sábado, 4 de agosto de 2018

Margarita la del Carbón


Por María de los Ángeles Barrera Naranjo


Nombre. Margarita García Alza.

Fecha de nacimiento / fallecimiento. 24-12-1908 /25-10-1997.
Marido. Alonso González Arocha.
Hijos. Seis: Pedro, María, Juan, Rosario, Margarita y Ana María.
Lugar de nacimiento. Villamartín.
Ocupación. Vendedora de carbón y «la casa».
Domicilio que tuvo en Villamartín. Calle Salinera.

Fot.: Margarita en 1994 con 86 años. Cedida por la familia.



Cuando conocí a Margarita la del Carbón parecía ya una mujer recia, dura y fuerte como su voz bronca; quizá esta voz suya era la coraza que encontró para hacer frente a una vida brusca. La que no eligió.

Margarita García Alza, Margarita la del Carbón, nace en Villamartín un día de Nochebuena de 1908, en el seno de una familia humilde y muy conocida. Muy joven era Margarita, unos quince o dieciséis años, cuando su tía de Argentina, con quien se carteaba, le propone a la familia mandarla a Argentina, concretamente a Buenos Aires, para asistir a la boda de una prima a la que no conocía, hija de esta hermana de su madre, que emigró a la capital bonaerense en una de las oleadas de inmigración europea a principios del siglo XX. Esta joven se casaba con el hijo de una familia pudiente, el doctor Gaete, que se enamoró perdidamente de esta chica a la que cortejó cada día, durante muchos meses, a la salida de un taller de costura hasta que cedió a sus requiebros. Los padres de Margarita asintieron felizmente y la niña vivió una verdadera aventura. El viaje de Villamartín a Buenos Aires duró más de dos semanas, unos dieciocho días en los cuales casi le dio tiempo de medio enamorarse de un marinero del barco. La casa donde se alojaría Margaret, como era llamada por su familia argentina, tenía dos criados negros, uno de ellos lo tenían de chófer y hasta un piano de cola que tocaba con entusiasmo su prima hermana de la mano de un profesor que diariamente le daba clases; también contrató el doctor Gaete a un maestro particular para que la joven aprendiera a leer y a escribir con soltura, vendría contando orgullosa Margarita, que se maravilló en un país tan lejano donde fue mimada por familiares tan adinerados; hasta en taxi, conducido por el chófer negro, fue devuelta a su domicilio de Villamartín, para deleite de familiares y vecinos que salieron solícitos a recibirla. Los descendientes de Margarita siguen sopesando qué habría sido de su destino si la joven hubiera resuelto quedarse allí y no hubiera decidido volver a Villamartín, como hizo, cuando se enteró que su padre había enfermado. Y así fue. Su padre fue mordido por un perro y enfermó gravemente. Ya en el pueblo, al poco tiempo, su padre murió. Pero no sabía Margarita que el infortunio la habría de acompañar durante buena parte de su vida. Muy joven era aún cuando sobre la familia llegó la mayor de las desdichas que habría de marcar a Margarita. Cuando su madre llevaba ropa recién lavada del lavadero del río, con toda la mala suerte habida, es atropellada por un camión y fallece en el acto. La joven Margarita, mientras hace el duelo, debe hacerse cargo de sus hermanos. Por aquel entonces la voz de Margarita ya empezaría a enronquecer.

Margarita muy joven, con su hijo Pedro

Pasados unos años se casa con un hombre bueno y muy trabajador, Alonso González Arocha, arriero de profesión, pero también carbonero en invierno; hacía cisco, picón y mejor carbón que luego Margarita vendería con gran éxito a las vecinas en su domicilio en la calle Salinera, durante más de tres décadas. De ahí le viene su sobrenombre «la del Carbón». Ya tiene esa voz bronca suya tan característica que, sabida su historia, parece salirle del fondo del alma, como si fuera una aspereza encubriendo la rabia y el dolor. Para la elaboración de este carbón de calidad, Alonso González se desplazaba a Benamahoma o a Grazalema, donde se quedaba varios días hasta conseguir el preciado combustible.

El trabajo del carbonero comienza con la poda y la tala de los árboles. Se corta la madera en trozos pequeños y manejables, separando los palos gordos de las ramas. Posteriormente se traslada hasta el enclave de la carbonera. La colocación de la leña es muy importante. Primero, para facilitar el proceso, se colocan las trozas grandes, cruzadas entre sí para permitir el flujo de aire, colocando sobre ellas y de la forma más compacta posible el resto de la poda y tala que se van a carbonizar. Los huecos se rellenan con los palos más menudos. Una vez apilada la leña se tapa el horno con ramas, retamas y una capa de tierra. Ya está todo listo para comenzar la quema. Por los huecos que quedan entra el aire que aviva la combustión. El carbonero controla continuamente el proceso, de ahí que se llame a ésta, combustión controlada o incompleta; por esos huecos o gateras el carbonero prende fuego y a la vez controla la entrada de aire para que la madera se queme con poco oxígeno. El proceso duraba varios días, con un control permanente de la gran pila y de la chimenea de la cima para lo que el carbonero debía subirse con gran peligro pues a veces se hundía la carbonera. Cuando ésta se mantenía estable sin temblar, era señal de que todo iba bien, el carbón ya se había producido y estaba seco y endurecido. Entonces se cortaba la entrada de aire para que se apagara, se dejaba enfriar, se abría la pila y se obtenía el apreciado combustible.

Alonso González Arocha, carbonero y arriero
Esto lo hacía Alonso González solo, con el frío del invierno de la Sierra. Y lo bajaba curva a curva en burro, hábil conocedor del camino de herradura que enlazaba Grazalema con Zahara, pero torpe en días lluviosos de los inviernos de antes, y lento al ritmo que le marcaba la cansina mercancía. Toda una semana podía llevarle a Alonso este trabajo de carbonero con su viaje de ida y vuelta, desde mediados de la década de 1940 hasta ya avanzada la de 1970; cada tres o cuatro semanas de cada invierno durante casi treinta años.

Como Margarita, otras mujeres de Villamartín se hicieron con la venta del carbón y del cisco y cada una tenía sus veceras porque éramos mujeres o niñas quienes íbamos a comprar el cisco o carbón con el que luego nos calentaríamos en la copa de la mesa camilla o se cocinaría en el anafre de aquellas cocinas de antes; así nuestra querida vecina Rosalía la Gamarra, la mujer de Miguel, en la esquina de la calle Rosario, su parienta Rosario la Gamarra en la calle San Francisco; María Contreras, en la calle Consolación; Anita la Carbonera en la calle Los Malteses, La Sopa en la Subida a la Iglesia o también María la Cisquera, natural de Puerto Serrano, en la calle Carretero. A la crianza de los hijos y el cuidado de los mayores, estas mujeres añadían un negocio humilde que daba poco y tiznaba mucho. Casi todas ellas vendían cisco, pero Margarita vendía sobre todo carbón.

El resto del año Alonso González acarreaba arena, piedras y chinos del río, también en su burro, para los albañiles. Alonso era un arriero muy formal y nunca le faltó trabajo. El mismo albañil que lo llamaba para transportar arena lo llamaba para retirar los escombros. Sé que mi padre lo llamaba a él y a Sebastián Bueno para sus obras. Los tres, hombres muy humildes y muy trabajadores.

Margarita con dos de sus hijas y nietos

La familia iba creciendo; no sobraba, pero tampoco pasaron necesidades los hijos de Alonso y su mujer. Al tiempo llegarían los nietos. Y acaece otra gran desgracia. Margarita creía haber pasado ya por lo peor perdiendo a su madre tan joven; no sabía lo que su destino le deparaba; su segunda hija, María, enferma y muere casi a la misma edad que su madre, a los 36 años. Dejaba cuatro hijos. Igual que pasó con su madre, a Margarita no le da tiempo para llorar; una mesa para almuerzo en su casa debía dar diariamente sitio a quince personas. Ahora su voz era más bronca y más fuerte. La que va consiguiendo de llorar a solas y a escondidas. Y a esto que, hacia la mitad de la década de 1970, se pone de moda la bombona de gas butano, tanto para cocinar como para calentar.

Pero los abuelos siguen trabajando, lejana aún está la jubilación y hay que seguir tirando. Margarita sigue siendo la del Carbón, pero la mercancía que Alonso le trae para poner a la venta son frutas de la huerta: naranjas, melones, sandías… Y la prosperidad, si puede llamarse así, llega cuando una hermana de Alonso, Cipriana González, se jubila y cede a su hermano y familia un puesto de carne en la plaza de abastos de Villamartín. Ahora venden carne y son ayudados por sus nietos. Pero Margarita, seguía siendo la del Carbón.
Murió rodeada de los suyos el 25 de octubre de 1997.

Agradecimientos. A su hija y nieta con el mismo nombre, Margari González García.

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© del texto, María de los Ángeles Barrera Naranjo.
© de las imágenes, colección familiar.
© de la publicación «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».

1 comentario:

  1. Incorporo a la entrada algunos comentarios recibidos sobre Margarita la del Carbón:
    - Juan Piña Rivera. Simpática y con humor donde las hubiera.
    - José María Sánchez García. Era nuestra vecina y nuestra suministradora del cisco para el brasero.
    - Ana Jiménez. Sí, esta señora es familia mía, la mujer de mi tío Alonso y madre de Margari. Era una bellísima persona.
    - Laureano Ordoñez. Yo fui vecino de ella y era una maravillosa persona, ella y toda su familia.
    - María del Carmen Gallardo Silva. Yo la conocí, vivía en mi calle, mujer simpática y cariñosa; de pequeña me mandaba mi madre a comprar el carbón y el cisco a su casa. Mi enhorabuena a las personas que están trabajando en recordar las historia de estas mujeres que forman parte de la tradición de Villamartín.

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