Nombre: Rosario
Morilla Peña.
Fecha
de nacimiento: 8 de octubre de 1907.
Fecha
de fallecimiento: 1995.
Padres: Manuel
y María de los Dolores.
Estado
civil: Casada con José Sánchez Barrera. Enviudó en 1976.
Hijos:
Cristóbal, Dolores, Catalina y Rosario
Lugar
de nacimiento: Villamartín.
Profesión:
Matancera y todo el trabajo del hogar.
Domicilio
que tuvo en Villamartín: Calle Matadero.
(Fot. José
Carretero).
En nuestro recorrido por el «femenino singular»
villamartinense, buscando a esas mujeres casi únicas que dejaron su huella en
el siglo XX, todas marcadas por la impronta clásica profesional del «sus
labores» pero que a la hora de la verdad desenvolvían, además de la casa, los
hijos, las compras… verdaderas profesiones sin horario, sin sueldo
reglamentado, sin cotizaciones…, encontramos a una matancera: Rosario Morilla Peña. Para rehacer su microbiografía
he recurrido a su hija Rosario Sánchez Morilla y a pasajes de un artículo costumbrista
de José Bernal Cisuela publicado en el Libro de Feria de 1993. Rosario se
deshace en elogios hacia su madre a la que cuidó hasta su fallecimiento.
Destaca su fortaleza física, «siempre sana, siempre trabajando desde el
amanecer hasta el anochecer, sacando a su cuatro hijos adelante, haciendo de
matancera donde la llamaban o yendo a por agua al grifo que se instaló en la
calle Fuentezuela para lavar la ropa de su hijo Cristóbal, futbolista. Vida muy
dura la que tuvieron mi padre José Sánchez,
primero aguaó y después arriero, y mi
madre. (Pedro Sánchez).
Huellas del trabajo y los años
(José Bernal Cisuela)
«Costumbre
inveterada era engordar un cochino o dos, casi con las sobras y un poco más, en
muchas casas, bien para consumo propio los dos o para vender uno de ellos, ya
que su carne, tocino y todos sus derivados constituían el «pan nuestro de cada
día» durante la mayor parte del año.
»Dice
el refrán «por san Andrés, mata tu res», siendo diciembre y enero los meses
apropiados para llevar a cabo la matanza, hecho que constituía un
acontecimiento familiar y a veces vecinal, ya que reunía a muchas personas para
transformar y embutir el cerdo sacrificado. Pero un cerdo no lo mataba
cualquiera, eran personas especializadas en el degüello, pela y
descuartizamiento, entrando a continuación las matanceras a cuyas manos quedaba
el picado de la carne y las tareas de preparar los chicharrones, morcillas,
chorizos, salchichones y un largo etcétera. Estas mujeres ejecutaban un
auténtico oficio artesanal, destacando muchas de ellas por la calidad final de
los embutidos que pasaban por sus manos, a la vez que enseñaban a generaciones
más jóvenes, oficio que se va perdiendo al desaparecer las matanzas familiares.
»No
eran muchos ni los matarifes ni las matanceras y el oficio artesanal se pierde
por momentos, quedando una mínima representación [recordemos
que este artículo fue publicado en 1993]
en la que se encuentran Juan A. Gallardo Lozano y Juan Pérez Serrano entre los
matarifes y una mujer con muchos años [Rosario Morilla Peña, 86 años en
1993], distinguida en todas las labores
de la matanza. Ella salaba el tocino como nadie, picaba, sazonaba dando el
punto justo a los embutidos; tanta era la calidad que conseguía, que cuando se
comían por personas ajenas a la casa, decían «este chorizo o este salchichón lo
ha hecho Rosario Morilla», y en efecto, todo lo que salía del cerdo sacrificado
le daba un sello especial, sobresaliendo su producción entre la de los demás.
»Todavía
a Rosario no le estorban los años, realiza las faenas de su casa, ayuda a sus
hijos y si hay una matanza esporádica echa una mano, se encuentra ágil y
«nerviosa» como siempre; surcada por infinidad de arrugas la piel de su cara;
dedos largos y manos sarmentosas curtidas por el trabajo y el paso de los años;
venas a flor de piel surcándole los brazos, fielmente captadas por la cámara de
Pepe Carretero que nos ha aunado en el retrato de Rosario, los símbolos del
trabajo duro y la vejez; la mirada triste y lejana, llevándole el pensamiento a
una larga tira de años atrás, a cuando «era una mocita» —como dice ella— y se iniciaba en el trabajo
en la tienda de Juan Holgado en la calle Carreteros.
»En
estos recuerdos la memoria de Rosario permanece fiel, orgullosa de las prácticas
artesana aprendidas y perfeccionadas que le dieron fama y trabajo; y no olvida
las veces que le llevaron a sus hijos al tajo para darles de mamar.
Manos
sarmentosas, pliegues en el rostro, mirada triste, presentan a la mujer ligera
que fuera dirigente, activa, nerviosa, hacendosa, de piel tersa y suave, con
manos cuajadas de largos dedos sutiles y hábiles, y los recuerdos de tantos
años como se fueron, evocando tranquilamente nostalgia, acontecimientos y
hechos imborrables de una laboriosa vida dedicada al trabajo, a su marido
—fallecido bastantes años atrás—, a sus hijos y ahora a sus nietos».
(Rosario con su hijo Cristóbal Sánchez Morilla)
José Sánchez Barrera, aguaó y arriero
José Sánchez Barrera, marido de Rosario, nacido en
el lejano 1906 en Puerto Serrano, fue uno de los aguaores de Villamartín que iban a llenar los cántaros a las
fuentes públicas del pueblo hasta que se trajo
«el agua corriente» allá por 1950. A partir de entonces, José, como
muchos otros, tuvo que adecuar los serones de sus burros, dejar en un rincón los
cántaros, más boquinos que nunca, y reconvertirse en arriero para seguir
viviendo unos años más de sus bestias.
Fueron años duros acudiendo a las graveras para
cargar arena hasta las obras y después
de vuelta con los ripios hasta las improvisadas escombreras, siempre animando a
los burros, que para eso arriero
proviene del verbo «arrear», es decir estimular a las bestias para que echen a
andar, para que sigan caminando o para que aviven el paso. Pero José y sus
animales se hacían mayores, llegaba la mecanización, imposible competir con
ella. Murió relativamente joven, en 1976 con solo 70 años, respetado por sus
compañeros de profesión y albañiles a los que suministraba los áridos para la
mezcla. Curiosamente, a lo largo de su vida fue perdiendo el apellido «Sánchez»
y era más conocido por José Morilla, quizá porque trabajó con otros Morilla,
también aguaores, quizá por la gran
influencia del apellido de su mujer.
En la magnífica fotografía de José Jiménez, Blancanieves, vemos a José junto a su
sobrino Emilio Sánchez Silva y un
niño al fondo de la imagen. A su cargo seis nobles asnos aguantando estoicos la
pose para el fotógrafo, cargados los serones de arena hasta arriba. Parece que
vienen del río y van para el pueblo. La moto actúa como elemento discordante en
una imagen tan rural de la década de 1960 ya avanzada. (Pedro Sánchez Gil).
Bibliografía. Libro
de Feria de Villamartín. Huellas del trabajo y los años, 1993.
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© del texto, José Bernal Cisuela y Pedro Sánchez
Gil.
© de las imágenes José Carretero, José Jiménez y colección
de Rosario Sánchez Morilla, según lo mencionado en el texto.
© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro
Sánchez».
Incorporo algunos comentarios recibidos sobre Rosario Morilla:
ResponderEliminar- María Del Carmen Gallardo Silva. Conocí mucho a esta mujer, con un valor excepcional; iba todos los años a mi casa, mejor dicho a la finca que mis padres tenían e Tierras Nuevas a hacer la matanza. Allí se quedaba con nosotros varios días, lo que duraba la matanza de varios cerdos. Y la recuerdo que en más de una ocasión que fallaba el matarife, ella mujer de estatura pequeña, la vi coger el cuchillo y proceder al sacrificado los cerdos. De carácter afable, cariñosa, trabajadora, una gran mujer "La Morilla", me alegra que sea reconocida, porque fue una mujer muy adelantada para su tiempo. Su chacina llevaba el sello de calidad, en una época donde los medios eran escasos, la producción de su matanzas nunca se estropeaban. Mujer de apariencia física débil pero de gran fortaleza interior.
- Silvia Sánchez Holgado. Conocí a esta mujer. Siempre la vi vestida de negro, siempre trabajando y bastante liada. La recuerdo porque de pequeña bajaba todos los días a ver a mi abuela Rosalía al rancho Clemente. Su casa estaba en la calle los Muertos, bueno antes le decían así porque por ahí bajaba la comitiva hacia el cementerio. Ahora es Matadero.