►Resumen del artículo publicado
por mí en el Libro de Feria de 2016.
La proximidad de los ríos
Guadalete y Sarracín y del arroyo del Judío a Villamartín ha favorecido que sus
riadas siempre hayan tenido cierta transcendencia en la vida del pueblo. Aunque
gran parte del caserío está sobre una loma, las partes bajas del casco urbano
y, sobre todo, las comunicaciones por carreteras, siempre se vieron afectadas
por las grandes avenidas tras fuertes y persistentes lluvias en la Sierra de
Grazalema. El Guadalete desbordado afectaba directamente a la zona de la
Fuentezuela y, por supuesto, a las carreteras que nos unen con Sevilla, Jerez y
Cádiz, debido a los envites de las aguas contra los endebles puentes de
mampostería que, hasta ser reparados, necesitaban de la ayuda de la conocida
barcaza para cruzarlo.
La sólida construcción del puente de los Siete Ojos
sobre el Sarracín, hizo que no diera nunca problemas conocidos, desde su
apertura en las últimas décadas del siglo XIX, por lo que sus riadas afectaban
sobre todo a las huertas y ganadería asentadas en su ribera. Los problemas del
arroyo del Judío siempre se centraban en el sencillo puente situado entre El
Molinillo y la fábrica de harina, saltando las aguas la carretera cuando los
pequeños ojos del pontón quedaban cegados por la maleza, afectando su remanso a
las casas cercanas. No debemos olvidar los gravísimos daños que las riadas,
sobre todo las del Guadalete, causaban en toda su cuenca, arrasando huertas,
inundando cultivos y ahogando animales al paso de las impetuosas aguas.
Pero no solo provocaban daños
las aguas incontroladas de los ríos, las mismas lluvias torrenciales en sí y
los temporales de viento siempre afectaron a las viviendas más humildes de las
barriadas pobres, aunque también podían dañar a cualquier otra zona del pueblo.
Especial impacto ocasionaban en el barrio de Los Chozos que, pese a su
artesanal y adecuada construcción, las precipitaciones continuadas acababan
traspasando sus cubiertas vegetales, pero sobre todo se veían afectados por las
torrenteras en que se convertían sus calles, sin la más mínima infraestructura
de canalización, y más cuando el cerramiento de las chabolas no era de
mampostería y las aguas se filtraban hasta inundar el interior.
Muchos son los temporales
recordados por los villamartinenses, sobre todo por las personas que se vieron
afectados por ellos de alguna manera. Uno de los mejor documentados es el de
1963. Los datos recogidos por la familia Rivera en la subestación de Sevillana
de Electricidad y la pertinaz actuación del recordado alcalde Adolfo Blanco nos
permiten medir, cincuenta y cuatro años después, sus consecuencias. Las
oportunas imágenes tomadas por José Bernal y José Jiménez, Blancanieves, vienen a completar gráficamente los hechos.
Empezó la otoñada de 1962 con
fuerza, lloviendo algo, como es preceptivo, por Feria, y muy intensamente en la
segunda quincena de octubre y primera de noviembre, hasta el punto de recogerse
254 mm entre estos dos meses. Algo de sosiego trajo la segunda parte de
noviembre y casi todo diciembre, pero al acercarse el fin de año empezó a
llover y no paró hasta casi un mes después (26 de diciembre – 22 de enero),
sumando otros 346 mm este otro bimestre.
Todo ello hizo que el terreno se
empapara y «escupiera agua», los acuíferos se colmataran, los arroyos corrieran
como ríos y cualquier nueva precipitación acabara en el Guadalete, que por esa
época llenaba por primera vez el vaso del recién inaugurado embalse de Bornos
(1961), que acabó formando un gran lago, apreciable en las numerosas imágenes
del momento. Pese a un breve descanso, en febrero llovió nuevamente con fuerza,
ahora sobre mojado (122 mm), que acabó produciendo la gran riada de mediados de
febrero, muy recordada y como hemos comentado, fotografiada. Los datos de
precipitación recogidos a mediados de febrero en Villamartín, pese a ser importantes,
no son los más altos, ello nos hace suponer que las grandes lluvias se
produjeron, sobre todo, en la cuenca alta del Guadalete (Sierra de Grazalema) y
del Guadalporcún, como nos lo confirma el tremendo dato de ese mes del
observatorio meteorológico de Grazalema: 1196 mm, el cuarto mes más lluvioso de
la serie histórica 1913-2013. Además, el año completo (1963) batió todos los
récords: 4.385 mm, casi el doble que un año normal.
Nuestro Consistorio Municipal,
dirigido por don Adolfo, reaccionó de inmediato enviando múltiples escritos a
las autoridades provinciales informando de los grandes daños producidos por las
lluvias en las barriadas más humildes, que resume en la necesidad de reparación
de 178 viviendas (135 en Fuentezuela, 13 en Barrero-Coladero, 7 en Areniscos y
23 en el resto de la población –casi todas en casas de vecinos-).
Las lluvias vuelven del 14 al
20 de febrero, siendo en estos días cuando se produce la gran riada de las
imágenes, y es necesario modificar y ampliar el informe anterior, por lo que
Adolfo Blanco firma, el 1 de marzo, un «nuevo cuestionario de daños producido
por inundaciones y lluvias torrenciales entre el 26 de diciembre hasta el 20 de
febrero, que sustituye al anterior». El anexo reitera los daños, aumenta el
número de viviendas hundidas o en estado de ruina inminente y el de las
familias que han quedado sin hogar: «17 familias, 80 personas: 22 varones
adultos, 22 hembras adultas, 22 niños y 14 niñas, que han sido alojados
provisionalmente en un grupo de seis viviendas para maestros nacionales».
Por otra parte, los daños en
edificios públicos se amplían considerablemente: «hogar del Frente de
Juventudes, iglesia de San Francisco, escuelas de la calle Artillero Perea
Pavón, edificio destinado a casa Ayuntamiento, viviendas de protección estatal:
las de la Tenería del Patronato José Antonio, las de Santa Ana y San Sebastián
de la Obra Sindical del Hogar». Y como no podía ser menos, en una nota final
insiste en «los 124 chozos o chabolas de pasto, primitivos, lacra social de este
pueblo».
No aparecen por ningún lado en
estos informes los múltiples daños causados en las carreteras, en las huertas, en las cosechas y
en la cabaña ganadera; o bien se tramitaron por otros procedimientos y a otros
organismos en documentos que no hemos localizado, o todo se ciñó a los daños
directos sobre viviendas y enseres. Versiones orales recuerdan cómo las aguas
del Guadalete arrastraban gran cantidad de productos hortofrutícolas (sobre
todo naranjas), cerdos, cabras e incluso algún animal de mayor porte.
Elogiar la prontitud con la que
actuaron nuestras autoridades locales, con el alcalde Adolfo Blanco a la
cabeza, que por supuesto siguieron acosando a las autoridades provinciales
hasta que consiguieron la construcción de 20 albergues en Matrera, precisamente
con la finalidad inicial de disponer de viviendas ante situaciones de
catástrofe, solo un año después (1964).
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©del texto Pedro Sánchez Gil
©Villamartín.Cádiz Blog de
Pedro Sánchez
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