Por Antonio Mesa Jarén
Don Manuel Poley y Poley, doctor en Derecho civil y Canónico, Licenciado en Filosofía y Letras, catedrático de la Universidad Central de Madrid y profesor de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid. Vicepresidente de la Diputación Provincial de Cádiz en los últimos años del s. XIX. Protector de todos los hijos de Villamartín que a él acudieron.
El
apellido «Poley» es otro de los muchos que en Villamartín exigen respeto y
reverencia; baste recordar que una calle −La Encrucijada− lo ostentó desde 1902
hasta hace unos años. Los más diversos y antagónicos regímenes políticos
respetaron el nombre de dicha calle: desde la Monarquía hasta la República,
desde la Dictadura primorriverista hasta el Frente Popular, desde los más
conservadores hasta los más revolucionarios; durante la paz y durante la
guerra, más aún, cuando a raíz de la guerra civil el Ayuntamiento cambió los nombres
de algunas calles para sustituirlos por los de aquellos ultraderechistas que se
alzaron contra la República y que más tarde ganaron la contienda, tan opuestos
todos ellos a la ideología y a la figura de la persona que vamos a biografiar,
ninguno tuvo la osadía de suprimirlo del nomenclátor callejero.
La
razón era que la calle fue dedicada a un alto personaje del saber, de la
cultura, de la enseñanza, de la educación, del Derecho y del pensamiento
filosófico: don Manuel Poley y Poley, que, aunque nacido circunstancialmente en
Prado del Rey, porque su padre ejercía allí el magisterio, vivió, contrajo
matrimonio y murió en Villamartín.
Quienes
lo conocieron, cuando evocaban su memoria, se descubrían en señal de admiración
hacia una persona que infundió respeto en todos los ámbitos, círculos y lugares
que frecuentaba, hasta el punto de que todos se levantaban de sus lugares de
asiento cuando él hacía acto de presencia, bien fuese en una reunión de
intelectuales o simplemente, en un bar o casino. Recuerdo haber escuchado en mi
casa (estaba casado con una hermana de mi bisabuela materna, Leonor Pacheco
Lobo), cómo, al llegar a Villamartín para disfrutar de las vacaciones, de
momento corría la noticia de su llegada: «Está aquí don Manuel, «Acaba de venir
don Manuel… Y cuando por las tardes paseaba por la plaza, los hombres se
quitaban el sombrero o se levantaban para saludarlo. Era un honor hablar,
mantener una conversación o compartir con él un rato.
Ese
respeto era debido a tres cosas: su gran personalidad, su preparación
científica y su solicitud por las causas de todos aquellos que a él acudieron
en demanda de protección o consejo cuando algún litigio o contienda los
envolvían, sobre todo los que, careciendo de medios económicos, no podían
recurrir a un letrado o mediador. Fue el paño de lágrimas de infinidad de
familias de Villamartín, que lo mismo apelaban a él cuando se encontraba en el
pueblo, en Sevilla o cuando se hallaba impartiendo clases en Madrid. Estas
cualidades eran fruto, por un lado, de la educación recibida en su infancia y
por otro, de su carácter serio y su permanente dedicación al estudio y a la
investigación.
Su
padre −don José Poley Sosa, maestro nacional, que estaba casado con Doña
Rosario Poley Aguilar− obtuvo por oposición una escuela en Prado del Rey. Allí
nació don Manuel el 13 de noviembre de 1848. (Su hermano don Antonio nacería en
Villamartín, cuando sus padres se trasladaron a él).
Don
José −su padre− era un señor de ideas liberales y altruistas, amigo de lecturas
filosóficas cercanas al krausismo, y las socializantes de Owen, Saint-Simon,
Proudhon, Fourier y otros, consecuencia lógica del maestro de escuela de
aquellos años, que quedaba a mitad de camino entre dos clases de la sociedad,
porque no es un proletario ni un burgués, y tampoco un ignorante sin título
académico, pero no llega a la altura de un catedrático. Además, se ve obligado
a vivir con un sueldo insuficiente, y por lo mismo, abocado a humillaciones o a
íntimas y amargas rebeldías. Y en esa situación, medio proletario y medio
burgués, medio intelectual y medio hambriento, es donde las ideas igualitarias
y los impulsos de rebelión encuentran un ambiente incondicional para el
proselitismo, porque estas personas pertenecen al estrato social donde se
cultivan los resentimientos por un lado y las frustraciones, por otro.
Fotografía de Manuel y Antonio Poley Poley.
Esas
doctrinas y creencias de don José influyeron notablemente en la educación de
sus hijos varones Manuel y Antonio, no tanto en la de las hembras −extraordinarias
bordadoras−, cuyas vidas discurrieron por los cauces «normales» de la mujer de
entonces.
Con
su padre estudió don Manuel las primeras letras y aprendió a comportarse en
consonancia con los tiempos que se avecinaban, envueltos entre revoluciones
ideológicas y sociales que darían origen a nuevas ideas, métodos y sistemas
políticos.
Cuando
cumplió los trece años, notando don José la inquietud y capacidad de su hijo
Manuel, lo mandó a estudiar bachillerato al Instituto de Segunda Enseñanza de
Sevilla. Allí tuvo excelentes profesores que se encargaron de lograr que aquel
muchacho listo y estudioso llegara a obtener una formación recia y profunda,
sobre todo en los estudios humanísticos, que son los que, en definitiva,
moldean y hacen a la persona.
Es
increíble que a tan corta edad estuviera capacitado para el aprendizaje de
materias que requerían un alto grado de inteligencia y un considerable
esfuerzo, con una tenacidad rayana en el paroxismo. Podemos demostrar lo que
decimos mediante la lectura del certificado que expide el entonces secretario
general de la Universidad Literaria de Sevilla. Vamos a leerlo:
Don
Diego Pérez Martín, Secretario general de esta Universidad Literaria.
Certifico:
que don Manuel Poley y Poley (..) practicó en el Instituto de segunda enseñanza
de esta capital de Sevilla en los días veinte y seis y veinte y siete de junio
de mil ochocientos sesenta y dos (13 años) los tres ejercicios señalados por la
ley para recibir el grado de Bachiller en Artes y mereció la calificación de
Sobresaliente (..); y que en esta Universidad tiene hechos los estudios
siguientes: de mil ochocientos sesenta y dos á sesenta y tres (14 años) aprobó
las asignaturas de Literatura Latina, Geografía é Historia universal con la
censura de Notablemente aprovechado en la primera y de Sobresaliente en la
segunda y tercera; del sesenta y tres al sesenta y cuatro (15 años) cursó y
aprobó las de Metafísica, Economía política y Estadística y primer curso de
Derecho Romano, con la nota de Sobresaliente; del sesenta y cuatro al sesenta y
cinco (16 años) aprobó las de segundo curso de Derecho romano y Prosistas
griegos, con la calificación de Sobresaliente; del sesenta y cinco al sesenta y
seis (17 años) cursó las de Literatura española, Literatura clásica é Historia
y elementos del Derecho civil común y foral de España con la censura de
sobresaliente. Se graduó de Bachiller en la Facultad de Filosofía y Letras el
veinte y cinco de junio de mil ochocientos sesenta y seis (17 años) y mereció
la calificación de Sobresaliente. En el año académico de sesenta y seis á siete
(18 años) cursó y aprobó las asignaturas de Derecho Mercantil y penal, Derecho
Canónico y Derecho Político y Administrativo con la censura de Sobresaliente, y
en veinte y siete de junio del sesenta y siete se graduó de Bachiller en la
Facultad de Derecho, sección de Derecho Civil con la censura de Sobresaliente.
Así
resulta de los antecedentes que obran en esta Secretaría general de mi cargo á
que me remito. Y para que conste donde convenga al interesado expido á su
instancia la presente con el V° B° del Sr. Rector y Sello de esta Universidad
Literaria en Sevilla a veinte y uno de marzo de mil ochocientos setenta. Diego
Perez Martín = rubricado. V° B° El
Rector -Fdo. Machado (1).
Aquella
capacidad, que yo me atrevo a denominar «la masa encefálica» (era la definición
que Indalecio Prieto daba de Ortega y Gasset), permitió a don Manuel estudiar
conjuntamente dos carreras: la de Derecho, que acabo de mencionar, y la de
Filosofía y Letras, en cuyas aulas encontraría a quien de aquí en adelante
había de ser su más íntimo e inseparable amigo: Antonio Machado Álvarez, Demófilo.
Con él compartió inquietudes, trabajos, proyectos, tiempo y estudio. Las vidas
de ambos marcharon casi en paralelo. Y así, cuando Machado funda el periódico Un
Obrero de la Civilización, don Manuel forma parte de la plantilla de
redactores, entre los que se encontraban también el padre de Machado, don
Antonio Machado Núñez, Rector de la Universidad y reconocido naturalista.
Y
si durante los estudios de bachillerato tuvo la suerte de contar con profesores
de alto nivel intelectual, de no menos categoría fueron los que formaron el
claustro universitario hispalense, encargados de impartir, desde sus cátedras
respectivas, lecciones que eran consideradas magistrales. Entre ellos
sobresalieron don Manuel Laraña −nombre que aún figura rotulando una calle
sevillana−, más tarde rector Magnífico; don Francisco Palomo y don José Manuel
Millet.
Aquellos
años sirvieron a don Manuel de plataforma de lanzamiento al exterior para dar a
conocer su pensamiento, al tiempo que adquiría experiencia de cara a la gran
misión pedagógica y literaria que le aguardaba en un futuro próximo.
Por
lo pronto se ha rodeado de un círculo de amistades donde florecen talentos de
altura, cuyos nombres aún resuenan hoy: don Luis Montoto Rautsenstrauch, don
Rafael Álvarez Sánchez-Surga, don Francisco Rodríguez Marín, don Joaquín
Guichot y otros universitarios que se distinguirán por su amor a la cultura y
su defensa de la libertad y el derecho.
Uno
de los que más influirían entonces en el pensamiento de don Manuel sería el
profesor don Federico de Castro y Fernández, discípulo del máximo exponente en
España del krausismo, Julián Sanz del Río. No hicieron falta emplear muchos
razonamientos para hacerle beber en la fuente de aquel movimiento filosófico:
se hallaba preparado para aceptar plenamente las ideas del krausismo español,
manifestadas sobre todo en la Filosofía del Derecho y en la educación, porque
desde su infancia eran éstas las ideas que se respiraban en su casa; don José
era un decidido defensor de los ideales dignos del alto destino humano, y había
sembrado en el alma de su hijo Manuel unos conceptos de moralidad y ética muy
cercanos a este movimiento, que ahora darían su fruto y en abundancia.
El
23 de junio de 1866 obtiene el Bachiller en Filosofía y Letras. El tribunal lo
preside don Federico de Castro. Y en el siguiente curso, el 27 de junio de
1867, alcanza el mismo grado en Derecho Civil y Canónico En esta ocasión el
presidente del tribunal es don Manuel Laraña (2).
A
partir de entonces crece la actividad de don Manuel, y así por ejemplo, cuando
a impulso del padre de los Machado y de don Federico de Castro sale a la luz,
en 1869, la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias que
sería el exponente más claro del desarrollo sociocultural y científico de
Sevilla y España, durante el Sexenio Revolucionario por ser cauce de
inquietudes intelectuales de catedráticos, escritores y alumnos universitarios
(3), don Manuel sería uno de sus redactores y colaboradores. Ya en el primer
número aparecía un importante artículo suyo que se titulaba «Sobre el
Matrimonio Civil», considerado por él como una importantísima y primordial
institución de Derecho Civil, un trabajo donde, según el investigador
Pineda Novo, realiza, en cuatro apartados, un completo y científico estudio
analítico sobre dicha institución de Derecho Natural (4). La Revista
alcanzó un gran prestigio, toda vez que en ella aparecerían las firmas de
Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, García Blanco, Giner de los Ríos,
Sánchez-Surga, etc.
Manuel Poley en su juventud
Pero
aquel trajín no podía distraerlo del asunto principal: había terminado los
estudios universitarios y ahora debía conseguir la licenciatura y el doctorado
lo antes posible. Para lograrlo marcha a Madrid, donde prepara las tesis
respectivas. Al finalizar el curso presenta la tesina en la Universidad
Central. Era el 29 de mayo de 1869. Don Manuel tan sólo tiene veinte años, pero
su madurez y su preparación son tales que impresionan al tribunal. Ese mismo
día recibe el grado de Licenciado en Derecho Civil, obteniendo la calificación
de «sobresaliente».
El
brillante resultado lo anima a preparar la tesis doctoral en el tiempo récord
de las vacaciones veraniegas: una pretensión bastante atrevida con una buena
dosis de osadía, que además suponía un considerable y agotador esfuerzo. Pero
él estaba habituado a semejantes pruebas, pues desde su niñez había sido
educado en la responsabilidad y la disciplina. Al finalizar el verano todo lo
tenía dispuesto para presentar ante el tribunal la tesis doctoral que versaba
sobre el Concepto del Código como una de las formas de Derecho Positivo. Su
relación con las demás. Condiciones y elementos para la codificación.
En
los últimos días de septiembre emprende de nuevo viaje a Madrid y el 5 de octubre
del mismo año defiende su tesis ante el tribunal. Finalizado el ejercicio, don
Manuel −un jovenzuelo de veinte años− era revestido con el grado de Doctor en
Derecho Civil y Canónico (5).
Pletórico
de alegría, regresa a Sevilla, incorporándose de nuevo al círculo de amistades
próximas al krausismo, que siguen las directrices de don Federico de Castro.
Una
vez terminados sus estudios, necesariamente su vida ha de tomar otro rumbo. Lo
primero es buscar la forma más adecuada de ejercer la profesión que le permita
independizarse económicamente de su familia. Su padre, don José, con el escaso
sueldo de maestro, tenía que hacer frente aún a la instrucción de sus otros dos
hijos varones: Eugenio, que estudiaba Farmacia en Madrid, y Antonio, que
estudiaba Topografía.
Con
su inseparable amigo Antonio Machado consulta y proyecta su futuro. Y entre
planes, alguna que otra publicación en la Revista Mensual de Filosofía y
las consabidas y permanentes reuniones con aquel grupo de colegas de alto nivel
intelectual, transcurrió todo el año 1870.
El
9 de noviembre de 1871 se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla
con el número 827, y a los pocos días, juntamente con dos de sus más íntimos
amigos, abría un bufete de jurisprudencia en la calle Gravina, número 29. La
apertura de aquel despacho, debido a los letrados a cuyo frente estaban, fue
sonada, hasta el punto de aparecer la noticia en algunos periódicos, v.g. en La
Andalucía correspondiente al día 17 de noviembre de aquel año. Decía
textualmente:
Los
jurisconsultos don Rafael Álvarez Sánchez-Surga, don Manuel Poley y Poley y don
Antonio Machado y Álvarez han abierto un bufete de abogados en la calle
Gravina, número 29.
Don
Manuel también abrió bufete en Cádiz y en Villamartín y a él acudirán todos sus
paisanos para consultarle dudas y solventar problemas, atendiendo a las
demandas de unos y otros, y lo que es más significativo: infinidad de asuntos
serían resueltos sin exigencia de tasas ni emolumentos. (Me consta con certeza:
mi familia −y la suya−, que no era muy afín a sus ideas políticas y
filosóficas, sin embargo, elogiaba su desprendimiento y su proceder en este
sentido.) El mismo Ayuntamiento depositó en él toda su confianza, encargándole
gestionar cuestiones de importancia, que siempre resolvió con destreza y
sabiduría.
La
preparación científica de don Manuel, que le había permitido obtener el
doctorado a la corta edad de veinte años, era celebrada en toda Sevilla. Así se
explica que el renombrado Colegio de San Fernando (situado en la calle Rodrigo
Caro número uno, a dos pasos de la Catedral), cuyo director era el ingeniero y
catedrático de la Universidad don José de San-Martín y Falcón, invitara a don
Manuel a formar parte del claustro de profesores, compuesto por eminentes
catedráticos, y de la secretaría general del centro.
El
Colegio abarcaba: Primera y Segunda Enseñanzas, Academia de Derecho, Comercio y
Ramos de Adorno. A don Manuel le encomendaron las materias de Retórica y
Poética, Elementos de Derecho Natural y primero y segundo cursos de Derecho
Romano. (Don Antonio Machado impartiría Historia Universal y Economía Política).
Todo ello no era obstáculo para continuar publicando artículos de gran altura
intelectual en la prestigiosa Revista Mensual de Filosofía como el que apareció
el 25 de abril de 1872, titulado «El Derecho Positivo", y más adelante, «La
Regla de Derecho» (6). O la elegía, escrita conjuntamente con don Antonio
Machado con motivo de la muerte de su compañero don Rafael Álvarez
Sánchez-Surga, que más tarde aparecería en un libro que a título póstumo le
dedicaron el profesor don Federico de Castro y otros (7). También colaborará en
el periódico republicano La Juventud, formando parte de la plantilla de
redactores (8).
En
dicho centro permaneció don Manuel hasta el curso 1873 (9). Pero él,
jovencísimo aún −veinticinco años−, aspiraba a otras actividades docentes de
mayores vuelos. Para conseguir sus propósitos prepara las oposiciones a
cátedra, al objeto de optar a las plazas de Derecho Romano que se hallaban
vacantes en distintas Universidades. El 24 de marzo de 1873 presenta la
solicitud dirigida al presidente del tribunal de oposiciones, y ese mismo día
el rector de la Universidad de Sevilla, Antonio Machado, padre, envía toda la
documentación al rector de la Universidad de Madrid, donde tendrían lugar las
oposiciones, que serían para auxiliares de cátedras.
Los
ejercicios se llevaron a cabo entre los meses de mayo-junio. Los resultados
fueron los esperados: don Manuel salió victorioso de las pruebas, obteniendo el
número dos, por lo que podía solicitar plaza en la Universidad Central de
Madrid. Ya podemos calcular cómo celebrarían el triunfo su familia y sus
amigos.
Llegado
el nuevo curso 1873-74, a pesar de estar contratado en el Colegio San Fernando,
tuvo que renunciar, marchando a Madrid para tomar posesión el 2 de octubre como
auxiliar de la cátedra de Legislación Comparada en la Universidad Central (10).
Las
lecciones debieron ser magistrales, toda vez que en el siguiente curso acuden a
él, por decisión de la junta de profesores, cada vez que alguna aula quedaba
sin catedrático por diversos motivos, siendo don Manuel quien supliría a unos y
otros, sin que ello fuese óbice para continuar en la obtenida por oposición.
Efectivamente, en el transcurso de 1874 estuvo encargado de las cátedras Teoría
de los Procedimientos Judiciales y Prácticas Forenses: todo un éxito y una
demostración evidente de su privilegiada inteligencia (11).
Al
año siguiente −1876−, una serie de acontecimientos iban a dar origen a un
fenómeno transcendental para la historia de la cultura en nuestro país: la Institución
Libre de Enseñanza era fundada por un grupo de profesores liberales
encabezado por don Francisco Giner de los Ríos, natural de Ronda, contrarios
todos ellos, a la Institución Pública, que −decían− atentaba a la libertad de
cátedra, y que fueron depuestos de sus cargos por haber considerado humillante
para la dignidad de la ciencia el célebre decreto sobre enseñanza dictado por
el señor Orovio.
Se
fundaba la Institución en las ideas
liberales de la época y por hombres procedentes del krausismo, que había
impregnado de doctrinas librepensadoras, anticlericales y reformistas los
campos de la educación, causando un profundo impacto en la juventud
universitaria española. A su alrededor se agruparon las figuras más
prestigiosas del liberalismo desde Gamazo hasta Salmerón, de Alonso Martínez a
Gumersindo Azcárate, seguidos por don Jacinto Messía, don Segismundo Moret, don
Eugenio Montero Ríos, don Juan Antonio García Labiano, etc. y pasando por
católicos y arreligiosos. Sus principales innovaciones pedagógicas estribaban
en la coeducación, el racionalismo, la libertad de enseñanza, la supresión de
los exámenes memorísticos, etc., lo que se estimaba era la base de la formación
del hombre completo (12).
La
Institución era el arquetipo que don
Manuel había soñado para lograr la enseñanza ideal. Vio nacer en ella los
cimientos para educar a la juventud y encaminarla hacia nuevos horizontes que
diesen origen a una sociedad libre y justa. Y como, por otra parte, don Manuel,
con toda seguridad, sería uno de los varios profesores auxiliares que se vieron
obligados a abandonar la Central cuando fueron depuestos los más insignes y
preclaros catedráticos, aprovechó la ocasión que se le ofrecía en bandeja para
adherirse a la Institución, formando
parte de la sociedad y de sus cuadros enseñantes.
Efectivamente,
en el primer año en que la Institución
abre sus puertas de cara al curso 1876-1877 aparece don Manuel Poley como
profesor de Historia de España, asignatura que repetiría el curso siguiente, y
más tarde impartirá Derecho (13). Además, la biblioteca de la Institución se deberá, en buena parte, a
su esfuerzo (14).
El
primer aniversario de la Institución
se celebró con toda solemnidad con un discurso de Montero de los Ríos. Todo
eran aplausos y motivos de satisfacción. Además, en lo sucesivo, los profesores
quedaban incorporados a la Junta Facultativa, máximo órgano de dirección. A
ella, por tanto, pertenecería don Manuel, que, además de profesor, sería el
bibliotecario (15).
Pero
don Manuel, como es habitual en él, no se limita a la enseñanza; sus bríos,
juveniles aún, y su capacidad le permiten una mayor laboriosidad, y así, lo
vemos en 1877 traduciendo, juntamente con Jacinto Mesía, la obra del reputado
jurista M.F.C. de Savigny, titulada Sistema del Derecho Romano Actual (16).
Portada del célebre tratado de Derecho Romano Actual, de Savingny, vertido al castellano por J. Mesía y don Manuel Poley. Hasta nuestros días ha servido como tratado obligado de consulta para todas las cuestiones relacionadas con el Derecho. Este ejemplar dedicado a don José Romero, se conserva en la biblioteca de Fernando Romero.
A
los cinco años de su permanencia en Madrid, don Manuel recibe una alegre y
esperada noticia: su íntimo amigo Antonio Machado, acompañado de su familia, se
traslada a la capital. Demófilo
deseaba que sus hijos estudiaran en la Institución
porque, decía, no era sólo una escuela, sino un centro de carácter social y
político, en muchas cosas semejante a una orden religiosa, en la que un grupo
de científicos del siglo XIX trató de escuchar la creación de una nueva España
(17).
Con
Machado compartiría el pan y la vivienda en la calle Olivo, número 7, pagando
un modestísimo pupilaje. Los dos unidos, como anteriormente lo habían estado en
Sevilla, vivirían profundamente todos los avatares de la Institución, junto con aquella pléyade de hombres ilustres que allí
se formarían a través de los años. (Recordemos, además de los ya mencionados, a
Federico Rubio, José Echegaray, José Macpherson...Y entre los alumnos,
destacamos a uno, cuyo nombre aún resuena en la memoria de todo español: Julián
Besteiro). Pero, además de la Institución,
la casa de la calle Olivo sería el centro de la juventud estudiosa y
republicana. Allí se reunían, bajo la presidencia de Augusto González de
Linares, para leer y comentar obras tan magistrales como El Cosmos, de
Humboldt. El mismo don Francisco Giner y don Nicolás Salmerón acudieron en más
de una ocasión a estas reuniones semiclandestinas. Por cierto, que la
frecuencia con que se celebraban aquellos conciliábulos llegó a suscitar los
recelos de la policía, que más de una vez registró de noche la habitación en
que dormían Machado y Poley (18).
Demófilo se
dedicó por completo a su máxima ilusión de entonces: la edición de la Biblioteca
de las Tradiciones Populares, que se publicaría en seis tomos, y el Boletín
Folklórico Español, además de la creación de la Sociedad de El Folklore
Español (19). Don Manuel seguiría con sus magistrales clases, sus estudios,
artículos, traducciones y proyectos de futuro.
Ese
proyecto de futuro comprendía dos cosas fundamentales para su vida: conseguir
en propiedad una cátedra de Derecho y contraer matrimonio con alguna joven,
porque la vida en soledad, aunque acompañado por Machado y su familia,
resultaba un tanto árida. Él tenía grandes posibilidades para escoger, pues se
movía en un amplio y distinguido sector de la sociedad más ilustrada y allí
sería fácil encontrar a una persona que cubriera lo que le faltaba a su
corazón, pues la mente la tenía satisfecha hasta la saciedad.
Con
estas miras y estas exigencias tan necesarias en la vida de todo ser humano,
continuó su labor docente, sin abandonar su pueblo (siempre se consideró hijo
de Villamartín y así aparecía en la mayoría de los documentos), a donde viajaba
con frecuencia y pasaba temporadas, cuando se lo permitía su trabajo. En 1883,
el Ayuntamiento de Villamartín incluyó su nombre en una de las ternas para la
renovación de la Junta Local de Primera Enseñanza, siendo elegido, juntamente
con otros, para el periodo 1883-84. Aunque él no pudiera estar presente en
todas las reuniones, su designación daba prestigio a la Junta, al Ayuntamiento
y al pueblo.
Y
así transcurrirían bastante años hasta en que, en 1982, tras largos años de experimentada
labor educativa y contando con sobrados conocimientos, ganó por oposición la
cátedra de Derecho Mercantil en la Universidad Central, donde ejerció su
profesión con probidad y destacada docencia pedagógica (20).
Y
tan pronto alcanzó su primera meta, se dispone a conseguir la segunda. Pero, ¿a
dónde ir de modo que le resulte más fácil: a Madrid o a Sevilla? Y, ¿con quién
relacionarse, con aquella joven liberal y adinerada que conoció en la Institución, o con aquella otra señora
ilustrada que compartió con él las tareas docentes en la Universidad? Pues ni
lo uno ni lo otro. Él no había dejado de visitar con frecuencia su amado
pueblo, de quien, desde la lejanía de Madrid, continuó preocupándose. Allí vivía
no sólo su familia, sino también sus amistades, que no eran pocas: unas por
razón de su profesión de abogado; otras, porque en la casa paterna y en la de
sus hermanos y hermanas transitaban muchas personas, amigas de los unos y de
los otros. Entre ellas se encontraba una, muy amiga de la familia Poley: doña
María Pacheco Lobo, señora de mediana posición económica, pero de exquisita
educación, culta, de enorme simpatía, buen porte, relacionada con toda la alta
burguesía de Villamartín, amiga de continuos coloquios y tertulias en las que
siempre llevaba la «voz cantante», excelente organizadora de fiestas de
sociedad... A don Manuel siempre le había agradado aquella mujer que conocía desde
pequeño, y a doña María no se le escapaban muestras de afecto hacia él. A pesar
de que eran dos caracteres diferentes e incluso opuestos en muchas cosas, se
querían y de hecho llegaron a vivir felizmente su matrimonio porque lo que le
faltaba a uno le sobraba al otro, de manera que supieron complementarse
mutuamente, llegando a conseguir un equilibrio total (21).
Don
Manuel, con su cátedra de Derecho Mercantil obtenida en propiedad, se presentó
en Villamartín durante las vacaciones veraniegas de aquel año de 1892 y sin más
rodeo se acercó una tarde a doña María ofreciéndole su amor, que de momento se
vio correspondido por ella. Él tenía cuarenta y cinco años y ella cuarenta y
tres. Sin pérdida de tiempo, hablaron con las familias respectivas, quienes
aplaudieron la decisión, concertando el matrimonio para finales de año. Así, el
día 4 de diciembre de 1892 contraían matrimonio canónico en la parroquia de
Villamartín (22).
En
Madrid arrendaron una vivienda, pero allí permanecieron tan sólo un año,
regresando a la ciudad del Betis, tras renunciar a su cátedra. La vuelta se
debió a dos motivos: por un lado, su inseparable amigo Antonio Machado, que
había marchado a Puerto Rico en un intento de sacar del agobio financiero a
su familia, tuvo que volver a Sevilla gravemente enfermo, falleciendo el 4
de febrero de 1893 (23), y a don Manuel, sin él, no le apetecía continuar en
Madrid. Y por otro, a doña María, acostumbrada a la vida de sociedad de su
pueblo, no le agradaba permanecer en Madrid, donde resultaba difícil
relacionarse.
Se
establecieron, pues, en Sevilla en los años finales del siglo, pero también por
muy poco tiempo. Doña María deseaba vivir en Villamartín y no cedió hasta
establecerse allí definitivamente, habitando la casa, que previamente habían
comprado en la calle Álvarez Troya −actualmente El Santo−, número 24 (vivienda,
que, en la década de los cuarenta, fue de Socorrito Chacón).
Don
Manuel, que, sin llegar a ser político, vivió de cerca todas las vicisitudes
derivadas de los múltiples conflictos habidos en el país en la segunda mitad
del siglo, tomando parte activa en la transformación de la nueva sociedad desde
su profesión en la enseñanza, quiso ahora dar un paso más presentándose como
diputado provincial por el distrito de Arcos de la Frontera, obteniendo los
votos suficientes para ser elegido en 1898. Una vez tomada la posesión y debido
a su categoría profesional, lo nombraron vicepresidente de la Diputación
gaditana, cargo que él aprovechó para promocionar social y culturalmente a toda
la provincia.
Fueron
años para don Manuel de un ajetreo excesivo y fatigoso, teniendo que atender
los bufetes en Sevilla, Cádiz y Villamartín y, últimamente, la Diputación, que
era lo mismo que decir toda la provincia. No obstante, su matrimonio no sufrió
el más mínimo detrimento, todo lo contrario: ambos se encontraban pletóricos de
felicidad. Y doña María, encantada con poder frecuentar sus amistades y asistir
a todas las fiestas que durante el año se organizaban.
Sin
embargo, aquella existencia, que se preveía fuese duradera, toda vez que
ninguno de los dos superaba los cincuenta y cinco años, poco tiempo iba a
perdurar. En el mes de mayo de 1902, don Manuel comenzó a sufrir dolencias
gastrointestinales que le obligaron a suspender todas sus actividades.
Rápidamente se trasladaron a la casa de los padres de doña María, sita en la plazoleta
que da acceso a La Encrucijada, por un lado, y a la calle Ruiz-Cabal −actual Botica−,
por otro (donde años más tarde estaría Correos). A los pocos días aquellas
dolencias desembocaron en una enterocolitis aguda, provocándole la muerte a las
24 horas del domingo día 1 de junio.
El
fallecimiento se difundió por todo el pueblo y al instante la casa se inundó de
familiares y amigos, mientras que medio Villamartín se agolpaba en la puerta de
la vivienda: no en vano don Manuel había sido el paño de lágrimas de todos
cuantos lo necesitaron, dejando entre sus conciudadanos un halo de bondad y
honradez, propias de un hombre cabal, con profundo sentimiento humano (24).
De
momento, el Ayuntamiento convocó un pleno extraordinario presidido por el
alcalde accidental, don Antonio Doblas Roncero, quien ordenó dar lectura a un
manifiesto, suscrito por los concejales don Joaquín Carredano Gutiérrez y don
Alonso Gil Pérez, que decía:
Señores
Concejales: la muerte acaba de arrebatarnos á uno de nuestros convecinos más
ilustres por su sabiduría, honradez y laboriosidad. Al Cielo toca premiar las
virtudes de don Manuel Poley y Poley; a su atribulada familia derramar en
silencio lágrimas de justo dolor, y á este pueblo, representado por el
Municipio, que contó siempre con el leal concurso de su profesión y de su alto
prestigio, corresponde también honrar su memoria con actos que la perpetúen, si
no en la medida de sus nobles propósitos, al menos en la de sus escasas
fuerzas. Los que tienen el honor de exponer, abrigan la convicción de que el
duelo, que este inesperado fallecimiento deja, es general y público, y por ello
se permiten proponer al Ayuntamiento se sirva acordar lo siguiente:
1.°
Que quede consignado en la sesión que hoy se celebra, el profundo sentimiento
que la Corporación experimenta por la muerte de tan esclarecida persona.
2.°
Que se rotule con el nombre del finado una de las calles principales de esta
villa.
3.°
Que se celebren solemnes honras fúnebres al mes de la fecha del fallecimiento
del Sr. Poley costeadas del Erario municipal, y
4.°
Que se levante la presente sesión en señal de luto, poniendo lo acordado en
conocimiento de la Señora Viuda y hermanos del difunto, por si esta sincera
expresión de dolor pudiera servir de lenitivo a su pesar.
Y
el Ayuntamiento, participando de los mismos sentimientos de tristeza de los
dignos compañeros que firman la exposición, acordó unánimemente confirmar en
todas sus partes los puntos propuestos y que la calle denominada Martín
González (25) lleve el nombre de MANUEL POLEY dándose cuenta, de esta variación
al Sr. Registrador de la Propiedad del partido á los efectos consiguientes.
Con
lo que se dio por terminada esta sesión levantando la presente acta á sus
efectos y firman con S.S' de que certifico. Fdo.: Sebastián Garrido, Joaquín
Carredano, Ildefonso Gil, Justo Rodríguez, Fernando Romero, Juan Holgado,
Clemente Holgado, Joaquín Domínguez y José Vázquez (26).
Calle que, por decisión municipal de junio de 1902, se dedicó a don Manuel Poley, hoy La Encrucijada. La casa que aparece en primer lugar a la derecha sirvió de cuartel de los Carabineros, la siguiente pertenecía a Fernando el Herrador, y a continuación la de María Ramírez Caro, que tenía una tiendecita de comestibles. La primera de la izquierda corresponde a la de Pepe Jarava Rollán, luego la de José García Chaquetacorta, le sigue la del zapatero Manuel Rodríguez, y después la de Pepe Chacón. (Foto archivo Antonio Mesa).
Al día siguiente tuvo lugar el entierro, muy distinto del celebrado nueve años antes con motivo de la muerte de su mejor amigo, Antonio Machado y Álvarez, que, según las crónicas, se celebró ante la indiferencia de Sevilla, pasando inadvertido incluso a la oficialidad, tan vinculada a su padre y a la misma prensa, que no le dedicó ni el más mínimo artículo necrológico (27). Por el contrario, el entierro de don Manuel fue un acto impresionante de dolor, al tiempo que un cortejo fúnebre un tanto espectacular, digno de un príncipe o augusta persona: lo merecía sobradamente. En un artículo aparecido en el diario sevillano independiente El Porvenir del 6 de junio, firmado por José M. Mena, se relata con minuciosidad aquel sobrecogedor entierro que conmovió a todo el pueblo. Lo transcribo a continuación. Dice así:
A
las tres menos veinte de la tarde del 1° del actual (fue realmente a las 24
horas) dejó de existir de rápida y cruel enfermedad el que en vida fue don
Manuel Poley y Poley, experto y hábil abogado, diputado por el distrito de
Arcos y ex vicepresidente de la comisión provincial.
Su
fallecimiento ha sido sentidísimo no sólo en Villamartín de donde era natural
(28) y donde residía, sino también en los pueblos comarcanos; así como en
aquellos que tuvieron noticia de tan irremediable pérdida; simpatías y afectos
que el finado supo granjearse con su talento y espíritu caritativo; él no tenía
enemigos, todos hablaban de él con respeto y más que con respeto, con verdadero
cariño, hijo todo esto de la grandeza de su alma y nobleza de su corazón.
Los
Ilustres Colegios de Abogados de Sevilla y Cádiz y el Partido Liberal en la
Provincia han perdido una de sus principales personalidades; en su familia, el
ser más querido, y en sus amigos, el más respetable de ellos, dejando en todos
ellos un vacío difícil de llenar.
Entre
las comisiones de los diferentes pueblos que llegaron para asistir al sepelio,
concurrieron las de Arcos, compuesta por el alcalde, don José Gómez Gil;
diputado provincial, don Cándido Prieto; juez de instrucción, don Enrique
Rodríguez Lafín y procurador don Antonio Benítez.
De
Bornos: alcalde, don Adolfo Ruíz Cano; don José Girón; don José Burgos; don
Enrique Troncoso; juez municipal, don Andrés María Cano; secretario del
Ayuntamiento, don Juan González y del comité liberal, don Lorenzo Reyes Méndez.
De
Puerto Serrano: alcalde, don Félix Sotomayor y el juez municipal cuyo nombre
sentimos no recordar.
Como
particulares y amigos del finado llegaron para dicho acto los señores don
Andrés Guirola (de Algodonales), don Antonio Jiménez Llena, primer teniente de
la Guardia Civil, don Ramón Aceytuno, y el que estas líneas suscribe.
A
las cuatro y media de ayer se puso en marcha el fúnebre cortejo en la forma
siguiente: Clero parroquial, con cruz alzada; a continuación, el severo
féretro, llevado a mano por, sirvientes y colonos del finado, al que acompañaba
una sección de ancianos con hachones encendidos.
Las
cintas eran llevadas por los amigos de la familia don Antonio Medina, don
Nicolás Jarava, los abogados don Enrique Rodríguez Lafín, don Juan Fructuoso, don
Juan de los Ríos y don Francisco Romero Morales; el diputado provincial don
Cándido Prieto y Notario de Villamartín don Francisco Herrera. A éstos seguía
un numeroso acompañamiento, en el que figuraban todas las clases sociales,
tanto de Villamartín como de los pueblos cercanos. Formaban después el duelo
los señores don Francisco y don Antonio Bernal, don Antonio Benítez, don José
Troya, don Antonio Jiménez Medina, don Francisco Armario galante, secretario
particular del ilustre finado; sacerdote don Manuel Pavón Pacheco (sobrino
carnal de la viuda), y cuya presidencia ocupaba don Pedro Aguilar García,
hermano político del finado, llevando a su derecha a don Joaquín Carredano,
alcalde accidental de Villamartín, don Adolfo Ruiz Cano, alcalde de Bornos, y don
Matías Pangunsión y Poley; y a la izquierda don José Gómez Gil, alcalde de
Arcos, don Félix Sotomayor, alcalde de Puerto Serrano y don José Pangunsión
Poley.
En
esta forma se siguió hasta el cementerio católico de la Villa, donde recibió
cristiana sepultura, volviendo a la casa mortuoria, donde fue despedido el
duelo por los hermanos del finado.
A
éstos, como a su desconsolada viuda, enviamos pésame por tan sensible
desgracia.
José
M. Mena. Bornos 3-6-1902
La
rapidez del desenlace impidió la asistencia de representantes del mundo de las
letras y la ciencia. No tuvieron noticia del fallecimiento porque el
Ayuntamiento tan sólo pudo avisar a las personalidades más cercanas.
(Comentarios familiares).
Aquel
entierro fue toda una manifestación de lo que era y había representado para
Villamartín y para la provincia de Cádiz la persona de don Manuel Poley, sobre
todo en los últimos años de su vida.
Don Antonio Poley Y Poley, jefe de estadística de la provincia de Cádiz, autor del libro Cádiz y su Provincia y el primero que investigó y publicó todo el desarrollo del Pleito de Matrera. (Foto cedida.)
No
quiero terminar esta biografía sin un recuerdo hacia el hermano de don Manuel, don
Antonio Poley y Poley. Fue jefe provincial de Estadística e insigne topógrafo.
Falleció en Sevilla el 8 de abril de 1923. (En colegios y oficinas diversas de
Cádiz, Jerez, Sevilla y Villamartín se conserva un mapa de la provincia
gaditana trazado por él, así como un Plano de Sevilla y sus afueras. Nomenclátor
de las calles, plazas, paseos y barreduelas de Sevilla con expresión de la
cuadrícula donde se hallan en el plano y las divisiones por parroquias,
juzgados y distritos municipales y benéficos, editado por las Escuelas
Profesionales de Artes y Oficios en 1910, y consta de 47 páginas y de un plano
plegable de 14 cros.)
Pero su obra principal fue, sin lugar a dudas, la historia que publicó de todos los pueblos de la provincia de Cádiz, dedicando un largo apéndice a Villamartín y a su renombrado pleito. Con toda seguridad, era la primera publicación que se hacía sobre Villamartín y, posiblemente, de la mayoría de los pueblos de la provincia. Ha servido hasta nuestros días de base a cuantos trabajos de investigación se han llevado a cabo sobre los pueblos gaditanos.
El exhaustivo trabajo de 341 páginas se titula Cádiz y su Provincia - Descripción Geográfica y Estadística Ilustrada con mapas por Antonio Poley y Poley. Precedida de un Prólogo de Siro García del Mazo. Está impreso en los talleres tipográficos de E. López y Compañía, Sevilla, 1901. En la primera página aparece una dedicatoria que dice: «A mi querido hermano Manuel, como testimonio sincero, aunque humilde, de acendrado cariño. El Autor».
Nota.-
Cuando se inauguró en Villamartín el Colegio Libre Adoptado, que más tarde pasó
a ser Instituto de Segunda Enseñanza, el pueblo debería haber exigido tanto al
Ayuntamiento, como al Ministerio de Educación, que el Centro se denominara «Manuel
y Antonio Poley y Poley». Era un deber de justicia a la vez que hubiese
resultado un honor para Villamartín.
Mapa de la provincia de Cádiz trazado por don Antonio Poley y Poley, hermano de don Manuel. Ejemplar que se encuentra en el colegio Ntra. Sra. de Las Montañas. Fragmento del mapa. Don Antonio escribió uno de los mejores trabajos que se han publicado sobre la provincia de Cádiz, titulado Cádiz y su Provincia.
(1).
Certificado que se conserva en el Archivo General de la Administración Civil
del Estado, Alcalá de Henares.
(2).
Certificados de la Universidad Literaria de Sevilla. Facultad de Filosofía y
Letras, y de la de Derecho Civil y Canónico, respectivamente.
(3).
Pineda Novo, Daniel: Antonio Machado y Álvarez Demófilo, pág. 35,
Madrid, 1991.
(4).
Pineda Novo, Daniel: «Don Manuel Poley y Poley», Libro de Feria, 1994,
págs. sin numerar.
(5).
Certificados que se conservan en el citado Archivo de la Administración, Alcalá
de Henares.
(6).
Tomos IV-V, págs. 24, 49, 282 y 301.
(7).
Pineda Novo, Daniel. Artículo citado En él se inserta dicha elegía.
(8).
Ibídem. Dice el autor en su artículo citado que no le ha sido posible localizar
un solo ejemplar de este periódico, que reseña Manuel Chaves en su Historia
y Biografía de la Prensa Sevillana.
(9).
Durante los tres cursos que abarcan los años 1871 a 1874, de 517 alumnos,
aprobaron una media de 514, y 50 obtuvieron premio en las oposiciones públicas
del Instituto Provincial. Hoja propagandística que incluye reglamento, cuadro
de profesores, alumnos aventajados. etc. Archivo General citado.
(10).
Archivo General citado.
(11).
Certificado expedido por el secretario general de la Universidad Central, don
Fernando Mellado, el 15 de diciembre de 1875. Archivo citado.
(12).
Para conocer todo lo referente a esta Institución, ver La Institución Libre
de Enseñanza y su Ambiente, escrita en cuatro tomos por don Antonio
Jiménez-Landi, Madrid, 1996.
(13).
Ibídem, págs. 121-122 y 163, tomo II.
(14).
Ibídem, pág. 163.
(15).
Ibídem, pág. 185.
(16).
Esta obra, escrita en seis tomos, se puede consultar en la Biblioteca de la
Facultad de Derecho de Sevilla. Fue publicada en Madrid en 1879. Ha servido de
consulta para profesores, letrados y alumnos hasta el día de hoy.
(17).
Citado por Daniel Novoa: Antonio Machado y Álvarez, Vida y Obra del primer
flamencólogo español, pág. 171. Madrid, 1991.
(18).
Citado por Sendras (Fotocopia de un libro que me entregó Pepe Bernal, donde no
se menciona el título, que buscamos con interés).
(19).
Pineda Novo, op. cit., pág. 177 y ss.
(20).
Pineda Novo, Libro de Feria, 1994.
(21).
Son relatos oídos en mi casa, sobre todo a mi familia materna. doña María era
hermana de mi bisabuela Leonor, que casó con Salvador Pavón, de cuyo matrimonio
nacieron dos hijos y tres hijas, una de las cuales, Consuelo Pavón Pacheco, es
mi abuela materna. En la casa de doña María, centro de continuos encuentros de
juventud, amenizados con música y meriendas exquisitas que ella misma
preparaba, se fraguaron matrimonios, se arreglaron noviazgos, se limaban
asperezas, se organizaban diversiones y se tocaba el piano. A tal fin compró un
Piazza (pasó a ser propiedad de Paca Rodríguez y en distintas ocasiones lo tocó
mi madre y quien esto escribe) y contrató al eminente músico de la localidad,
Antonio Fuentes Víbora, para que impartiera lecciones de piano a sus sobrinas y
amistades −una de ellas, mi madre−. Por cierto, aquel continuo martillear de
los mazos sobre las cuerdas, aquejaban de dolores de cabeza al primer marido de
Luisa Domínguez −Antonio Fernández Mariscal−, vecino de doña María, quien se
asomaba a la puerta de la calle con las manos sobre el cráneo profiriendo a voz
en grito: «Estoy de las niñas de doña. María Pacheco hasta la punta de la
coronilla». Famosas fueron las comparsas carnavalescas que allí se organizaban
y, sobre todo, los pregones que desde el balcón de la casa de doña María, en la
calle el Santo, pronunciaba, el no menos célebre, Curro Delgado, haciendo reír
a carcajadas a los concurrentes porque ponía en ridículo a medio pueblo.
(22).
Libro 15 de Matrimonios, folio 83.
(23).
Pineda Novo, Antonio Machado..., pág.321 y 324.
(24).
Pineda Novo, Libro de Feria citado
(25).
Uno de los firmantes de la Carta Puebla.
(26).
Acta Capitular del 2 de junio de 1902.
(27).
Pineda Novo, Antonio Machado..., pág. 327.
(28).
Siempre y en todas partes fue considerado hijo de Villamartín; allí tenía su
familia, allí pasaba sus vacaciones, allí contrajo matrimonio, tenía su casa y
allí murió.
© del
texto, Antonio Mesa Jarén, Pbro.
© de
las imágenes, lo mencionado en los pies de foto.
© de
la publicación impresa, Hijos ilustres y personas relevantes en la historia
de la muy noble y muy leal villa de Villamartín. Ayuntamiento de
Villamartín, 1999.
© de la publicación on line «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».