BAÑOS
En nuestro término solo se conoce este lugar que aporte aguas consideradas medicinales. Por la carretera de Ronda, accediendo por el camino que pasa bajo ella desde la venta de Cuatro Mojones, se accede al Baño de los Conejos, donde las personas aquejadas de dolencias reumáticas o de la piel acuden para sanarlas mediante baños continuados en sus aguas sulfurosas y ferruginosas (principalmente de Algodonales). Este manantial es catalogado por el Instituto Geológico Minero de España (IGME) como el único termal de la provincia de Cádiz.
Hasta avanzado el siglo XX, el río era un lugar de encuentro y diversión para pequeños y mayores, y era un ritual no solo el baño, sino el paseo a los puntos de interés. Todos los veranos, desgraciadamente, el río se cobraba alguna que otra vida de los niños y jóvenes de Villamartín. El curso del río variaba de un año a otro según la climatología y no todos los años eran posibles los baños en los mismos sitios. Los cortes de digestión, «meterse en lo hondo» y los «remolinos» eran las causas más frecuentes de los ahogamientos.
Cualquier buen charco o agua remansada y limpia era bueno, buscándose lugares cercanos a los ranchos o al pueblo, como en el que aparece el grupo de niñas, cercano a un azud por la fuente de La Zarza o el grupo de jóvenes en el Charco de los Yesos del Guadalete. Las zúas o azudes presentaban sobre el río la ventaja de disponer de un buen lago que formaba la pequeña presa, además de ser el trampolín ideal para lanzarse al agua. En el río Sarracín son recordadas la Zúa Grande y la Zúa Chica, sobre todo la primera, con una respetable presa.
A partir de 1974 los villamartinenses, gracias a la iniciativa privada de Francisco Gil Bernal, pudieron contar con una piscina pública. La apertura de la piscina supuso un cambio de hábitos muy notables en las costumbre del baño en Villamartín. Con ella se acabaron las pérdidas de vidas por ahogamiento durante los veranos y los baños en los ríos y en las zúas. A madres y padres les entró una gran tranquilidad.
Cualquier buen charco o agua remansada y limpia era bueno, buscándose lugares cercanos a los ranchos o al pueblo, como en el que aparece el grupo de niñas, cercano a un azud por la fuente de La Zarza o el grupo de jóvenes en el Charco de los Yesos del Guadalete. Las zúas o azudes presentaban sobre el río la ventaja de disponer de un buen lago que formaba la pequeña presa, además de ser el trampolín ideal para lanzarse al agua. En el río Sarracín son recordadas la Zúa Grande y la Zúa Chica, sobre todo la primera, con una respetable presa.
A partir de 1974 los villamartinenses, gracias a la iniciativa privada de Francisco Gil Bernal, pudieron contar con una piscina pública. La apertura de la piscina supuso un cambio de hábitos muy notables en las costumbre del baño en Villamartín. Con ella se acabaron las pérdidas de vidas por ahogamiento durante los veranos y los baños en los ríos y en las zúas. A madres y padres les entró una gran tranquilidad.
Gremio de hombres, en tiempos pretéritos, dedicados de sol a sol, y en verano aún más tiempo, a mitigar la sed, proporcionar agua para el puchero y otros usos doméstico, llenar los cubos para la higiene y el lavado de la ropa, mantener la tinaja y búcaros bien colmados e incluso vender su honrada mercancía a pie de burro. Según su poderío económico movían uno, dos o varios borricos por las cuestas del pueblo: de las fuentes a las casas, de las casas a los pozos, de los pozos a las escuelas… Los pobres y cansinos animales se desplazaban parsimoniosamente, dirigida la recua por el burro liviano que portaba esquila, con la poca energía que le daba la paja y la cebada, arañando en cualquier sitio un yerbajo, una peladura de fruta o un geranio que se descuidase; protestas de las vecinas y bozal al hocico, que además mitigaba el rebuzno del potente macho garañón al detectar a la hembra; aunque de verdad lo realmente efectivo era atarle un par de guijarros a la cola, «es que no lograban roznar si no levantaban el rabo». Cargaban en sus aguaderas, primero de esparto, después de madera, cuatro cántaros (seis los grandes mulos y burros padre de campo) de una arroba cada uno que les llevaba a soportar unos 45 kg.
Cuando el caudal bajaba, la espera era desesperante, llegándose a enfrentamientos entre vecinos y aguadores; hasta que llegaba el Tío de la Garrota e imponía su ley del estacazo, saltándose colas y monsergas. Hasta 8 cántaros de Lebrija admitía una buena tinaja colmada hasta el brocal, a perra chica el cántaro en tiempos pretéritos, a perra gorda más tarde y a 1,40 ptas. la carga, recuerda Pablo Paradas Pineda, hijo de Juan Paradas Salas, de quien aprendió el oficio. Otras familias de aguaores fueron José (Pepito) Pérez que llegó a poseer un carro con el que movía hasta 15 cántaros, algunos boquinos por el uso; José Vargas Ortiz, Jerónimo Benítez, Manuel Sánchez Barrera y su hijo Emilio Sánchez Silva, los Contreras, El Loli... La gran comodidad del agua corriente (1950) acabó poco a poco con su oficio; algunos se adaptaron y tiraron algunos años como arrieros, trajinando con sus asnos cargados de arena o escombros hasta que su profesión desapareció y hoy solo son una estampa costumbrista como la de las fotos.
Cuando el caudal bajaba, la espera era desesperante, llegándose a enfrentamientos entre vecinos y aguadores; hasta que llegaba el Tío de la Garrota e imponía su ley del estacazo, saltándose colas y monsergas. Hasta 8 cántaros de Lebrija admitía una buena tinaja colmada hasta el brocal, a perra chica el cántaro en tiempos pretéritos, a perra gorda más tarde y a 1,40 ptas. la carga, recuerda Pablo Paradas Pineda, hijo de Juan Paradas Salas, de quien aprendió el oficio. Otras familias de aguaores fueron José (Pepito) Pérez que llegó a poseer un carro con el que movía hasta 15 cántaros, algunos boquinos por el uso; José Vargas Ortiz, Jerónimo Benítez, Manuel Sánchez Barrera y su hijo Emilio Sánchez Silva, los Contreras, El Loli... La gran comodidad del agua corriente (1950) acabó poco a poco con su oficio; algunos se adaptaron y tiraron algunos años como arrieros, trajinando con sus asnos cargados de arena o escombros hasta que su profesión desapareció y hoy solo son una estampa costumbrista como la de las fotos.
No podían faltar en este artículo personajes, como Carmen Tenorio Salas la Colaera (1915-2012), sus padres el señó Francisco y la señá Sebastiana, sus hermanos y hermanas, todos conocidos como los Colaeros y que subsistían preparando un producto cercano a la lejía, basado en la potasa de la ceniza, imprescindible para limpiar, blanquear y dar esplendor a la colada con la ayuda final del jabón casero, del verde o en escamas, del oreo, del añil y de la luz solar. Carmen y su familia, tenían su casita y «empresa» cerca de la Fuentevieja (en su DNI figura que vivía en la inexistente calle Coladero) y recogían la ceniza de los hornos de pan, de ladrillo o del mismo cisco; mientras más blanca y calcinada mejor. Aplicaban el método más sencillo que consistía en colocar la ceniza muy limpia en un paño y echar sobre ella el agua caliente; la mezcla –clarilla- caía sobre la colada a blanquear, desinfectar y lavar. Otros método, más perfeccionado, consistía en usar ceniza bien cribada para quitar todo resto de carbón, mezclarla con agua, mejor caliente, o en verano simplemente calentada al sol y así se tenía un par de días, removiendo para propiciar las oportunas reacciones químicas que daban como resultado un líquido espeso, resbaladizo al tacto, lo cual indicaba su poder desengrasante y desinfectante. Solo faltaba colar muy bien la mezcla con algún paño de lino para obtener la clarilla que caía a la vasija receptora lista para su venta en recipientes más pequeños. Actualmente sería a modo de un concentrado de gel-detergente con lejía que aún se diluía más en agua para ser usado en los lavaderos y paneras.
CHANCAS
Por su parte los chancas eran los responsables en los campos de llenar los cántaros y repartirlos a las distintas dependencias del cortijo (casa de los dueños, caserío, gañanía...). También se encargaban de llevar el agua a los tajos de trabajo en medio del campo, donde era bien recibida por su frescor, recogiendo el cántaro vació y dejando el lleno con el nuevo agua. Otras faenas que realizaba el chanca eran preparar las cocinas con paja de garbanzo y estar a disposición del servicio doméstico de la finca, es decir un jarrillomano.
Artículo de elaboración propia basado en lo publicado en:
· «Fuentes, manantiales, pozos, abrevaderos, aguadores y coladeras». Libro de Feria de 2013. Pedro Sánchez Gil.
· «Usos, tradiciones y costumbres» de Imágenes de un Siglo II. 2002. Antonio Jarén Domínguez.
· «Villamartín en torno al agua» de Imágenes de un Siglo III. 2017. Sebastián Pavón Mendoza.
Fotografías. Libros de Imágenes de un Siglo. Libro de Feria. Cedidas por la familia de Carmen Tenorio. Pedro Sánchez Gil.
Estimados señores:
ResponderEliminarMi nombre es José Manuel Ruiz. Estoy escribiendo mi primera novela, que transcurre en 1976. Necesitaría información sobre la Venta los cuatro mojones en ese año. ¿serían tan amables de proporcionarme cualquier dato? muchísimas gracias de antemano. reciban un saludo cordial.
Atentamente. José Manuel Ruiz Expósito
Saludos José Manuel. Complicado encontrar algo tan concreto relativo solo a 1976. De todas formas entra en este mismo blog en el apartado "Formulario de contacto" y a través de email y de forma privada comentamos sobre el tema. Pedro Sánchez.
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