada, a la más digna de protección. Y, en nombre de todas, pido se nos
haga justicia.
Genoveva Páez y Serrano
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© de la
publicación, «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez»
La carta de Genoveva, tiene su enjundia. Se nota en el escrito la mano culta que maneja la pluma; pues, tuvo bastante empeño en que, la epístola, estuviera bien pulida, ya que, iba dirigida a un sector de la sociedad de alto copete. Por lo cual, no iba dirigida a la gente del pueblo, pues, por aquellos entonces, la mayoría del extracto social de la gente humilde de Villamartín estaban sumidas en el analfabetismo.
ResponderEliminarEn el estilo pulcro y refinado del escrito, se nota la sutileza de un feminismo bastante arraigado en el espíritu de la dama, lo que denota, que tuvo que ser mujer de una gran personalidad y valentía en aquella sociedad patriarcal y de machismo desaforado.
Se queja amargamente del ruin comportamiento de hombres sin sensibilidad, toscos, y mezquinos; lo que hace pensar que, ella, pudiera haber sufrido del agravio de uno de estos depredadores muy cercanos a su parentesco.
Genoveva, pertenece a la alta burguesía, de familia acomodada, donde la mano que menos trabaja, tiene el tacto más fino. En ese ámbito clasista, en la llamada noble cuna, nacieron hombres y mujeres que bajaron al infierno de la explotación y la pobreza para escribir obras filosóficas que incentivaron la revolución en el movimiento de la clase obrera. Un saludo, Pedro.
Se observa en la carta un claro sesgo feminista; por su cultura, la autora pudo conocer los primeros brotes de escitoras feministas en la década, como la periodista Carmen de Burgos, conocida como La Colombine. Muy curioso este personaje; avis rara en un tiempoo en que la población femenina poseía un alto dato de analfabetismo en toda España, y especiamnete en las zonas rurales. Me ha encantado esta reivindicación feminista casi centenaria. Saludos.
ResponderEliminarGracias Matt por tu comentario. Yo también pensé que doña Genoveva pudo sufrir con su primer marido el marino. Después parece que encontró la felicidad con don Vicente, pero hasta que pasaron los años suficiente para ser declarada viuda tuvo que soportar la crítica de vivir con un hombre sin estar casada.
ResponderEliminarMª Ángeles, imagínate por un momento a doña Genoveva en 2019. Creo que encabezaría una de las listas de las municipales para alcaldesa, incluso para las elecciones generales. Gracias por tu comentario siempre ilustrador.
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