viernes, 18 de octubre de 2024

Don Manuel Poley Poley (1848-1902)

Por Antonio Mesa Jarén

Don Manuel Poley y Poley, doctor en Derecho civil y Canónico, Licenciado en Filosofía y Letras, catedrático de la Universidad Central de Madrid y profesor de la Institución Libre de Enseñanza en Madrid. Vicepresidente de la Diputación Provincial de Cádiz en los últimos años del s. XIX. Protector de todos los hijos de Villamartín que a él acudieron.

El apellido «Poley» es otro de los muchos que en Villamartín exigen respeto y reverencia; baste recordar que una calle −La Encrucijada− lo ostentó desde 1902 hasta hace unos años. Los más diversos y antagónicos regímenes políticos respetaron el nombre de dicha calle: desde la Monarquía hasta la República, desde la Dictadura primorriverista hasta el Frente Popular, desde los más conservadores hasta los más revolucionarios; durante la paz y durante la guerra, más aún, cuando a raíz de la guerra civil el Ayuntamiento cambió los nombres de algunas calles para sustituirlos por los de aquellos ultraderechistas que se alzaron contra la República y que más tarde ganaron la contienda, tan opuestos todos ellos a la ideología y a la figura de la persona que vamos a biografiar, ninguno tuvo la osadía de suprimirlo del nomenclátor callejero.

La razón era que la calle fue dedicada a un alto personaje del saber, de la cultura, de la enseñanza, de la educación, del Derecho y del pensamiento filosófico: don Manuel Poley y Poley, que, aunque nacido circunstancialmente en Prado del Rey, porque su padre ejercía allí el magisterio, vivió, contrajo matrimonio y murió en Villamartín.

Quienes lo conocieron, cuando evocaban su memoria, se descubrían en señal de admiración hacia una persona que infundió respeto en todos los ámbitos, círculos y lugares que frecuentaba, hasta el punto de que todos se levantaban de sus lugares de asiento cuando él hacía acto de presencia, bien fuese en una reunión de intelectuales o simplemente, en un bar o casino. Recuerdo haber escuchado en mi casa (estaba casado con una hermana de mi bisabuela materna, Leonor Pacheco Lobo), cómo, al llegar a Villamartín para disfrutar de las vacaciones, de momento corría la noticia de su llegada: «Está aquí don Manuel, «Acaba de venir don Manuel… Y cuando por las tardes paseaba por la plaza, los hombres se quitaban el sombrero o se levantaban para saludarlo. Era un honor hablar, mantener una conversación o compartir con él un rato.

Ese respeto era debido a tres cosas: su gran personalidad, su preparación científica y su solicitud por las causas de todos aquellos que a él acudieron en demanda de protección o consejo cuando algún litigio o contienda los envolvían, sobre todo los que, careciendo de medios económicos, no podían recurrir a un letrado o mediador. Fue el paño de lágrimas de infinidad de familias de Villamartín, que lo mismo apelaban a él cuando se encontraba en el pueblo, en Sevilla o cuando se hallaba impartiendo clases en Madrid. Estas cualidades eran fruto, por un lado, de la educación recibida en su infancia y por otro, de su carácter serio y su permanente dedicación al estudio y a la investigación.

Su padre −don José Poley Sosa, maestro nacional, que estaba casado con Doña Rosario Poley Aguilar− obtuvo por oposición una escuela en Prado del Rey. Allí nació don Manuel el 13 de noviembre de 1848. (Su hermano don Antonio nacería en Villamartín, cuando sus padres se trasladaron a él).

Don José −su padre− era un señor de ideas liberales y altruistas, amigo de lecturas filosóficas cercanas al krausismo, y las socializantes de Owen, Saint-Simon, Proudhon, Fourier y otros, consecuencia lógica del maestro de escuela de aquellos años, que quedaba a mitad de camino entre dos clases de la sociedad, porque no es un proletario ni un burgués, y tampoco un ignorante sin título académico, pero no llega a la altura de un catedrático. Además, se ve obligado a vivir con un sueldo insuficiente, y por lo mismo, abocado a humillaciones o a íntimas y amargas rebeldías. Y en esa situación, medio proletario y medio burgués, medio intelectual y medio hambriento, es donde las ideas igualitarias y los impulsos de rebelión encuentran un ambiente incondicional para el proselitismo, porque estas personas pertenecen al estrato social donde se cultivan los resentimientos por un lado y las frustraciones, por otro.

Fotografía de Manuel y Antonio Poley Poley.

Esas doctrinas y creencias de don José influyeron notablemente en la educación de sus hijos varones Manuel y Antonio, no tanto en la de las hembras −extraordinarias bordadoras−, cuyas vidas discurrieron por los cauces «normales» de la mujer de entonces.

Con su padre estudió don Manuel las primeras letras y aprendió a comportarse en consonancia con los tiempos que se avecinaban, envueltos entre revoluciones ideológicas y sociales que darían origen a nuevas ideas, métodos y sistemas políticos.

Cuando cumplió los trece años, notando don José la inquietud y capacidad de su hijo Manuel, lo mandó a estudiar bachillerato al Instituto de Segunda Enseñanza de Sevilla. Allí tuvo excelentes profesores que se encargaron de lograr que aquel muchacho listo y estudioso llegara a obtener una formación recia y profunda, sobre todo en los estudios humanísticos, que son los que, en definitiva, moldean y hacen a la persona.

Es increíble que a tan corta edad estuviera capacitado para el aprendizaje de materias que requerían un alto grado de inteligencia y un considerable esfuerzo, con una tenacidad rayana en el paroxismo. Podemos demostrar lo que decimos mediante la lectura del certificado que expide el entonces secretario general de la Universidad Literaria de Sevilla. Vamos a leerlo:

Don Diego Pérez Martín, Secretario general de esta Universidad Literaria.

Certifico: que don Manuel Poley y Poley (..) practicó en el Instituto de segunda enseñanza de esta capital de Sevilla en los días veinte y seis y veinte y siete de junio de mil ochocientos sesenta y dos (13 años) los tres ejercicios señalados por la ley para recibir el grado de Bachiller en Artes y mereció la calificación de Sobresaliente (..); y que en esta Universidad tiene hechos los estudios siguientes: de mil ochocientos sesenta y dos á sesenta y tres (14 años) aprobó las asignaturas de Literatura Latina, Geografía é Historia universal con la censura de Notablemente aprovechado en la primera y de Sobresaliente en la segunda y tercera; del sesenta y tres al sesenta y cuatro (15 años) cursó y aprobó las de Metafísica, Economía política y Estadística y primer curso de Derecho Romano, con la nota de Sobresaliente; del sesenta y cuatro al sesenta y cinco (16 años) aprobó las de segundo curso de Derecho romano y Prosistas griegos, con la calificación de Sobresaliente; del sesenta y cinco al sesenta y seis (17 años) cursó las de Literatura española, Literatura clásica é Historia y elementos del Derecho civil común y foral de España con la censura de sobresaliente. Se graduó de Bachiller en la Facultad de Filosofía y Letras el veinte y cinco de junio de mil ochocientos sesenta y seis (17 años) y mereció la calificación de Sobresaliente. En el año académico de sesenta y seis á siete (18 años) cursó y aprobó las asignaturas de Derecho Mercantil y penal, Derecho Canónico y Derecho Político y Administrativo con la censura de Sobresaliente, y en veinte y siete de junio del sesenta y siete se graduó de Bachiller en la Facultad de Derecho, sección de Derecho Civil con la censura de Sobresaliente.

Así resulta de los antecedentes que obran en esta Secretaría general de mi cargo á que me remito. Y para que conste donde convenga al interesado expido á su instancia la presente con el V° B° del Sr. Rector y Sello de esta Universidad Literaria en Sevilla a veinte y uno de marzo de mil ochocientos setenta. Diego Perez Martín = rubricado.  V° B° El Rector -Fdo. Machado (1).

Aquella capacidad, que yo me atrevo a denominar «la masa encefálica» (era la definición que Indalecio Prieto daba de Ortega y Gasset), permitió a don Manuel estudiar conjuntamente dos carreras: la de Derecho, que acabo de mencionar, y la de Filosofía y Letras, en cuyas aulas encontraría a quien de aquí en adelante había de ser su más íntimo e inseparable amigo: Antonio Machado Álvarez, Demófilo. Con él compartió inquietudes, trabajos, proyectos, tiempo y estudio. Las vidas de ambos marcharon casi en paralelo. Y así, cuando Machado funda el periódico Un Obrero de la Civilización, don Manuel forma parte de la plantilla de redactores, entre los que se encontraban también el padre de Machado, don Antonio Machado Núñez, Rector de la Universidad y reconocido naturalista.

Y si durante los estudios de bachillerato tuvo la suerte de contar con profesores de alto nivel intelectual, de no menos categoría fueron los que formaron el claustro universitario hispalense, encargados de impartir, desde sus cátedras respectivas, lecciones que eran consideradas magistrales. Entre ellos sobresalieron don Manuel Laraña −nombre que aún figura rotulando una calle sevillana−, más tarde rector Magnífico; don Francisco Palomo y don José Manuel Millet.

Aquellos años sirvieron a don Manuel de plataforma de lanzamiento al exterior para dar a conocer su pensamiento, al tiempo que adquiría experiencia de cara a la gran misión pedagógica y literaria que le aguardaba en un futuro próximo.

Por lo pronto se ha rodeado de un círculo de amistades donde florecen talentos de altura, cuyos nombres aún resuenan hoy: don Luis Montoto Rautsenstrauch, don Rafael Álvarez Sánchez-Surga, don Francisco Rodríguez Marín, don Joaquín Guichot y otros universitarios que se distinguirán por su amor a la cultura y su defensa de la libertad y el derecho.

Uno de los que más influirían entonces en el pensamiento de don Manuel sería el profesor don Federico de Castro y Fernández, discípulo del máximo exponente en España del krausismo, Julián Sanz del Río. No hicieron falta emplear muchos razonamientos para hacerle beber en la fuente de aquel movimiento filosófico: se hallaba preparado para aceptar plenamente las ideas del krausismo español, manifestadas sobre todo en la Filosofía del Derecho y en la educación, porque desde su infancia eran éstas las ideas que se respiraban en su casa; don José era un decidido defensor de los ideales dignos del alto destino humano, y había sembrado en el alma de su hijo Manuel unos conceptos de moralidad y ética muy cercanos a este movimiento, que ahora darían su fruto y en abundancia.

El 23 de junio de 1866 obtiene el Bachiller en Filosofía y Letras. El tribunal lo preside don Federico de Castro. Y en el siguiente curso, el 27 de junio de 1867, alcanza el mismo grado en Derecho Civil y Canónico En esta ocasión el presidente del tribunal es don Manuel Laraña (2).

A partir de entonces crece la actividad de don Manuel, y así por ejemplo, cuando a impulso del padre de los Machado y de don Federico de Castro sale a la luz, en 1869, la Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias que sería el exponente más claro del desarrollo sociocultural y científico de Sevilla y España, durante el Sexenio Revolucionario por ser cauce de inquietudes intelectuales de catedráticos, escritores y alumnos universitarios (3), don Manuel sería uno de sus redactores y colaboradores. Ya en el primer número aparecía un importante artículo suyo que se titulaba «Sobre el Matrimonio Civil», considerado por él como una importantísima y primordial institución de Derecho Civil, un trabajo donde, según el investigador Pineda Novo, realiza, en cuatro apartados, un completo y científico estudio analítico sobre dicha institución de Derecho Natural (4). La Revista alcanzó un gran prestigio, toda vez que en ella aparecerían las firmas de Julián Sanz del Río, Nicolás Salmerón, García Blanco, Giner de los Ríos, Sánchez-Surga, etc.

Manuel Poley en su juventud

Pero aquel trajín no podía distraerlo del asunto principal: había terminado los estudios universitarios y ahora debía conseguir la licenciatura y el doctorado lo antes posible. Para lograrlo marcha a Madrid, donde prepara las tesis respectivas. Al finalizar el curso presenta la tesina en la Universidad Central. Era el 29 de mayo de 1869. Don Manuel tan sólo tiene veinte años, pero su madurez y su preparación son tales que impresionan al tribunal. Ese mismo día recibe el grado de Licenciado en Derecho Civil, obteniendo la calificación de «sobresaliente».

El brillante resultado lo anima a preparar la tesis doctoral en el tiempo récord de las vacaciones veraniegas: una pretensión bastante atrevida con una buena dosis de osadía, que además suponía un considerable y agotador esfuerzo. Pero él estaba habituado a semejantes pruebas, pues desde su niñez había sido educado en la responsabilidad y la disciplina. Al finalizar el verano todo lo tenía dispuesto para presentar ante el tribunal la tesis doctoral que versaba sobre el Concepto del Código como una de las formas de Derecho Positivo. Su relación con las demás. Condiciones y elementos para la codificación.

En los últimos días de septiembre emprende de nuevo viaje a Madrid y el 5 de octubre del mismo año defiende su tesis ante el tribunal. Finalizado el ejercicio, don Manuel −un jovenzuelo de veinte años− era revestido con el grado de Doctor en Derecho Civil y Canónico (5).

Pletórico de alegría, regresa a Sevilla, incorporándose de nuevo al círculo de amistades próximas al krausismo, que siguen las directrices de don Federico de Castro.

Una vez terminados sus estudios, necesariamente su vida ha de tomar otro rumbo. Lo primero es buscar la forma más adecuada de ejercer la profesión que le permita independizarse económicamente de su familia. Su padre, don José, con el escaso sueldo de maestro, tenía que hacer frente aún a la instrucción de sus otros dos hijos varones: Eugenio, que estudiaba Farmacia en Madrid, y Antonio, que estudiaba Topografía.

Con su inseparable amigo Antonio Machado consulta y proyecta su futuro. Y entre planes, alguna que otra publicación en la Revista Mensual de Filosofía y las consabidas y permanentes reuniones con aquel grupo de colegas de alto nivel intelectual, transcurrió todo el año 1870.

El 9 de noviembre de 1871 se inscribe en el Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla con el número 827, y a los pocos días, juntamente con dos de sus más íntimos amigos, abría un bufete de jurisprudencia en la calle Gravina, número 29. La apertura de aquel despacho, debido a los letrados a cuyo frente estaban, fue sonada, hasta el punto de aparecer la noticia en algunos periódicos, v.g. en La Andalucía correspondiente al día 17 de noviembre de aquel año. Decía textualmente:

Los jurisconsultos don Rafael Álvarez Sánchez-Surga, don Manuel Poley y Poley y don Antonio Machado y Álvarez han abierto un bufete de abogados en la calle Gravina, número 29.

Don Manuel también abrió bufete en Cádiz y en Villamartín y a él acudirán todos sus paisanos para consultarle dudas y solventar problemas, atendiendo a las demandas de unos y otros, y lo que es más significativo: infinidad de asuntos serían resueltos sin exigencia de tasas ni emolumentos. (Me consta con certeza: mi familia −y la suya−, que no era muy afín a sus ideas políticas y filosóficas, sin embargo, elogiaba su desprendimiento y su proceder en este sentido.) El mismo Ayuntamiento depositó en él toda su confianza, encargándole gestionar cuestiones de importancia, que siempre resolvió con destreza y sabiduría.

La preparación científica de don Manuel, que le había permitido obtener el doctorado a la corta edad de veinte años, era celebrada en toda Sevilla. Así se explica que el renombrado Colegio de San Fernando (situado en la calle Rodrigo Caro número uno, a dos pasos de la Catedral), cuyo director era el ingeniero y catedrático de la Universidad don José de San-Martín y Falcón, invitara a don Manuel a formar parte del claustro de profesores, compuesto por eminentes catedráticos, y de la secretaría general del centro.

El Colegio abarcaba: Primera y Segunda Enseñanzas, Academia de Derecho, Comercio y Ramos de Adorno. A don Manuel le encomendaron las materias de Retórica y Poética, Elementos de Derecho Natural y primero y segundo cursos de Derecho Romano. (Don Antonio Machado impartiría Historia Universal y Economía Política). Todo ello no era obstáculo para continuar publicando artículos de gran altura intelectual en la prestigiosa Revista Mensual de Filosofía como el que apareció el 25 de abril de 1872, titulado «El Derecho Positivo", y más adelante, «La Regla de Derecho» (6). O la elegía, escrita conjuntamente con don Antonio Machado con motivo de la muerte de su compañero don Rafael Álvarez Sánchez-Surga, que más tarde aparecería en un libro que a título póstumo le dedicaron el profesor don Federico de Castro y otros (7). También colaborará en el periódico republicano La Juventud, formando parte de la plantilla de redactores (8).

En dicho centro permaneció don Manuel hasta el curso 1873 (9). Pero él, jovencísimo aún −veinticinco años−, aspiraba a otras actividades docentes de mayores vuelos. Para conseguir sus propósitos prepara las oposiciones a cátedra, al objeto de optar a las plazas de Derecho Romano que se hallaban vacantes en distintas Universidades. El 24 de marzo de 1873 presenta la solicitud dirigida al presidente del tribunal de oposiciones, y ese mismo día el rector de la Universidad de Sevilla, Antonio Machado, padre, envía toda la documentación al rector de la Universidad de Madrid, donde tendrían lugar las oposiciones, que serían para auxiliares de cátedras.

Los ejercicios se llevaron a cabo entre los meses de mayo-junio. Los resultados fueron los esperados: don Manuel salió victorioso de las pruebas, obteniendo el número dos, por lo que podía solicitar plaza en la Universidad Central de Madrid. Ya podemos calcular cómo celebrarían el triunfo su familia y sus amigos.

Llegado el nuevo curso 1873-74, a pesar de estar contratado en el Colegio San Fernando, tuvo que renunciar, marchando a Madrid para tomar posesión el 2 de octubre como auxiliar de la cátedra de Legislación Comparada en la Universidad Central (10).

Las lecciones debieron ser magistrales, toda vez que en el siguiente curso acuden a él, por decisión de la junta de profesores, cada vez que alguna aula quedaba sin catedrático por diversos motivos, siendo don Manuel quien supliría a unos y otros, sin que ello fuese óbice para continuar en la obtenida por oposición. Efectivamente, en el transcurso de 1874 estuvo encargado de las cátedras Teoría de los Procedimientos Judiciales y Prácticas Forenses: todo un éxito y una demostración evidente de su privilegiada inteligencia (11).

Al año siguiente −1876−, una serie de acontecimientos iban a dar origen a un fenómeno transcendental para la historia de la cultura en nuestro país: la Institución Libre de Enseñanza era fundada por un grupo de profesores liberales encabezado por don Francisco Giner de los Ríos, natural de Ronda, contrarios todos ellos, a la Institución Pública, que −decían− atentaba a la libertad de cátedra, y que fueron depuestos de sus cargos por haber considerado humillante para la dignidad de la ciencia el célebre decreto sobre enseñanza dictado por el señor Orovio.

Se fundaba la Institución en las ideas liberales de la época y por hombres procedentes del krausismo, que había impregnado de doctrinas librepensadoras, anticlericales y reformistas los campos de la educación, causando un profundo impacto en la juventud universitaria española. A su alrededor se agruparon las figuras más prestigiosas del liberalismo desde Gamazo hasta Salmerón, de Alonso Martínez a Gumersindo Azcárate, seguidos por don Jacinto Messía, don Segismundo Moret, don Eugenio Montero Ríos, don Juan Antonio García Labiano, etc. y pasando por católicos y arreligiosos. Sus principales innovaciones pedagógicas estribaban en la coeducación, el racionalismo, la libertad de enseñanza, la supresión de los exámenes memorísticos, etc., lo que se estimaba era la base de la formación del hombre completo (12).

La Institución era el arquetipo que don Manuel había soñado para lograr la enseñanza ideal. Vio nacer en ella los cimientos para educar a la juventud y encaminarla hacia nuevos horizontes que diesen origen a una sociedad libre y justa. Y como, por otra parte, don Manuel, con toda seguridad, sería uno de los varios profesores auxiliares que se vieron obligados a abandonar la Central cuando fueron depuestos los más insignes y preclaros catedráticos, aprovechó la ocasión que se le ofrecía en bandeja para adherirse a la Institución, formando parte de la sociedad y de sus cuadros enseñantes.

Efectivamente, en el primer año en que la Institución abre sus puertas de cara al curso 1876-1877 aparece don Manuel Poley como profesor de Historia de España, asignatura que repetiría el curso siguiente, y más tarde impartirá Derecho (13). Además, la biblioteca de la Institución se deberá, en buena parte, a su esfuerzo (14).

El primer aniversario de la Institución se celebró con toda solemnidad con un discurso de Montero de los Ríos. Todo eran aplausos y motivos de satisfacción. Además, en lo sucesivo, los profesores quedaban incorporados a la Junta Facultativa, máximo órgano de dirección. A ella, por tanto, pertenecería don Manuel, que, además de profesor, sería el bibliotecario (15).

Pero don Manuel, como es habitual en él, no se limita a la enseñanza; sus bríos, juveniles aún, y su capacidad le permiten una mayor laboriosidad, y así, lo vemos en 1877 traduciendo, juntamente con Jacinto Mesía, la obra del reputado jurista M.F.C. de Savigny, titulada Sistema del Derecho Romano Actual (16).

Portada del célebre tratado de Derecho Romano Actual, de Savingny, vertido al castellano por J. Mesía y don Manuel Poley. Hasta nuestros días ha servido como tratado obligado de consulta para todas las cuestiones relacionadas con el Derecho. Este ejemplar dedicado a don José Romero, se conserva en la biblioteca de Fernando Romero.

A los cinco años de su permanencia en Madrid, don Manuel recibe una alegre y esperada noticia: su íntimo amigo Antonio Machado, acompañado de su familia, se traslada a la capital. Demófilo deseaba que sus hijos estudiaran en la Institución porque, decía, no era sólo una escuela, sino un centro de carácter social y político, en muchas cosas semejante a una orden religiosa, en la que un grupo de científicos del siglo XIX trató de escuchar la creación de una nueva España (17).

Con Machado compartiría el pan y la vivienda en la calle Olivo, número 7, pagando un modestísimo pupilaje. Los dos unidos, como anteriormente lo habían estado en Sevilla, vivirían profundamente todos los avatares de la Institución, junto con aquella pléyade de hombres ilustres que allí se formarían a través de los años. (Recordemos, además de los ya mencionados, a Federico Rubio, José Echegaray, José Macpherson...Y entre los alumnos, destacamos a uno, cuyo nombre aún resuena en la memoria de todo español: Julián Besteiro). Pero, además de la Institución, la casa de la calle Olivo sería el centro de la juventud estudiosa y republicana. Allí se reunían, bajo la presidencia de Augusto González de Linares, para leer y comentar obras tan magistrales como El Cosmos, de Humboldt. El mismo don Francisco Giner y don Nicolás Salmerón acudieron en más de una ocasión a estas reuniones semiclandestinas. Por cierto, que la frecuencia con que se celebraban aquellos conciliábulos llegó a suscitar los recelos de la policía, que más de una vez registró de noche la habitación en que dormían Machado y Poley (18).

Demófilo se dedicó por completo a su máxima ilusión de entonces: la edición de la Biblioteca de las Tradiciones Populares, que se publicaría en seis tomos, y el Boletín Folklórico Español, además de la creación de la Sociedad de El Folklore Español (19). Don Manuel seguiría con sus magistrales clases, sus estudios, artículos, traducciones y proyectos de futuro.

Ese proyecto de futuro comprendía dos cosas fundamentales para su vida: conseguir en propiedad una cátedra de Derecho y contraer matrimonio con alguna joven, porque la vida en soledad, aunque acompañado por Machado y su familia, resultaba un tanto árida. Él tenía grandes posibilidades para escoger, pues se movía en un amplio y distinguido sector de la sociedad más ilustrada y allí sería fácil encontrar a una persona que cubriera lo que le faltaba a su corazón, pues la mente la tenía satisfecha hasta la saciedad.

Con estas miras y estas exigencias tan necesarias en la vida de todo ser humano, continuó su labor docente, sin abandonar su pueblo (siempre se consideró hijo de Villamartín y así aparecía en la mayoría de los documentos), a donde viajaba con frecuencia y pasaba temporadas, cuando se lo permitía su trabajo. En 1883, el Ayuntamiento de Villamartín incluyó su nombre en una de las ternas para la renovación de la Junta Local de Primera Enseñanza, siendo elegido, juntamente con otros, para el periodo 1883-84. Aunque él no pudiera estar presente en todas las reuniones, su designación daba prestigio a la Junta, al Ayuntamiento y al pueblo.

Y así transcurrirían bastante años hasta en que, en 1982, tras largos años de experimentada labor educativa y contando con sobrados conocimientos, ganó por oposición la cátedra de Derecho Mercantil en la Universidad Central, donde ejerció su profesión con probidad y destacada docencia pedagógica (20).

Y tan pronto alcanzó su primera meta, se dispone a conseguir la segunda. Pero, ¿a dónde ir de modo que le resulte más fácil: a Madrid o a Sevilla? Y, ¿con quién relacionarse, con aquella joven liberal y adinerada que conoció en la Institución, o con aquella otra señora ilustrada que compartió con él las tareas docentes en la Universidad? Pues ni lo uno ni lo otro. Él no había dejado de visitar con frecuencia su amado pueblo, de quien, desde la lejanía de Madrid, continuó preocupándose. Allí vivía no sólo su familia, sino también sus amistades, que no eran pocas: unas por razón de su profesión de abogado; otras, porque en la casa paterna y en la de sus hermanos y hermanas transitaban muchas personas, amigas de los unos y de los otros. Entre ellas se encontraba una, muy amiga de la familia Poley: doña María Pacheco Lobo, señora de mediana posición económica, pero de exquisita educación, culta, de enorme simpatía, buen porte, relacionada con toda la alta burguesía de Villamartín, amiga de continuos coloquios y tertulias en las que siempre llevaba la «voz cantante», excelente organizadora de fiestas de sociedad... A don Manuel siempre le había agradado aquella mujer que conocía desde pequeño, y a doña María no se le escapaban muestras de afecto hacia él. A pesar de que eran dos caracteres diferentes e incluso opuestos en muchas cosas, se querían y de hecho llegaron a vivir felizmente su matrimonio porque lo que le faltaba a uno le sobraba al otro, de manera que supieron complementarse mutuamente, llegando a conseguir un equilibrio total (21).

Don Manuel, con su cátedra de Derecho Mercantil obtenida en propiedad, se presentó en Villamartín durante las vacaciones veraniegas de aquel año de 1892 y sin más rodeo se acercó una tarde a doña María ofreciéndole su amor, que de momento se vio correspondido por ella. Él tenía cuarenta y cinco años y ella cuarenta y tres. Sin pérdida de tiempo, hablaron con las familias respectivas, quienes aplaudieron la decisión, concertando el matrimonio para finales de año. Así, el día 4 de diciembre de 1892 contraían matrimonio canónico en la parroquia de Villamartín (22).

En Madrid arrendaron una vivienda, pero allí permanecieron tan sólo un año, regresando a la ciudad del Betis, tras renunciar a su cátedra. La vuelta se debió a dos motivos: por un lado, su inseparable amigo Antonio Machado, que había marchado a Puerto Rico en un intento de sacar del agobio financiero a su familia, tuvo que volver a Sevilla gravemente enfermo, falleciendo el 4 de febrero de 1893 (23), y a don Manuel, sin él, no le apetecía continuar en Madrid. Y por otro, a doña María, acostumbrada a la vida de sociedad de su pueblo, no le agradaba permanecer en Madrid, donde resultaba difícil relacionarse.

Se establecieron, pues, en Sevilla en los años finales del siglo, pero también por muy poco tiempo. Doña María deseaba vivir en Villamartín y no cedió hasta establecerse allí definitivamente, habitando la casa, que previamente habían comprado en la calle Álvarez Troya −actualmente El Santo−, número 24 (vivienda, que, en la década de los cuarenta, fue de Socorrito Chacón).

Don Manuel, que, sin llegar a ser político, vivió de cerca todas las vicisitudes derivadas de los múltiples conflictos habidos en el país en la segunda mitad del siglo, tomando parte activa en la transformación de la nueva sociedad desde su profesión en la enseñanza, quiso ahora dar un paso más presentándose como diputado provincial por el distrito de Arcos de la Frontera, obteniendo los votos suficientes para ser elegido en 1898. Una vez tomada la posesión y debido a su categoría profesional, lo nombraron vicepresidente de la Diputación gaditana, cargo que él aprovechó para promocionar social y culturalmente a toda la provincia.

Fueron años para don Manuel de un ajetreo excesivo y fatigoso, teniendo que atender los bufetes en Sevilla, Cádiz y Villamartín y, últimamente, la Diputación, que era lo mismo que decir toda la provincia. No obstante, su matrimonio no sufrió el más mínimo detrimento, todo lo contrario: ambos se encontraban pletóricos de felicidad. Y doña María, encantada con poder frecuentar sus amistades y asistir a todas las fiestas que durante el año se organizaban.

Sin embargo, aquella existencia, que se preveía fuese duradera, toda vez que ninguno de los dos superaba los cincuenta y cinco años, poco tiempo iba a perdurar. En el mes de mayo de 1902, don Manuel comenzó a sufrir dolencias gastrointestinales que le obligaron a suspender todas sus actividades. Rápidamente se trasladaron a la casa de los padres de doña María, sita en la plazoleta que da acceso a La Encrucijada, por un lado, y a la calle Ruiz-Cabal −actual Botica−, por otro (donde años más tarde estaría Correos). A los pocos días aquellas dolencias desembocaron en una enterocolitis aguda, provocándole la muerte a las 24 horas del domingo día 1 de junio.

El fallecimiento se difundió por todo el pueblo y al instante la casa se inundó de familiares y amigos, mientras que medio Villamartín se agolpaba en la puerta de la vivienda: no en vano don Manuel había sido el paño de lágrimas de todos cuantos lo necesitaron, dejando entre sus conciudadanos un halo de bondad y honradez, propias de un hombre cabal, con profundo sentimiento humano (24).

De momento, el Ayuntamiento convocó un pleno extraordinario presidido por el alcalde accidental, don Antonio Doblas Roncero, quien ordenó dar lectura a un manifiesto, suscrito por los concejales don Joaquín Carredano Gutiérrez y don Alonso Gil Pérez, que decía:

Señores Concejales: la muerte acaba de arrebatarnos á uno de nuestros convecinos más ilustres por su sabiduría, honradez y laboriosidad. Al Cielo toca premiar las virtudes de don Manuel Poley y Poley; a su atribulada familia derramar en silencio lágrimas de justo dolor, y á este pueblo, representado por el Municipio, que contó siempre con el leal concurso de su profesión y de su alto prestigio, corresponde también honrar su memoria con actos que la perpetúen, si no en la medida de sus nobles propósitos, al menos en la de sus escasas fuerzas. Los que tienen el honor de exponer, abrigan la convicción de que el duelo, que este inesperado fallecimiento deja, es general y público, y por ello se permiten proponer al Ayuntamiento se sirva acordar lo siguiente:

1.° Que quede consignado en la sesión que hoy se celebra, el profundo sentimiento que la Corporación experimenta por la muerte de tan esclarecida persona.

2.° Que se rotule con el nombre del finado una de las calles principales de esta villa.

3.° Que se celebren solemnes honras fúnebres al mes de la fecha del fallecimiento del Sr. Poley costeadas del Erario municipal, y

4.° Que se levante la presente sesión en señal de luto, poniendo lo acordado en conocimiento de la Señora Viuda y hermanos del difunto, por si esta sincera expresión de dolor pudiera servir de lenitivo a su pesar.

Y el Ayuntamiento, participando de los mismos sentimientos de tristeza de los dignos compañeros que firman la exposición, acordó unánimemente confirmar en todas sus partes los puntos propuestos y que la calle denominada Martín González (25) lleve el nombre de MANUEL POLEY dándose cuenta, de esta variación al Sr. Registrador de la Propiedad del partido á los efectos consiguientes.

Con lo que se dio por terminada esta sesión levantando la presente acta á sus efectos y firman con S.S' de que certifico. Fdo.: Sebastián Garrido, Joaquín Carredano, Ildefonso Gil, Justo Rodríguez, Fernando Romero, Juan Holgado, Clemente Holgado, Joaquín Domínguez y José Vázquez (26).

Calle que, por decisión municipal de junio de 1902, se dedicó a don Manuel Poley, hoy La Encrucijada. La casa que aparece en primer lugar a la derecha sirvió de cuartel de los Carabineros, la siguiente pertenecía a Fernando el Herrador, y a continuación la de María Ramírez Caro, que tenía una tiendecita de comestibles. La primera de la izquierda corresponde a la de Pepe Jarava Rollán, luego la de José García Chaquetacorta, le sigue la del zapatero Manuel Rodríguez, y después la de Pepe Chacón. (Foto archivo Antonio Mesa).

Al día siguiente tuvo lugar el entierro, muy distinto del celebrado nueve años antes con motivo de la muerte de su mejor amigo, Antonio Machado y Álvarez, que, según las crónicas, se celebró ante la indiferencia de Sevilla, pasando inadvertido incluso a la oficialidad, tan vinculada a su padre y a la misma prensa, que no le dedicó ni el más mínimo artículo necrológico (27). Por el contrario, el entierro de don Manuel fue un acto impresionante de dolor, al tiempo que un cortejo fúnebre un tanto espectacular, digno de un príncipe o augusta persona: lo merecía sobradamente. En un artículo aparecido en el diario sevillano independiente El Porvenir del 6 de junio, firmado por José M. Mena, se relata con minuciosidad aquel sobrecogedor entierro que conmovió a todo el pueblo. Lo transcribo a continuación. Dice así:

A las tres menos veinte de la tarde del 1° del actual (fue realmente a las 24 horas) dejó de existir de rápida y cruel enfermedad el que en vida fue don Manuel Poley y Poley, experto y hábil abogado, diputado por el distrito de Arcos y ex vicepresidente de la comisión provincial.

Su fallecimiento ha sido sentidísimo no sólo en Villamartín de donde era natural (28) y donde residía, sino también en los pueblos comarcanos; así como en aquellos que tuvieron noticia de tan irremediable pérdida; simpatías y afectos que el finado supo granjearse con su talento y espíritu caritativo; él no tenía enemigos, todos hablaban de él con respeto y más que con respeto, con verdadero cariño, hijo todo esto de la grandeza de su alma y nobleza de su corazón.

Los Ilustres Colegios de Abogados de Sevilla y Cádiz y el Partido Liberal en la Provincia han perdido una de sus principales personalidades; en su familia, el ser más querido, y en sus amigos, el más respetable de ellos, dejando en todos ellos un vacío difícil de llenar.

Entre las comisiones de los diferentes pueblos que llegaron para asistir al sepelio, concurrieron las de Arcos, compuesta por el alcalde, don José Gómez Gil; diputado provincial, don Cándido Prieto; juez de instrucción, don Enrique Rodríguez Lafín y procurador don Antonio Benítez.

De Bornos: alcalde, don Adolfo Ruíz Cano; don José Girón; don José Burgos; don Enrique Troncoso; juez municipal, don Andrés María Cano; secretario del Ayuntamiento, don Juan González y del comité liberal, don Lorenzo Reyes Méndez.

De Puerto Serrano: alcalde, don Félix Sotomayor y el juez municipal cuyo nombre sentimos no recordar.

Como particulares y amigos del finado llegaron para dicho acto los señores don Andrés Guirola (de Algodonales), don Antonio Jiménez Llena, primer teniente de la Guardia Civil, don Ramón Aceytuno, y el que estas líneas suscribe.

A las cuatro y media de ayer se puso en marcha el fúnebre cortejo en la forma siguiente: Clero parroquial, con cruz alzada; a continuación, el severo féretro, llevado a mano por, sirvientes y colonos del finado, al que acompañaba una sección de ancianos con hachones encendidos.

Las cintas eran llevadas por los amigos de la familia don Antonio Medina, don Nicolás Jarava, los abogados don Enrique Rodríguez Lafín, don Juan Fructuoso, don Juan de los Ríos y don Francisco Romero Morales; el diputado provincial don Cándido Prieto y Notario de Villamartín don Francisco Herrera. A éstos seguía un numeroso acompañamiento, en el que figuraban todas las clases sociales, tanto de Villamartín como de los pueblos cercanos. Formaban después el duelo los señores don Francisco y don Antonio Bernal, don Antonio Benítez, don José Troya, don Antonio Jiménez Medina, don Francisco Armario galante, secretario particular del ilustre finado; sacerdote don Manuel Pavón Pacheco (sobrino carnal de la viuda), y cuya presidencia ocupaba don Pedro Aguilar García, hermano político del finado, llevando a su derecha a don Joaquín Carredano, alcalde accidental de Villamartín, don Adolfo Ruiz Cano, alcalde de Bornos, y don Matías Pangunsión y Poley; y a la izquierda don José Gómez Gil, alcalde de Arcos, don Félix Sotomayor, alcalde de Puerto Serrano y don José Pangunsión Poley.

En esta forma se siguió hasta el cementerio católico de la Villa, donde recibió cristiana sepultura, volviendo a la casa mortuoria, donde fue despedido el duelo por los hermanos del finado.

A éstos, como a su desconsolada viuda, enviamos pésame por tan sensible desgracia.

José M. Mena. Bornos 3-6-1902

La rapidez del desenlace impidió la asistencia de representantes del mundo de las letras y la ciencia. No tuvieron noticia del fallecimiento porque el Ayuntamiento tan sólo pudo avisar a las personalidades más cercanas. (Comentarios familiares).

Aquel entierro fue toda una manifestación de lo que era y había representado para Villamartín y para la provincia de Cádiz la persona de don Manuel Poley, sobre todo en los últimos años de su vida.

Don Antonio Poley Y Poley, jefe de estadística de la provincia de Cádiz, autor del libro Cádiz y su Provincia y el primero que investigó y publicó todo el desarrollo del Pleito de Matrera. (Foto cedida.)

No quiero terminar esta biografía sin un recuerdo hacia el hermano de don Manuel, don Antonio Poley y Poley. Fue jefe provincial de Estadística e insigne topógrafo. Falleció en Sevilla el 8 de abril de 1923. (En colegios y oficinas diversas de Cádiz, Jerez, Sevilla y Villamartín se conserva un mapa de la provincia gaditana trazado por él, así como un Plano de Sevilla y sus afueras. Nomenclátor de las calles, plazas, paseos y barreduelas de Sevilla con expresión de la cuadrícula donde se hallan en el plano y las divisiones por parroquias, juzgados y distritos municipales y benéficos, editado por las Escuelas Profesionales de Artes y Oficios en 1910, y consta de 47 páginas y de un plano plegable de 14 cros.)

Pero su obra principal fue, sin lugar a dudas, la historia que publicó de todos los pueblos de la provincia de Cádiz, dedicando un largo apéndice a Villamartín y a su renombrado pleito. Con toda seguridad, era la primera publicación que se hacía sobre Villamartín y, posiblemente, de la mayoría de los pueblos de la provincia. Ha servido hasta nuestros días de base a cuantos trabajos de investigación se han llevado a cabo sobre los pueblos gaditanos.

El exhaustivo trabajo de 341 páginas se titula Cádiz y su Provincia - Descripción Geográfica y Estadística Ilustrada con mapas por Antonio Poley y Poley. Precedida de un Prólogo de Siro García del Mazo. Está impreso en los talleres tipográficos de E. López y Compañía, Sevilla, 1901. En la primera página aparece una dedicatoria que dice: «A mi querido hermano Manuel, como testimonio sincero, aunque humilde, de acendrado cariño. El Autor».


Nota.- Cuando se inauguró en Villamartín el Colegio Libre Adoptado, que más tarde pasó a ser Instituto de Segunda Enseñanza, el pueblo debería haber exigido tanto al Ayuntamiento, como al Ministerio de Educación, que el Centro se denominara «Manuel y Antonio Poley y Poley». Era un deber de justicia a la vez que hubiese resultado un honor para Villamartín.


Mapa de la provincia de Cádiz trazado por don Antonio Poley y Poley, hermano de don Manuel. Ejemplar que se encuentra en el colegio Ntra. Sra. de Las Montañas. Fragmento del mapa. Don Antonio escribió uno de los mejores trabajos que se han publicado sobre la provincia de Cádiz, titulado Cádiz y su Provincia.

 

 Notas:

(1). Certificado que se conserva en el Archivo General de la Administración Civil del Estado, Alcalá de Henares.

(2). Certificados de la Universidad Literaria de Sevilla. Facultad de Filosofía y Letras, y de la de Derecho Civil y Canónico, respectivamente.

(3). Pineda Novo, Daniel: Antonio Machado y Álvarez Demófilo, pág. 35, Madrid, 1991.

(4). Pineda Novo, Daniel: «Don Manuel Poley y Poley», Libro de Feria, 1994, págs. sin numerar.

(5). Certificados que se conservan en el citado Archivo de la Administración, Alcalá de Henares.

(6). Tomos IV-V, págs. 24, 49, 282 y 301.

(7). Pineda Novo, Daniel. Artículo citado En él se inserta dicha elegía.

(8). Ibídem. Dice el autor en su artículo citado que no le ha sido posible localizar un solo ejemplar de este periódico, que reseña Manuel Chaves en su Historia y Biografía de la Prensa Sevillana.

(9). Durante los tres cursos que abarcan los años 1871 a 1874, de 517 alumnos, aprobaron una media de 514, y 50 obtuvieron premio en las oposiciones públicas del Instituto Provincial. Hoja propagandística que incluye reglamento, cuadro de profesores, alumnos aventajados. etc. Archivo General citado.

(10). Archivo General citado.

(11). Certificado expedido por el secretario general de la Universidad Central, don Fernando Mellado, el 15 de diciembre de 1875. Archivo citado.

(12). Para conocer todo lo referente a esta Institución, ver La Institución Libre de Enseñanza y su Ambiente, escrita en cuatro tomos por don Antonio Jiménez-Landi, Madrid, 1996.

(13). Ibídem, págs. 121-122 y 163, tomo II.

(14). Ibídem, pág. 163.

(15). Ibídem, pág. 185.

(16). Esta obra, escrita en seis tomos, se puede consultar en la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Sevilla. Fue publicada en Madrid en 1879. Ha servido de consulta para profesores, letrados y alumnos hasta el día de hoy.

(17). Citado por Daniel Novoa: Antonio Machado y Álvarez, Vida y Obra del primer flamencólogo español, pág. 171. Madrid, 1991.

(18). Citado por Sendras (Fotocopia de un libro que me entregó Pepe Bernal, donde no se menciona el título, que buscamos con interés).

(19). Pineda Novo, op. cit., pág. 177 y ss.

(20). Pineda Novo, Libro de Feria, 1994.

(21). Son relatos oídos en mi casa, sobre todo a mi familia materna. doña María era hermana de mi bisabuela Leonor, que casó con Salvador Pavón, de cuyo matrimonio nacieron dos hijos y tres hijas, una de las cuales, Consuelo Pavón Pacheco, es mi abuela materna. En la casa de doña María, centro de continuos encuentros de juventud, amenizados con música y meriendas exquisitas que ella misma preparaba, se fraguaron matrimonios, se arreglaron noviazgos, se limaban asperezas, se organizaban diversiones y se tocaba el piano. A tal fin compró un Piazza (pasó a ser propiedad de Paca Rodríguez y en distintas ocasiones lo tocó mi madre y quien esto escribe) y contrató al eminente músico de la localidad, Antonio Fuentes Víbora, para que impartiera lecciones de piano a sus sobrinas y amistades −una de ellas, mi madre−. Por cierto, aquel continuo martillear de los mazos sobre las cuerdas, aquejaban de dolores de cabeza al primer marido de Luisa Domínguez −Antonio Fernández Mariscal−, vecino de doña María, quien se asomaba a la puerta de la calle con las manos sobre el cráneo profiriendo a voz en grito: «Estoy de las niñas de doña. María Pacheco hasta la punta de la coronilla». Famosas fueron las comparsas carnavalescas que allí se organizaban y, sobre todo, los pregones que desde el balcón de la casa de doña María, en la calle el Santo, pronunciaba, el no menos célebre, Curro Delgado, haciendo reír a carcajadas a los concurrentes porque ponía en ridículo a medio pueblo.

(22). Libro 15 de Matrimonios, folio 83.

(23). Pineda Novo, Antonio Machado..., pág.321 y 324.

(24). Pineda Novo, Libro de Feria citado

(25). Uno de los firmantes de la Carta Puebla.

(26). Acta Capitular del 2 de junio de 1902.

(27). Pineda Novo, Antonio Machado..., pág. 327.

(28). Siempre y en todas partes fue considerado hijo de Villamartín; allí tenía su familia, allí pasaba sus vacaciones, allí contrajo matrimonio, tenía su casa y allí murió.

© del texto, Antonio Mesa Jarén, Pbro.

© de las imágenes, lo mencionado en los pies de foto.

© de la publicación impresa, Hijos ilustres y personas relevantes en la historia de la muy noble y muy leal villa de Villamartín. Ayuntamiento de Villamartín, 1999.

© de la publicación on line «Villamartín.Cádiz Blog de Pedro Sánchez».

miércoles, 2 de octubre de 2024

Verdadero relato de la milagrosa aparición de María Santísima de las Montañas

Por Luis Suárez Ávila

Lema «Poupée»

20 de enero de 1992

San Sebastián, patrono de Villamartín

 

MOTIVO

 


           En las leyendas sobre apariciones marianas de corte tardomedieval, e incluso en las de nuestros Siglos de Oro, hay una constante de origen francés que consiste en el milagroso traslado nocturno de la imagen, desde el sitio donde es colocada por la comunidad en que se produce el hallazgo, hasta el lugar donde fue hallada. Estos hechos se producen por primera, segunda y, hasta por tercera vez, constituyendo el origen de muchos cultos marianos, así como de la construcción de infinidad de iglesias y ermitas.

 La imagen de la Virgen de las Montañas en Villamartín (La Puebla en la leyenda), no es ajena a esta corriente legendaria, si bien hay en su historia unas notas de particular ternura. El hallador, un leñador que la encuentra en una oquedad de un alcornoque, en el sitio llamado Pajarete (Paxarete en la leyenda), la confunde con una muñeca y la toma para que sus hijas jueguen con ella. Este hecho, que no se produce en ninguna otra leyenda conocida sobre apariciones, singulariza a la de nuestra Virgen y es, precisamente esto, lo que me ha seducido. Sin embargo, no podemos olvidar que las imágenes marianas de Malinas, desde el siglo XIV, son conocidas como poupées.

     En la época en que la aparición se supone, está el romancero en todo su apogeo. Por esta razón, el presente trabajo no es sino un ejercicio anacrónico para dotar a Villamartín de un «corpus» que recoja su leyenda.

     Para su elaboración se ha escogido el metro del romance y no se ha desechado el recurso de reutilizar fórmulas antiguas y aun de versos enteros ya acuñados. La rima, en «—á», contribuye a darle cierto arcaísmo buscado, pues es la empleada en muchos de los romances que imprimió Martín Nucio en el Cancionero de Amberes hacia 1550.

 Pero si el ejercicio poético me ha parecido interesante realizarlo, no lo es menos el haber manejado el vocabulario preciso y, sobre todo, crear una rigurosa «puesta en escena» en cada situación. Así pues, queden justificados el metro, las fórmulas, la rima, y el fin: dotar a Villamartín de una colección de romances, como los de pliego del siglo XVI, para contar la legendaria aparición de la Santísima Virgen de las Montañas, Madre y Patrona de la comarca.

 

I



Yo me estaba en Paxarete,

entre el monte y el matorral,

cortando leña, tajando,

ramas del alcornocal.

Y vide en un alcornoque

un bulto muy natural.

No era grande, ni mediano,

que era pequeño, en verdad;

era como una muñeca

bella y linda que no hay tal,

vestida de seda y oro

como persona real.

Como cosa de valía,

la aparté para llevar,

que tengo hijas pequeñas

y edad tienen de jugar.

Reinando en esto que estaba,

la tarde se vino a echar;

y con la recua hornijera

me volví a mi lugar.

En mi zurrón me traía

lo que vine en inventar,

que mis hijas, las mis hijas,

gusto habrían de lograr,

que pobres e chiquetitas,

no tenían con qué folgar:

por la mañana, traen agua,

por la tarde, cuecen pan,

y el tiempo que a ellas les queda

dan esparto de majar,

En pisando mis umbrales,

me vinieron a buscar.

 

—Hijas, hijas, las mis hijas,

ved lo que acabo de hallar:

os traigo una muñeca,

qué edad tenéis de jugar;

es hermosa, tan hermosa,

que no vi otra que tal;

sus vestidos de oro y seda

son de persona real;

su cara y sus manos son

blanca y lindas, en verdad,

y sus ojos, dos luceros

de los que en el cielo están.

 

—Padre, padre, el nuestro padre,

nos la habréis de mostrar,

porque somos chiquetitas

y edad hemos de jugar.

 

—Toma, Ana, toma, Inés,

mi hija Miriam, tomad,

que a vosotras os la traigo

y os toca de ella cuidar.

 

—Padre, padre, el buen padre,

buenas nos vienes a dar,

que otras veces nos trajiste

del campo con qué folgar:

el pichón, la tortolica,

la rica miel del panal,

el chamariz, el jilguero,

que canta como no hay tal,

las hierbas de olor, lavandas,

bellotas del encinar,

almendras de los almendros,

peras dulces del peral,

y, hoy, para nuestra dicha,

esto viniste a encontrar.

 

Estando en estas razones,

le empiezan a preparar

la cunita a la muñeca,

por si quiere descansar,

con media caña de corcho

y unos trozos de percal.

Ana la abraza y la mece,

Inés la va a acurrucar.

Y Miriam, la chiquetita,

nanas le rompe a cantar

y, entre nanas y arrumacos,

todas tres van a acostar,

dejando a la muñeca

tapadita en su lugar.


II



 Medianoche era, por filo,

los gallos quieren cantar,

el leñador se despierta,

que es temprano en levantar,

y se va a las estancias

donde sus hijas están.

El candil lleva en la mano

por en lo oscuro alumbrar

y vide que la muñeca

no estaba en su lugar.

 

—Ana, Inés y la pequeña,

hijas, hijas, levantad,

que la muñeca que os traje,

no estaba en su lugar.

Si me la habéis escondido,

decídmelo, en puridad.

 

—No la hemos escondido,

que nos fuimos a acostar

y ella quedó en la su cuna

con sábanas de percal.

Ana la dejó mecida,

Inés la fue a acurrucar

y yo, la más chiquetita,

nanas me puse a cantar

y, al cabo de todo esto,

las tres fuimos a acostar.

 

Buscan el padre y las niñas,

presas de grande pesar,

recorren, despavoridas,

toda la casa: el zaguán,

el soberado y la cuadra

y las tapias del corral.

Las puertas están cerradas,

bien cerradas, sin forzar;

los postigos y ventanas,

cerrados de par en par;

tapaluces y maineles,

encajados, nada más.

Van y vienen, buscan, miran,

buscan, vienen, miran, van;

de la muñeca no hay rastro.

El día comienza a rayar

y el leñador coge el hato,

la recua va a aparejar:

 

—Ven, la mula Golondrina,

la pollina Vendaval,

la burra, Vivamidueño,

el asnillo, Ganapán,

el garañón, Quitamiedo,

y el perrillo, Solimán.

 

A la voz del leñador,

comienzan a estirazar

manos, patas, suenan cascos

y, por medio del pajar,

siento un correr de ratones

y un olor de muladar.

Calinos, vibran los belfos,

todo se les va en broar,

cuando quita la garlinga,

y al punto van a abrevar.

 

Uno a uno apareja,

las jáquimas y el bozal,

los sudaderos, albardas,

ataharres y cinchal,

angarillas y serones

y, por librarlos del mal,

cadenillas con la punta

de una cuerna de mudar;

al costado de la albarda,

llevan liado un cordal.

 

—Venga esa mula de punta,

que la voy a enjaezar.

Su jáquima y cabezada

llevan mosquero lanar

y tres cencerrillas macho

y el perrillo y el ronzal.

De lado a lado del pecho,

la correa del petral;

al lomo, el hato redondo

con estribos de montar,

alforjas, en baticola,

y botijo de colgar,

el hacha y la palanca

y la piedra de amolar.

En la grupa va, también,

el perrillo Solimán.

Por el sardinel del campo,

salen todos del corral.

 

Las calles están desiertas;

huele a leña y a pan;

y, entre la niebla y el humo,

solo se oye el pisar

de las pezuñas y cascos

de la recua que se va.

 

El leñador va cantando,

se va entonando un cantar,

y en aquel cantar decía

que Santa María le val.

 

Estando en estas razones,

al sitio vino a llegar,

el que dicen Paxarete,

ese famoso lugar,

y vide en el alcornoque,

la propia muñeca estar,

que, si hermosa estaba ayer,

más se la vino a encontrar.

 

Se echó abajo de la mula

y la recua fue a trabar,

para dejarla comiendo

pasto del alcornocal.

 

Cogió la mula de punta,

de un salto la fue a montar,

y se puso en el camino

para la gente avisar,

que no cabe en su cabeza

lo quo le vino a pasar:

Si era cosa de demonios,

miedo tuviera y pesar;

pero, si era del cielo,

dichoso pudiera estar.

 

III

 


Ya se parte hacia la Puebla,

ya se parte, ya se va,

y en sí mismo se decía

a quién pudiera avisar;

que, si le toman por loco,

sandio debiera estar.

 

Reinando en estas razones,

a la Puebla fue a llegar

y se encontró al panadero,

el que le amasaba el pan,

y, con la voz encendida,

que era cosa él de escuchar,

le contó lo que pasaba

en Paxarete, el lugar.

 

Leñador y panadero

al cura van a avisar.

 

El leñador le ha jurado

por sobre el libro misal,

que las razones que dice

ciertas son, en paridad.

 

El cura coge recado para

escribir al abad

de la ciudad de Jerez

que con su cabildo está,

por ser cosa que le incumbe

y él no puede descifrar.

Con el correo ordinario,

la carta fuera a enviar

a San Salvador, Jerez,

a la Iglesia Colegial,

que el abad, como discreto,

solución le había de dar.

 

Letras ejemplares manda

el abad a su deán

en la ciudad de Sevilla,

en la Iglesia Catedral.

 

El deán, como prudente,

toma razón nada más;

la manda al arzobispo,

que en la sede solía estar.

 

Pasan días, pasan noches,

años debieran pasar,

que las cosas de palacio,

despacio suelen llegar.

 

En la Puebla, mientras tanto,

entenderas van a llamar,

que digan lo que es preciso

en tal caso aderezar.

 

Entenderas y adivinas

no quieren carta tomar,

mas dicen que el leñador

vaya al alcornocal

y tome a la muñeca

y la lleve a su portal.

 

Buscaron al leñador,

ya le fueron a buscar;

y lo hallaron trabajando,

al pie del alcornocal.

Las razones que le dieron,

él las había de escuchar:

que cogiera a la muñeca

y la lleve a su portal.

 

Ya la coge, ya la lleva,

y, sin hacerse esperar,

llega a la Puebla y la pone

en señalado lugar.

 

Entenderas y adivinas

la mandan encadenar

con grilletes y cerrojos

a la argolla del zaguán.

Las llaves tiran al pozo

y el llavín van a tirar

al río Guadaleteo,

el que riega aquel lugar.

 

Ya se ponen de vigilia

diez o veinte, si no más;

velas llevan encendidas,

teas, mechas de alumbrar,

por ver mejor en la noche

y por mejor vigilar.

 

A la mañana siguiente,

—esto es cosa de contar—

reparan que la muñeca

no se encuentra en el portal;

las cadenas y eslabones

estaban en su lugar;

cerrojos están echados,

remaches, otro que tal,

y los grilletes, intactos,

tal los dejaron estar.

 

Ya salen despavoridos los

que habían de vigilar;

voces daban, daban gritos,

voces que eran de espantar:

que no estaba la muñeca

en donde debiera estar.

 

Entenderas y adivinas

los mandaron a marchar

al sitio de Paxarete,

por donde el alcornocal.

 

Así se ponen en marcha

veinte o treinta, si no más,

y vieron a la muñeca

en el alcornoque estar,

hermosa como la luna

y el sol entre tempestad.

 

Se volvieron a la Puebla

y lo fueron a contar

 

IV

  


Ya cruzan el Guadaleteo

mucha gente principal,

carrozas, sillas de mano,

el río van a vadear.

Son gentes de los Peraza,

su señora natural,

doña Inés, que era la hija

del gran señor don Hernán.

Con ella, Diego de Herrera,

señor y esposo carnal,

veinticuatro de Sevilla,

de valor y calidad,

caballero de linaje,

prudencia y gran lealtad.

Dueños eran de la torre

muy vieja de aquel lugar,

y acudían al reclamo

de lo que oían de contar.

El cura que los recibe

con el clero parroquial,

la cruz alzada, el lignum

y el chantre y el sacristán,

relata a sus vuecencias

lo que querían escuchar

y, con pelos y señales,

lo acaban de relatar.

Doña Inés, que viene encinta,

muestra que es su voluntad

llegar hasta Paxarete

por sus antojos colmar,

y en la su silla de manos

dos hombres la van portar.

A la mitad del camino,

el leñador vino a hallar,

que con su recua volvía

de aquel famoso lugar.

 

—Paradme, parad, mis hombres,

los que coméis de mi pan,

y al leñador que allí viene

bien me lo habréis de avisar;

decidle que. doña Inés

palabras le quiere hablar.

 

El leñador, que la viera, de

la mula fue a abajar:

 

—Señora, la mi señora,

¿Qué le puedo remediar?

 

—Leñador, por estos montes,

indicadme ese lugar

que se dice Paxarete,

bien te lo entiendo pagar.

 

—Señora, la mi señora,

yo se lo sabré indicar.

Paga no quiero ninguna

que del cielo me vendrá.

Alla arribita, arribita,

en aquel alcornocal,

es el sitio Paxarete,

aquel famoso lugar.

Si queréis muy buena leña,

yo os la habría de dar;

si buscáis muy buena miel,

panales han de sobrar;

si venía por cocimientos,

malvas hay a reventar;

si venís por la muñeca,

yo os la habría de mostrar.

 

—Lo último, leñador,

es, lo que vengo a buscar

que, encinta de Diego Herrera

quiero de antojos sanar.

 

Al llegar a la majada

todos se van a apear;

la preñada, por preñada,

en silla la acercarán.

 

Y el leñador les señala

lo que vienen a buscar:

la muñeca, que es tan linda

como rosa en el rosal,

como los lirios del campo,

la amapola en el trigal,

como el lucero y la estrella

que por los cielos están.

 

Estando en estas razones,

doña Inés se fue a postrar:

Había recordado un sueño,

sueño no era de pesar,

que era que en aquellos montes

donde se había de encontrar

la Virgen Santa María

en efigie natural,

la que escondieron los godos

en aquel alcornocal,

por defenderla y guardarla

de la secta de Al-Corán.

 

En estas cosas reinaba,

bien oiréis lo que dirá:

 

—Leñador, el leñador,

por Dios y la Trinidad,

yo os pido que traigáis

la muñeca a mi lugar,

que, si es la Virgen María,

iglesia le haré labrar.

 

—Señora Inés de Peraza,

hija del gran don Hernán,

esposa de Diego Herrera,

y, por juro y en heredad,

señora de la alta torre

que domina este lugar,

lo que me pedís, mi dueña,

no tenéis más que mandar;

mas sabed que por dos veces

yo la llevé a aquel lugar,

y la muñeca de noche,

tornose al alcornocal.

La vez primera a mis hijas

la llevé para jugar;

y la otra vez, segunda,

me la ordenaron llevar

entenderas y adivinas

que mandaron a llamar.

Con cartas y mensajeros

el cura escribió al abad,

el abad, como discreto,

se lo ha contado al deán,

y el deán, al arzobispo

en su sede catedral,

por si era cosa del cielo,

o era pecado mortal.

 

—Calla, calla, el leñador,

Dios te me libre del mal,

que yo he soñado un sueño

y te hablo en poridad:

Esta es la Virgen María

y la llevaré al lugar

y le labraré una iglesia

y yo le obraré un altar

y le pondré cien candelas

para su culto alumbrar,

todas de cera de abejas,

que se suele acostumbrar,

no de aceite, ni de teas,

que era cosa bien vulgar.

 

El leñador que la oyera la

muñeca le fue a dar

y en lomos de la su mula

de un salto fuera a montar.

 

La gente de los Peraza

se aprestó a cabalgar

y, en faldas de doña Inés

la muñeca fue a tornar,

en la su silla de manos

por mejor la venerar

Una hora era por cabo

que se fue en caminar

hasta llegar a la Puebla

de la Villa principal.

 

En la torra de Peraza

muchas doncellas están

esperando a su señora

por su cuerpo aderezar,

después de la gran fatiga

de un camino tan fatal.

 

—Doncellas, las mis doncellas,

ved lo que vine a encontrar,

que el sueño que yo soñé,

no era sueño, en realidad;

ved que traigo en mi regazo

a esta hermosa beldad,

más que Pallas, más que Venus,

más que Juno y mucho más

que Astarté y que Tanit

y cualquier diosa mortal.

Yo traigo a Santa María,

Madre del Verbo humanal,

Reina y Señora del cielo,

de la tierra y de la mar,

que estaba en esas montañas,

en aquel alcornocal.

La ocultaron nuestros padres

cuando aquel yugo de Alá

asoló la España entera,

nueve siglos hacen ya.

 

V

 


Cogió su Libro de Horas

la señora del lugar

y cantó el oficio parvo

y el rosario decimal.

A la primer gratia plena

la Virgen no pudo hallar,

que no estaba ya en la torre

en aquel hermoso altar

de campaña que traía

para las horas rezar.

 

Ante tamaño prodigio,

su gente empezó a llamar:

 

—Doncellas, las mis doncellas,

si dormidas, levantad;

las guardas y centinelas,

permanezcan, vigilad;

los porteadores, despierten

y mi silla preparad;

el mensajero, que avise

al cura y al sacristán;

y busquen al leñador

donde suelenlo encontrar

que vamos a Paxarete

por entre el alcornocal

 

Ya se ponen en camino

veinte o treinta, si no más

Al frente va el leñador,

el cura y el sacristán.

Doña Inés, como preñada,

en silla se hace portar;

las doncellas y la escolta,

a pie, por mejor andar

por la veredita arriba

de monte y alcornocal.

Detrás, los acemileros

que los mandaron llamar,

con pertrechos y viandas y

con las tiendas de armar.

 

Cada voz que se paraban,

un Ave solían rezar;

y, cada vez que seguían,

se entonaban un cantar

en honra a Santa María,

Madre de Dios virginal.

Cuando caía la noche,

se vinieron a llegar

al sitio de Paxarete

que en falda del cerro está.

 

Allí estaba, allí estaba,

lo que venían a buscar.

 

El cura, como era cura,

dice, por su autoridad,

que lo que estaba ocurriendo

no era cosa natural.

Así habló el padre cura,

bien oiréis lo que dirá:

 

—La Virgen, Santa María,

aquí se quería estar.

Este suelo ya es sagrado,

éste es sagrado lugar,

aquí quiere la Señora

tener capilla y altar.

 

—Sea, dijo doña Inés,

sea, sea, sin tardar.

 

Y a una orden que les dieron

el cura y el sacristán,

vienen los acemileros

y disponen descargar

los palos de armar las tiendas

y las tiendas van a armar:

una a Nuestra Señora,

que los mandaron llamar,

con pertrechos y viandas y

con las tiendas de armar.

 

Cada vez que se paraban,

un Ave solían rezar;

y, cada vez que seguían,

se entonaban un cantar

en honra a Santa María,

Madre de Dios virginal.

 

Cuando caía la noche,

se vinieron a llegar

al sitio de Paxarete

que en falda del cerro está.

 

Allí estaba, allí estaba,

lo que venían a buscar.

 

El cura, como era cura,

dice, por su autoridad,

que lo que estaba ocurriendo

no era cosa natural.

Así habló el padre cura,

bien oiréis lo que dirá:

 

—La Virgen, Santa María,

aquí se quería estar.

Este suelo ya es sagrado,

éste es sagrado lugar,

aquí quiere la Señora

tener capilla y altar.

 

—Sea, dijo doña Inés,

sea, sea, sin tardar.

 

Y a una orden que les dieron

el cura y el sacristán,

vienen los acemileros

y disponen descargar

los palos de armar las tiendas

y las tiendas van a armar:

una. a Nuestra Señora,

para capilla y altar;

otra, para doña Inés

y su criada leal;

otra, para el padre cura

y para su sacristán;

la cuarta, al leñador,

que la habría de montar;

y la última, que arman

para servir al real.

Con largas sogas de esparto,

un corral va a formar,

entre cuatro alcornoques,

para las bestias guardar.

 

Después de las oraciones,

todos se van a acostar

y, mientras todos dormían,

el cura se va a rezar

y, al alba, dice una misa

«Salve, parens», por honrar

a Dios y a Santa María

que allá se quiso quedar.

 

A la mañana siguiente,

se llegaban al lugar

más de treinta caballeros

con su señor natural,

que era don Diego de Herrera,

el yerno de don Hernán.

Cartas le fueron venidas

de Sevilla, del deán,

y, en las cartas le decía

tener a bien autorizar

que se construya una ermita

en aquel alcornocal,

que se ponga un ermitaño,

por mejor honra ganar,

y que, al cura de la Puebla,

lo nombra su capellán.

 

Alarifes, carpinteros,

se han mandado llamar;

los canteros y oficiales,

al punto llegaron ya,

y se ponen a la obra,

con la mayor brevedad,

para labrarle una ermita

a la Dueña del lugar,

que era la Virgen María

que así se quiso quedar,

viviendo en estas montañas

para su nombre tomar.

 

Hombres, ancianos y niños;

señores de calidad,

doncellas y bien casadas,

viudas, dueñas, escuchad:

¡Bendita, Santa María,

que en las Montañas está!

¡Bendita sea la hora

en que se quiso quedar!

¡Y bendita sea la lengua

que lo sepa de contar!

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Nota. Imágenes de carácter general tomadas de internet, excepto la del apartado “Motivo” de1875 de la Virgen de las Montañas, colección de Ramón Vázquez Clavijo.

Publicado en el libro Antología Poética en Honor de la Santísima Virgen de las Montañas. Recopilada por Manuel Vidal Jiménez. Ayuntamiento de Villamartín. Delegación de Cultura. 1992.